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Rosa Maria Sardà: “Mi Macondo es Montcada i Reixac”

Entrevista

La actriz publica el libro de cuentos ‘Un incidente sin importancia’ en su debut literario

Muere a los 78 años la actriz Rosa Maria Sardà

Rosa Maria Sardà, fotografiada ayer en la entrada de su casa

Xavier Cervera

Rosa Maria Sardà, ¿escritora? La gran actriz catalana se da a conocer en una nueva faceta con el volumen Un incidente sin importancia ( Planeta/Edicions 62), siete cuentos de marcada inspiración autobiográfica que también pueden leerse como si fueran capítulos de una misma novela breve y que evocan personajes vivísimos y peculiares –entre los que destacan unos abuelos actores ambulantes– en medio de los ambientes populares de una tragicómica Barcelona de posguerra. La Sardà recibió ayer a este diario en su piso del Eixample. ¿“Harán fotos también? Yo no sé posar, pregúntele a Almodóvar, que decía que hago fácil lo que es difícil y difícil lo fácil”.

Trasfondo político

“Me hacen reír estos chiquillos que dicen que vivimos una ‘dictadura’. ¿Dictadura? Ja, ja, ja”

¿Es su primer libro ?

Sí. Hace treinta años que lo escribí, tenía necesidad de explicar una serie de cosas que recordaba, pero nunca pensé que lo publicaría, nunca, nunca. Hay tantos autores mediáticos, ¿verdad? Quizá hay más escritores que lectores y dices ‘va, déjalo correr’ y así han pasado los años. Sin embargo, ahora que en mi vida ya se ha acabado todo, pourquoi pas?

¿Es muy memorialístico?

Hay más ficción que realidad. Son cosas que yo había oído o vivido y, partiendo de la anécdota real, como que Rosita mordió a una chica albina, yo me imagino la situación.

Pero los veranos con los abuelos, al lado de la fábrica de cemento de Montcada...

Eso sí. Y el vecino alemán que hacía salchichas y foie-gras ahumado.

Con los abuelos vemos la contraposición entre la vida de los actores y el resto del mundo.

Ellos sabían vivir, al margen de estas leyes tan absurdas que nos quieren imponer, de la moral cristiana y los curas. Todavía estamos así, me da mucho asco, rey.

¿El original en qué lengua es?

Es el catalán, pero la traducción al castellano me la he hecho yo misma. Quería captar el ingenio de los diálogos y las expresiones populares.

Como con la que se refieren a quien pone las inyecciones...

Le dicen que ‘clava unas banderi-llas que el Dominguín ha pensa-
do en retirarse’, sólo reproduzco...

Hay una gran mezcla racial en estas historias corales...

Sí, era así. Está la pobre negra. Reflejo esa cosa tan racista catalana, que tenemos una gran tradición negrera, con los indianos. O cuando la portera recibe un golpe y le dice a la mujer ‘ mursiana de mierda, vete a tu pueblo’, eso lo escuché en mi barrio de Sant Andreu. Pero en general convivíamos tan tranquilos.

La dictadura franquista es el trasfondo siniestro de todo.

Sí. Me hacen reír mucho estos chiquillos que dicen ahora que vivimos una ‘dictadura’. ¿Dictadura? Ja, ja, ja, permíteme que me ría en tus barbas, cariño, porque si lo fuéramos no podrías estar quemando contenedores sin ir de cabeza a la cárcel. Si todo eso lo estuvieran quemando los de Vox, se habría acabado rápido, pero el Gobierno catalán es exactamente lo que quiere que hagan, por eso no se acaba. Les llaman valientes, en vez de vándalos.

El primer texto es una especie de poema, muy diferente al resto.

Yo qué sé. Habla de mi hermano, que murió de sida cuando nadie sabía qué era el sida. Nosotros no iremos al infierno... porque ya hemos estado.

Después, muy emotivo también, el de Cumpleaños...

En mi cumpleaños, pensé: escribiré una carta a mi madre muerta. Yo era ya mayor que ella cuando murió.

Las vacaciones en casa de los abuelos son un cuento alegre.

A pesar de la posguerra y la dictadura, mis abuelos sabían vivir y hacernos felices con nada. Montaban unas fiestas fantásticas con sus vecinos, sonaban sevillanas, canciones cubanas... Unos eran de por aquí, otros de por allí, todos eran unos pobres miserables, no podían ir al restaurante pero nos lo pasábamos pipa. Te introducían en la cultura, te hacían leer libros, recitar en voz alta... A mí me ponían ‘un vestido de Eugenia de Montijo’.

¿La trágica historia del abuelo campesino es verídica?

Lo mataron, al padre de mi padre, un Sardà, cuando fue a regar, en la cabaña donde tenía las herramientas, le metieron un tiro por la espalda. Ya se había acabado la guerra. Empezaba la dictadura y el martirologio de todo el mundo. A mí que no me vengan con hostias.

Hay nombres de personajes impagables...

¡ El Ultrajao, pobrecito! Vino un día a decirnos: ‘¡Me han ultrajao, me han ultrajao, y con mi mejor amigo!’ . La mujer le había puesto los cuernos, y se le quedó el sobrenombre.

Está la escena de la guardagujas en Barcelona...

El tren pasaba, y embiste a la Avellanaconpatas, que es como la yaya se refería a esta señora. Pero fabulo mucho. Yo quería que el libro se titulara Catástrofe ferroviaria pero las editoras me dijeron ñ a-ña-ña y, al final, mira, ya está bien.

Sobre la situación política...

Mire, todo el mundo sabe de qué pie calzo y que estoy hasta aquí de todo. Como dijo Núria Espert, tendrían que ser un poco más galantes y esperarse para hacer el burro a que ya nos hubiéramos marchado.

¿Hay más escritos en cajones?

Uy, muchas cosas, no sé si haré nada más. Son cosas muy diferentes, son ficciones. Todo el mundo habla de su Macondo. Mi Macondo aquí es Montcada i Reixac.

¿Como lectora, qué la influyó?

Tantos... Me gustan Faulkner, McEwan, Philip Kerr, Philip Roth, Henning Mankell, Caterina Albert ( Víctor Català), Josep Pla, Sagarra... Pero si me pide un autor que me haya hecho aplaudir mientras leía es Marcel Proust, me golpeó muy fuerte, me lo leí todo, de hecho todavía estoy enamorada no de él sino de un personaje ficticio, el señor Swann. Enamorada para siempre.