D e pequeña me gustaba jugar con mi hermana a un juego que nos divertía mucho. Del montón de libros del despacho de nuestro padre cogíamos uno muy concreto, Maravillas del mundo, no el de Marco Polo, sino el must have de finales de los sesenta editado por Círculo de Lectores del prolífico autor alemán Roland Gööck . Todas las páginas mostraban fotografías de lugares increíbles: las pirámides de Guiza , la Acrópolis de Atenas , el Taj Mahal , la muralla china, el cabo Kennedy, Chichén Itzá ... Con los ojos cerrados lo abríamos al azar. El lugar que se nos aparecía sería donde iríamos cuando fuéramos mayores . Jugamos tanto que a estas alturas ya tendríamos que haber dado la vuelta al mundo unas cuantas veces.
Sin salir de casa, y más en tiempo de pandemia, se puede viajar tanto como se quiera. Uno de los casos más significativos es el de Petrarca, que, también con su hermano, subió al monte Ventoux y dejó constancia de la proeza en un libro que se considera iniciador de la literatura de montaña. El famoso ascenso del 2.000 francés también convirtió al poeta italiano en una especie de precursor del alpinismo. Ahora bien, expertos en la obra del de Arezzo coinciden en señalar que la apasionante subida al gigante de la Provenza fue mucho más literaria y simbólica que real. Lo que ahora denominaríamos una autoficción. Licencia poética. Y mira por dónde, además de la cantimplora, llevaba en la mochila uno de sus libros de cabecera, las Confesiones de san Agustín . Una vez llegado a la cima, lo cogió, lo abrió al azar y leyó en voz alta el fragmento que el destino le había puesto delante: “Van los hombres a admirar las alturas de las montañas, los ingentes oleajes marinos, el flujo de los anchísimos ríos, la inmensidad del océano y las órbitas de los astros, y no se preocupan de ellos mismos”. He ahí el verdadero mensaje de todo. El gran viaje es hacia el interior. Y el poeta llega a esta conclusión no solo gracias al trayecto, como le pasó a Ulises, sino con una lectura reveladora. Es decir, practicando la bibliomancia.
El uso mágico de los libros, la bibliomancia,ha quedado reflejado en obras literarias
Los antiguos romanos eran asiduos. Utilizaban sobre todo grandes obras de la literatura como oráculos. Es el caso de la Ilíada o la Odisea de Homero, lo que era conocido como Sortes Homericae , o el de la Eneida de Virgilio, la Sortes Vergilianae . La tradición prosiguió en la edad media con textos de la Biblia. El uso mágico de los libros también ha quedado reflejado en obras literarias como Miguel Strogoff, de Julio Verne, o La piedra lunar , de Wilkie Collins. Miro a mi alrededor. Sobre la mesa tengo Un hilo me liga a vos , de Beatriz Giménez de Ory, el delicioso último premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil. Lo abro al azar: “ La Muerte se presentó de repente y lo llevó al inframundo”. Suerte que no soy supersticiosa. Pienso en Dante. Abro la Comedia : “La fuerza del amor que mueve el sol y las otras estrellas”. Lo reconozco, he hecho trampa. Licencia poética, como Petrarca. Pero es mucho mejor final para esta columna y, sobre todo, un augurio más alentador para encarar el tercer año de pandemia.