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Asalto a la Inquisición

Históricos documentos

Una revuelta popular en Barcelona en 1820 saqueó los archivos del Santo Oficio y la documentación lanzada a la calle hoy se conserva en Estados Unidos

Grabado deHippolyte Lecomte, de 1820, sobre el asalto del palaciode laInquisiciónde Barcelona

LV

Hace doscientos años, la ciudad de Barcelona vivió una revuelta popular que acabó con el asalto al palacio de la Inquisición, que se encontraba en lo que hoy es la calle de los Comtes, en el Barrio Gótico. Fue una explosión de ira revolucionaria como la que más tarde dio pie a la crema de conventos de 1835, la Semana Trágica de 1909 o la violencia anticlerical de 1936.

El escritor Rossend Llates en sus memorias dice que sus bisabuelos le habían relatado este asalto de 1820: “Lanzaron a la calle los instrumentos de tortura y los quemaron, con los muebles y los documentos archivados en la terrible mansión. De aquel acto hoy nadie se acuerda; pero entonces supuso un gran estruendo por lo que significaba”. Y ahora aprovechando el bicentenario, que ocurrió el pasado 10 de marzo, se recupera aquel episodio en un libro colectivo titulado Un dia de fúria que, coordinado por Frances Luttikhuizen, explica detalles desconocidos y su contexto. Y uno de los aspectos más sorprendentes es que buena parte de los documentos lanzados a la calle por los manifestantes acabaron en un archivo de Boston, primero, y actualmente en Pensilvania. Allí se pueden consultar hoy las recopilaciones de los procedimientos e investigaciones del Tribunal Inquisitorial, con las narraciones de los encarcelados y las torturas. Así que para completar la crónica del santo Oficio hay que ir a Estados Unidos.

Un americano que estaba en Barcelona recogió y salvó los papeles de los procesos inquisitoriales

Fue la crisis de la monarquía absoluta, añadida a una situación económica difícil, lo que propició que a principios de 1820 se empezaran a cerrar fábricas debido a la inestabilidad política. En Barcelona, había tanta gente sin trabajo que las autoridades tuvieron que recurrir a la caridad. Y para evitar más problemas enviaron a los presos hacia Mallorca y Cartagena. El 10 de marzo la gente salió a la calle en varias ciudades y obligó al rey Fernando VII y a los militares a acatar la Constitución surgida de Las Cortes de Cádiz. Algunos cronistas hablan de 20.000 personas en la calle. Los manifestantes se dirigieron a la sede episcopal pero allí el gobernador pudo impedir el asalto. Entonces se fueron hacia el edificio que albergaba la Inquisición, verdadero símbolo de la represión. Forzaron las puertas y lo destrozaron todo. Los que estaban dentro del edificio huyeron por una puerta trasera. Y la multitud no sólo soltó algunos presos que estaban encerrados, a punto de ser interrogados, sino que también “liberaron” todos los papeles y documentos que encontraron, lanzándolos por las ventanas. Como escribiera un comerciante llamado Josep Brufau, “allí se desahogó el pueblo”.

Pero a partir de aquel momento empieza otra historia bien rocambolesca. Andrew Thorndike, un joven de New Hampshire que había creado una empresa de exportación con Richard McCall, cónsul americano en Barcelona, se encontraba en la ciudad aquel 10 de marzo y recogió hasta treinta cajas de documentos que las masas enfurecidas habían lanzado por las ventanas del palacio y las hizo llegar a su familia, en Boston. Los documentos, según ahora explica Frances Luttikhuizen, doctora en Filologia Anglo-Germànica por la UB, iban desde 1532 hasta 1818 y principalmente eran procesos contra el dogma católico, genealogías para probar la limpieza de sangre y papeles relacionados con disputas civiles”.

Ocho años después se publicaba ya en Boston el libro Records of the Spanish Inquisition , de Samuel Kettell, que recogía una parte de los procesos de la Inquisición contenidos en este fondo.

Unos años después se inició un movimiento anticatólico en los Estados Unidos que empezó precisamente en Boston. El 11 de agosto de 1834 un grupo de manifestantes asaltó y saqueó un convento de monjas ursulinas en esta ciudad. Estos disturbios se extendieron e inspiraron un nuevo género literario conocido como convent horror stories una especie de subgénero de la novela gótica. La escritora Maria Monk vendió trescientos mil ejemplares con un relato lleno de descripciones fantasiosas de lujuria y asesinatos en un convento.

El año 1840 un hijo de Thorndike hizo donación de los documentos al American Philosophical Society en Filadelfia. Y allí permanecieron hasta que en 1962 fueron trasladados a la Universidad de Pensilvania donde han podido ser consultados por Luttikhuizen. Y es ella quien concluye afirmando que quizá un proceso “contra unas personas por haber comido tocino en día de precepto, o haber blasfemado, o ser protestantes, o practicar el ocultismo no tiene importancia, pero los documentos recogidos por Andrew Thorndike el 10 de marzo de 1820 forman parte de la memoria histórica de Catalunya. Son testimonio de una época de una terrible represión”.

Y como señala también el periodista y cronista Lluís Permanyer en el prólogo del libro, “parece mentira que un hecho tan simbólico y representativo de los barceloneses que luchaban por la libertad y contra la opresión no mereciera una atención más afinada”. Permanyer cita a modo de ejemplo de la actitud del Santo Oficio, que f ray Alonso de la Espina, el primer inquisidor impuesto a la Corona de Aragón, cuando llegó a Barcelona “entró a caballo en la catedral para depositar el sable al pie del sagrario”.