ME he permitido la licencia de apropiarme de la idea del título de la última novela de Rafael Nadal para encabezar este artículo. Espero que no le parezca un abuso de confianza, pero la polémica suscitada por el hecho de que las principales cadenas televisivas recibirán esta noche el 2014 brindando con una cerveza gallega en lugar de hacerlo con un cava catalán me lleva a pensar que los espumosos se asocian a las fiestas más que ninguna otra bebida, por mucho dinero que se invierta en demostrarnos lo contrario. Desde nuestra más tierna infancia, cuando entonces simplemente llamábamos champán al cava y no nos lo tenían en cuenta los franceses. No tengo nada contra la cerveza, que en determinados momentos resulta el mejor de los elixires, pero cada cosa a su tiempo. Y en su momento.
Comienza su libro Nadal (Quan en dèiem xampany) recordando que, siendo niño, su abuela, que era la encargada de las compras, abría botellas en Nochebuena, en Navidad, en Sant Esteve, en Nochevieja, en el día de Reyes..., pero también en todas las celebraciones de santos y aniversarios. Y aun en bautizos y comuniones. Vamos, que el cava es la magdalena líquida de Proust, pues nos ha acompañado desde el día de nuestro nacimiento, aunque entonces no participamos de sus finas burbujas.
El cava es una seña de identidad tan potente que a su boicot recurren quienes quieren mostrar su anticatalanismo. Pero además es un producto tan apreciado que se consumen 250 millones de botellas en el mundo. Josep Pla lo dijo así de claro: en los países del vino, y entre personas normales, sería absurdo ante un invitado ofrecer cerveza en la mesa. Pues eso. Feliz 2014.
Le llamábamos champán
Mostrar comentarios
{"allowComment":"allowed","articleId":"a8358000-7277-11e3-8000-000caa5aba09","url":"https:\/\/www.lavanguardia.com\/opinion\/articulos\/20131231\/54397680137\/le-llamabamos-champan.html","livefyre-url":"a8358000-7277-11e3-8000-000caa5aba09"}