El terreno era resbaladizo y traicionero. Un auténtico barrizal que hacía muy difícil mantenerse erguido al caminar, y menos con un bebé en brazos. Cualquier sonido era una amenaza, rodeados como estaban de grandes depredadores, desde perezosos terrestres gigantes a mamuts colombinos. La historia de este peligroso trayecto ocurrió hace más de 10.000 años (Pleistoceno tardío), pero sus huellas han llegado hasta la actualidad.
La escena tuvo lugar en lo que ahora es el Parque Nacional White Sands, en Nuevo México (EE.UU.). Una adolescente -probablemente una joven madre, aunque los investigadores tampoco pueden descartar que fuera un chico- tuvo que realizar una arriesgada caminata. Ir y volver por un sendero de 1,5 kilómetros cuyo rastro se ha convertido en la pista más larga conocida de huellas humanas primitivas jamás encontrada.
Estados Unidos
La escena tuvo lugar en pleno Pleistoceno tardío lo que ahora es el Parque Nacional White Sands
Los investigadores de la Universidad de Cornell han podido corroborar que las marcas corresponden efectivamente a pisadas de una persona cargando a un niño pequeño en brazos, moviéndolo de izquierda a derecha cuando estaba cansado de llevarlo a un lado y, ocasionalmente, colocando al crío en el suelo para tener un momento de respiro, según explican en un artículo en la revista Quaternary Science Review .
”Cuando vi por primera vez las huellas intermitentes de un niño pequeño, me vino a la mente una escena familiar”, dijo en un comunicado el profesor Thomas Urban, pionero en la aplicación de imágenes geofísicas para detectar huellas. Estas marcas se hallaron en el lecho de un lago seco que contiene una gran variedad de pisadas que datan de hace entre 11.550 y 13.000 años que se conservaron durante todo este tiempo gracias a la superficie anteriormente fangosa que se iba secando.
Los análisis realizados permitieron descubrir que perezosos terrestres y mamuts pasaron por el mismo lugar casi al mismo tiempo, cruzándose con las huellas humanas. “Eso demuestra que este terreno albergaba tanto a personas como a animales grandes al mismo tiempo, lo que hace que el viaje realizado por este individuo y el niño fuera tan peligroso”, señalan los investigadores. Las marcas también sirvieron para detectar el rastro de lobos y tigres diente de sable.
Las pisadas de los dos humanos destacaban por ser muy rectas, además de repetirse unas horas más tarde en un viaje de regreso, solo que en este viaje de vuelta ya no participó el bebé. “Podemos ponernos en los zapatos, o en las huellas, de esta persona e imaginarnos cómo era cargar a un niño de un brazo a otro mientras caminamos por un terreno difícil rodeado de animales potencialmente peligrosos”, indica la coautora Sally Reynold, de la Universidad de Bournemouth.
A pesar del peligro acechante, los especialistas no han podido encontrar ninguna variación en la ruta de esta (o este) adolescente que indique que fuera “consciente” del riesgo que corría. Aunque también podía ser que su día a día fuera siempre este y ya se hubiera acostumbrado a vivir bajo la amenaza constante.