Caminar es inútil
A primeros de julio fui a Terrassa por la Nit dels Contes que la publicación digital Paper de Vidre organiza desde hace seis años en el Ateneu Candela. Tras las lecturas, alguien me explicó que había participado en una caminata que reseguía el perímetro de la ciudad, no siempre preciso. Durante horas, diurnas y nocturnas, el grupo de caminantes curiosos transformaba los límites en camino y se iba parando en lugares concretos, espacios insólitos o bares corrientes y molientes, para comentarlos. No era ni la primera vez que se organizaba ni Terrassa es la única ciudad que acoge iniciativas como esta. Mi interlocutor sólo tuvo que citarme a Perejaume para que me viniesen a la memoria sus acciones de artista caminante, en sintonía con poemarios como Oïsme (1998), Obreda (2003) o Pagèsiques (2011). Por la noche, recuperé mi ejemplar de Obreda y encontré: “La vista es mou tal com l’escric/ anant a peu de Manlleu a Folgueroles./ Un gargot dirigeix l’esdeveniment,/ totes les coses s’inscriuen en l’acte de caminar/ com si hi trobessin una funda”. Perejaume es capaz de caminar campo a través con una virgen en la mochila, tal como recoge el sensacional relato con el que Jordi Lara abre su Mística conilla (Edicions 1984, 2017). Reconozco que no le pillé el gusto a caminar hasta cumplir los cincuenta, hace seis años, y ahora empiezo a descubrir sus virtudes, no sólo cardiovasculares. De hecho, lo más fascinante de ir a pie es que los espacios transitados mil veces por otros medios toman un nuevo aspecto. El día que, con un grupo de amigos del Foment Hortenc, entramos a pie a Vilanova i la Geltrú, me pareció que nunca antes había estado allí.
Calvo describe tres formas de lucha social con la resistencia individual: deambular, ocultarse e infiltrarse
Las caminatas centran uno de los ensayos más afinados que he leído últimamente: L’infiltrat, del poeta Lluís Calvo (Arcàdia, 2019). Calvo describe y contextualiza tres formas sutiles de lucha social centradas en la resistencia individual: deambular, ocultarse e infiltrarse. La parte que lleva por título: “L’art del vagareig” es un compendio de las posibilidades del movimiento pedestre, abierto a todas las tradiciones (des del situacionismo de Debord, con su famosa deriva, a Thoreau). En un momento determinado, Calvo contrapone a los flâneur que pasean por París con los caminantes que lo hacen por Londres y va a parar a las ideas de Frédéric Gros sobre la inutilidad de caminar: de nulo provecho porque no se puede mercadear con los quilómetros recorridos ni produce nada que se pueda vender, de modo que es tiempo perdido en términos económicos. Por eso, afirma Gros: “caminar implica quedar al margen de los mundos civilizados, al margen de los que trabajan, de las autopistas y de los explotadores. Al margen, en efecto, de la gente seria”. Siempre pensé que si todos nos pusiéramos a caminar a la vez y no parásemos de vagabundear por nada del mundo, el mundo sería un lugar mejor, no nos intentarían vender ropa deportiva en todo momento y desaparecería el turismo de trekking.