Una ola de incredulidad y dolor se ha extendido hoy por el mundo de la cultura con la noticia del fallecimiento, a los 63 años y a resultas de una hepatitis autoinmune, del bilbaíno Fernando Marías, cuyas historias, desplegadas en múltiples géneros y formatos, llegaron a miles de personas, y cuyo espíritu inquieto, dinámico y generoso -siempre con mil proyectos en la cabeza para los que andaba sin descanso buscando complicidades, socios o meros oídos que le ayudaran a mejorar su contenido y desarrollo- lo hizo una figura muy querida en multitud de ámbitos creativos, donde era tomado unánimemente como una fuerza de la naturaleza, un torrente de energía.
La muerte le sorprendió trabajando, junto a Javier Hernández-Simón, en la adaptación teatral de Los santos inocentes de Miguel Delibes pero nadie duda de que su mente febril lo tenían girando varios platillos en el aire.
'Arde este libro', su última obra literaria
Ahora suena a premonición o despedida el hecho de que su última obra literaria fuera Arde este libro, publicada el año pasado por Alrevés, la cual funcionaba al modo de carta póstuma, ejercicio confesional o acto de expiación.
Dirigida a su difunta pareja sentimental y muy atravesada por la muerte y la necesidad de pasar cuentas con la vida, contenía líneas que hoy suenan tan desgarradoras como ésta: “Te incineraron con una novela entre mis manos. Por eso escribo este libro”.
Siempre había estado abierto a bucear en sus zonas de sombra
Con anterioridad ya había estado abierto a bucear en sus zonas de sombra, pues su novela El mundo se acaba todos los días (2005) había abordado sus problemas de alcoholismo en los años 80, mientras que su tormentosa relación con su progenitor recorrería las páginas de La isla del padre (2015).
Cinéfilo desde edad muy temprana, Marías gustaba de contar que el momento de revelación que le cambiaría la existencia se produjo el día que, con 14 años de edad, se apagaron las luces de la sala de su ciudad natal a la que había acudido a ver Grupo salvaje de Sam Peckinpah.
Escritor, guionista, dramaturgo...
Cuando la proyección acabó, el camino de su futuro profesional se desplegó en cinemascope en la pantalla de su cerebro: "Ahí decidí dedicarme a contar historias". A la caza de tal sueño obedeció su traslado a Madrid en 1975 para estudiar Cinematografía.
Sus primeros pasos consistieron en la escritura de guiones para televisión aunque el salto que propulsaría su carrera llegó en 1990 con la salida de su primera novela, La luz prodigiosa, Premio Ciudad de Barbastro que luego se desdoblaría en una película de Miguel Hermoso para la que firmó un guión que acabaría obteniendo una nominación a los Premios Goya en 2004.
Previamente, en 2001, ya había escrito el de El segundo nombre de Paco Plaza y, en 2016, la adaptación para la pantalla grande de su novela Invasor para el realizador Daniel Calparsoro.
Con el cambio de siglo, el nombre de Fernando Marías comenzó a acaparar reconocimientos literarios. En quince años sumó el Premio Nadal -en 2001, por El niño de los coroneles-, el Premio Nacional de Literatura Juvenil -en 2006, por Cielo abajo-, el Premio Primavera -en 2010, por Todo el amor y casi toda la muerte- y el Premio Biblioteca Breve -en 2015, por La isla del padre (2015).
Coleccionista de premios
La novela y el cine se le quedaban cortos a un individuo al que se le agolpaban relatos en la cabeza como tiros en el desenlace de su idolatrada Grupo salvaje, historias y más historias con las que entretener y hacer pensar, sacudir y conmover, de aquí que tan pronto ejerciera de dramaturgo y productor teatral -los monólogos Esta noche moriremos, junto a Espido Freire, el combinado de relatos, poesía y sexo Versex, con Raquel Lanseros…- que de editor -para el sello Alrevés coordinó Frankenstein resuturado, homenaje colectivo de relatos, ilustraciones y música a partir del clásico de Mary Shelley, y para Anaya, Como tú, 20 relatos + 20 ilustraciones por la igualdad.
La fusión de su tropel de intereses adquiriría su máxima expresión con la impulsión del proyecto de literatura fantástica Hijos de Mary Shelley, una plataforma en la que convivían literatura, música, performances y monólogos teatrales, y la agencia de propuestas culturales multidisciplinarias Diodati se mueve.
Si existe un Más Allá, acaba de llegarles un animador incansable.