Rafel Nadal: “Estoy a favor de una nostalgia que no sea enfermiza”

Entrevista

El escritor gerundense cierra con ‘Quan s’esborren les paraules’ (Columna/Destino) la serie que ha dedicado a la memoria de su familia

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Rafel Nadal, en Barcelona 

Àlex Garcia

Rafel Nadal cierra la trilogía de la memoria que dedica a su estirpe familiar con Quan s’esborren les paraules ( Columna, en castellano en Destino), en que enlaza la decadencia de los padres con la vitalidad de los nietos.

La muerte de su padre y la enfermedad de su madre le han hecho volver a las memorias familiares.

Escribí Quan érem feliços (2012) sin voluntad de continuidad, pero cuando lo hacía vi que tenía que ir a los orígenes para explicar de dónde veníamos (Quan en dèiem xampany, 2013). Hablaba de una pequeña burguesía, no de grandes riquezas ni comodidades, y por eso expliqué el origen de las dos familias, un carbonero y un emigrante en Francia. Hecho eso, seguí escribiendo sobre el paso del tiempo, sobre el día a día en paralelo en las novelas. Había empezado a escribir unas cosas sobre los nietos, con un tono más desenfadado, más ligero, pero cuando muere mi padre y mi madre entra en este silencio tan angustiante y esta desmemoria tan bestia, de algún modo los dos mundos me entran en contradicción y paso a ser muy consciente de que estoy en medio de un mundo que se acaba y un mundo que no acaba de llegar y ambos son mi mundo. El que se acaba me lo miro con nostalgia y el que llega quiero pensar que todavía es el mío y me lo miro con ilusión...

Y con cierta perplejidad.

Sí, y con el convencimiento de que los protagonistas son las nuevas generaciones, pero que espero poder compartirlo, y por lo tanto intento hacer de puente de la memoria, porque es el hilo que nos mantiene permanente vivos con la idea tan bonita de que mientras alguien nos recuerda todavía vivimos. También sin una gran trascendencia, siempre hay una época que empieza y otra que se acaba, aunque hay algunas que los cambios son más radicales. Nosotros hemos vivido dos mundos con más ruptura, la vida en el campo en los años sesenta se parecía más al campo de los romanos que al de ahora.

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Rafel Nadal, en Barcelona 

Àlex Garcia

Algunos de los episodios ya los había tratado antes.

Allí estaban al servicio de una historia que quería reflejar una ciudad de provincias, y aquí están en el servicio de explicar la idea de la memoria. Por eso me interesaba explicar la decadencia física y en el caso de mi madre la intelectual para explicar a los lectores que esta generación son los mismos que un día tuvieron la madurez, la plenitud... y que estamos hablando de gente que acumula esta experiencia.

¿Es el libro donde más se desnuda? Es muy emocional.

Sí, creo que el libro lo necesitaba. No como un ejercicio personal. Intento hacer literatura y el libro lo requería, sin llegar a la lágrima fácil, pero tengo que reflejar la decrepitud, la perplejidad en algunos momentos, cómo te coge por sorpresa porque piensas que los padres siempre están y de repente empiezas a ver algún indicio de que eso se acaba, y te tienes que desnudar para que el lector también se desnude. Querría que el lector me acompañara y se hiciera suyo el libro, y por eso intento poner mucha sinceridad y mucha honestidad, con todas las contradicciones del mundo.

Querría que el lector me acompañara y se hiciera suyo el libro, y por eso intento poner mucha sinceridad y mucha honestidad”

Hay dos partes muy marcadas, la de los padres y la de los nietos.

Muchos de mi generación querríamos transmitir a los que vienen detrás algunas experiencias que hemos vivido porque nos parecen fascinantes. Y tienes la sensación de que fracasas, pero luego hay un momento que ves que alguna cosa les ha quedado, porque las emociones y las pasiones son las mismas. Yo que les querría transmitir la importancia de la libertad y la solidaridad y ellos lo están experimentando cada día.

No tienen un mundo lleno de rituales religiosos.

Bueno, hemos eliminado algunas pautas de la liturgia religiosa pensando que la sustituiríamos por una laica y no lo hemos sabido hacer. Por ejemplo, a mí me gustaría bendecir la mesa, no desde una perspectiva religiosa, tampoco hace falta que nos demos todos las manos para hacerlo, pero en el sentido de ser conscientes de que no es ningún regalo, hay mucha gente que no tiene un plato en la mesa, y solemnizar la comida. Y que los pequeños escuchen a los mayores también es parte del aprendizaje.

Las emociones no cambian, pero la forma de relacionarse con los padres ayer y hoy sí que son radicalmente diferentes.

Los tiempos cambian, y la forma de entender las relaciones son otras. Hoy los niños tienen mucha más conciencia propia, de sus propios derechos, y a la vez tiempo sus padres no tienen manías para desnudarse y pedir la ternura de los hijos, pero nosotros todavía teníamos un pudor heredado. De pequeño, para mí mi padre casi no existía, era un señor que venía a casa y ponía orden y punto, en esa generación de los niños se ocupaban las madres. Los padres teníamos la obsesión de proveer materialmente a la familia y ahora nos arrepentimos de no haber tenido esta relación. Hay una diferencia de expresión de los sentimientos muy clara, con muchas cosas muy positivas y algunas negativas.

Hay mucha diferencia en la expresión de los sentimientos, con muchas cosas muy positivas”

El pasado no era mejor.

