En el estudio de Giorgio Morandi

La Pedrera se adentra en la obra enigmática del gran pintor italiano a través de 103 obras

EXPOSICION DE GIORGIO MORANDI (1890-1964) EN LA PEDRERA

Imagen del estudio de Morandi que abre la muestra de La Pedrera 

Mané Espinosa

A Giorgio Morandi (1890-1964) le persigue el mito del ermitaño, el del soltero solitario y aislado del mundo que rara vez abandonó su Bolonia natal, viviendo y trabajando hasta su muerte encerrado en el mismo apartamento de la vía Fondazza donde había nacido. El pintor al que apodaron Il monaco (el monje) realizó toda su obra en el estudio-dormitorio que compartía con sus hermanas solteras y su madre, haciendo pequeñas escapadas a Grizzana, un pequeño pueblo de los Apeninos boloñeses, y algunos viajes a Venecia, Florencia o Milán, sin salir prácticamente nunca de Italia. Sin embargo, pese a su carácter reservado, estuvo más conectado con el mundo de lo que pudiera parecer, y fue sensible a él; se relacionó con otros artistas y estuvo atento a lo que ocurría en el mundo. No fue un misántropo, sino que “su aislamiento ha de leerse como fruto de su voluntad de dedicarse absolutamente y sin interferencias a lo que quería: la pintura”, señala Daniela Ferrari, comisaria junto a Beatrice Avanti, de Morandi. Resonancia infinita, la exposición que hasta el 22 de mayo reabre felizmente la programación expositiva de La Pedrera, interrumpida durante dos años por la pandemia.

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Una visitante contempla dos naturalezas muertas de Morandi 

Zefeese

El estudio de Morandi, casi la celda de un monje -su cama, su estufa, los caballetes, los pinceles, las pinturas, vasos, jarrones y botellas, humildes objetos domésticos que pintó repetidamente– es la puerta de entrada a la exposición realizada en colaboración con la Fundación Mapfre, en cuya sede de Madrid se presentó el pasado otoño. A través de 103 obras, Ferrari y Avanti, ambas conservadoras del Museo di arte moderna e contemporanea di Trento e Rovereto, abarcan toda la trayectoria de Morandi, a quien vemos en un autorretrato de 1925, en el que se muestra como un pintor que está trabajando, pero tímido y acaso algo avergonzado, como si intuyera cierta incorrección en el camino elegido, “el de la libertad y la autonomía plena, una vía absolutamente personas sin casarse nunca con de las modas y corrientes del momento”, apunta Avanti, para quien hay que enfrentarse a su obra asumiendo de antemano toda su enigmática complejidad. ¿Estamos ante un clasicista, un formalista, un simbolista, un surrealista, un pintor abstracto? “Su pintura es capaz de transmitir la esencia de las cosas y un sentimiento de eternidad. Es como una ventana que se abre al alma”, apunta por su parte Ferrari.

“Todo es un misterio, nosotros mismos y las cosas más simples”, dijo el pintor que “abrió una ventana al alma”

“Nada es más abstracto que la realidad”, dijo Morandi, y acabó convirtiendo sus naturalezas muertas en una especie de abstracción silenciosa y contemplativa, puro ritmo y equilibrio, extrayendo de los pequeños objetos una variedad de formas infinitas. “Ni en dos vidas podría agotar este tema”, le dijo a su amigo Luigi Magnani, autor de Mi Morandi (Elba). Antes de eso, Morandi exploró diferentes vías: fue tocado por el cubismo de Braque y Picasso, revisó el futurismo, le alcanzaron los principios de la pintura metafísica y de la pintura realista, aprendió de Cezanne, y también recreó paisajes “que no eran nunca producto de la visión directa, sino de una larga elaboración mental” y pintó flores sin perfume a partir de margaritas o crisantemos artificiales. Como él mismo dijo: “Todo es un misterio, nosotros mismos y las cosas más simples, más humildes”.

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Justo Barranco
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