Yo estoy muy a favor de una cierta nostalgia pero que no sea enfermiza y que no te condicione. Del pasado añoro la lentitud del tiempo, la calma, esta introspección que podías practicar porque tenías más horas para hacerlo y menos distracciones constantes intelectualmente hablando. Si eso lo pudiera traer del pasado al futuro lo haría, pero no pienso en absoluto que los tiempos pasado fueran mejores. En general somos más felices ahora. La sociedad es más justa e igualitaria, con todas las carencias.

Y hacerse mayor hoy no está tan mal.

Ahora soy más feliz porque tengo la serenidad, la madurez de la edad, con el bagaje de lecturas y de compañías que he ido acumulando a lo largo del tiempo. Incluso en las relaciones personales, ahora hay un punto de estabilidad, de confort. No tienes que aparentar según qué.

En el libro retrata el cambio de la religiosidad de los padres a la distancia que toman los hijos. Es una ruptura, también.

Y si no lo afrontamos no podremos compensar algunos déficits. Al principio de mi actividad política y de compromiso, cuando pensaba que la Iglesia hacía cosas muy mal hechas, creía que construiríamos una liturgia laica que funcionaría perfectamente, y no lo hemos sabido hacer.

Creía que construiríamos una liturgia laica que funcionaría perfectamente, y no lo hemos sabido hacer”

¿Quizá pensábamos que la religión era la institución, y no la sociedad?

Ir a misa te permitía estar en silencio contigo mismo, hacías introspección, incluso haciendo el propósito de enmienda. Cuando llegabas a un pueblo sabías cuál era el punto de reunión social. Pensábamos que lo cambiaríamos con los ayuntamientos y centros cívicos, pero no ha sido así. Si en un pueblo te apuntas en un club de lectura te puedes integrar un poco, pero solo hay una parte de la sociedad.

Parece que vuelve a haber verdades inamovibles.

Critico mucho este sectarismo ideológico que hace que igual que antes había verdades inamovibles de la Iglesia ahora lo sean alrededor de negar todo este debate.

De eso habla en el libro cuando trata del verso de Navidad...

Con respecto a la multiculturalidad hay que hacer las cosas diferentes, pero eso no debería incluir perder todo eso, sino ganar la cultura de los demás. El belén era como un aprendizaje del paisajismo, de la arquitectura, cuando recitabas el verso de Navidad de pequeño salías nervioso y aprendías a hablar, a memorizar, a perder la vergüenza, mientras que ahora hay gente que paga mucho dinero para ir a una escuela donde te enseñen a hablar en público. Intentamos buscar la manera que los niños se acerquen al teatro y en los Pastorets lo teníamos de manera natural.

Cuando recitabas el verso de Navidad de pequeño salías nervioso y aprendías a hablar, a memorizar, a perder la vergüenza”

¿Qué es lo que más le ha costado a la hora de escribir este libro, la contención, quizá?

Sí. Porque en la parte de los nietos tal vez es más fácil, que se presta a un cierto humor. Pero cuando estoy sentado delante de mi madre, concretar y ver la escena, la reiteración, cómo el tiempo pasa y filtra pero ella sigue deteriorándose pero prácticamente inamovible. Era difícil no hacerlo demasiado reiterativo y había que generar la emoción de ver el drama de la incomunicación. La comunicación es vida, y si las cosas no tienen nombre no se pueden entender. Espero haber conseguido transmitir el dolor de la incomunicación mientras la vida se va desvaneciendo, hacerlo sin la lágrima fácil pero también sin evitar ni un punto de la emoción que tiene.

También está el sentimiento de culpa de no haber estado más.

Es que te coge por sorpresa. Ella fue tradicionalmente quien resolvía problemas, y no piensas que sea ella quien te necesite. Quizá no valoré algunos pequeños indicios y habríamos podido moderar el proceso. Les hemos querido con locura, hemos ido cada sábado a su casa, hemos compartido veranos, pero no deja de atormentarme la imagen de mi padre y mi madre solos en una punta de una mesa pensada para catorce personas. Pasaron de una casa con doce hijos a estar los dos solos. Espero que se entienda que explico el final de mi padre y mi madre para entender el final de etapa, no intento explicar muy a fondo la enfermedad de mi madre como una cosa con mucha trascendencia, porque ya sé que hay casos mucho peores.

En el libro sale la pandemia, pero no se recrea en ella. ¿Tuvo esa tentación?

Es que me quería centrar en la memoria, porque si no, se podía perder la cadencia. No quería contar mi experiencia con la covid, simplemente tenía que aparecer, claro. Influye en mi relación con mi madre y con mis nietos, pero no me quería desviar mucho.

¿Después de tantos años como periodista, confiaba en una vida de escritor?

Cuando era joven había hecho novela, poesía, pero con el periodismo me centré en trabajar, porque la inmediatez mandaba. Pensaba que escribiría, pero no que se convertiría en mi principal ocupación intelectual. Ahora tengo tres trabajos: escribir, los nietos y el huerto.

El ser humano lleva la naturaleza en el ADN, estemos en campo o en la ciudad, necesitamos sentir el paso del tiempo”

El libro retrata el ciclo natural. Las estaciones, por una parte, y por la otra, la vida y la muerte.

Es que el ser humano lleva la naturaleza en el ADN. Ya estemos en campo o en la ciudad, necesitamos sentir el paso del tiempo, y el cuerpo reacciona. Cómo la luz nos cambia la manera de sentirnos. Nos es fundamental notar el paso de las estaciones. Ver brotar te da esperanza de vida, ver caer las hojas llama al recogimiento y al trabajo para encarar la hibernación, que vendrá inevitablemente cuando el día tenga solo cinco o seis horas de luz buena.

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