Secretos y confidencias de Vargas Llosa, Gabo y Fernando Aramburu
50º Aniversario de Tusquets
Los archivos de la fundadora de Tusquets, Beatriz de Moura, ilustran la íntima y fructífera relación personal y profesional de la gran editora con algunos de los mejores escritores de los siglos XX y XXI
En febrero de 1975, seis meses después de su regreso a Lima desde Barcelona, Mario Vargas Llosa se lamentaba de cómo los escritores peruanos se habían “vendido al poder”. Se lo decía por carta a su editora y amiga Beatriz de Moura, que desde hacía años mantenía intensas relaciones profesionales y personales con él y con otros grandes novelistas del momento. Como Gabriel García Márquez, Gabo, a quien en 1976 la fundadora de Tusquets pidió que se convirtiera en socio suyo para servir de gancho a posibles inversores, pues necesitaba un millón y medio de pesetas para mantener el negocio. Un negocio que hoy, exactamente medio siglo después de su creación, florece como pocos en el muy reñido sector del libro.
Todo empezó con una disputa familiar. Beatriz de Moura, entonces casada con el arquitecto Oscar Tusquets, se lo contó así a su “querido amigo” Mario, el 13 de enero de 1969: “Debido a presiones por parte de mi cuñada y directora de Lumen (Esther Tusquets), Oscar y yo dejamos Lumen y hemos decidido montar una pequeña editorial por nuestra cuenta y sobre todo por nuestro riesgo”. En ese nuevo sello procurarían –le explicaba– llevar a cabo las ideas que en Lumen no les habían dejado desarrollar.
La carta en que la editora anunciaba esa escisión al autor andino forma parte de los archivos de Tusquets donados por ella misma a la Biblioteca Nacional y que La Vanguardia ha consultado con motivo del 50º aniversario de la empresa. La documentación es ingente y aún está sin digitalizar. Pero en días pasados pudimos indagar en las carpetas con la correspondencia de los dos autores mencionados, así como del novelista donostiarra Fernando Aramburu, del checo Milan Kundera y de la agente literaria Carmen Balcells.
La correspondencia es una voluminosa expresión de amor a la literatura. Pero también una lección de cómo compatibilizar unas constructivas relaciones profesionales con unos vínculos personales cada vez más íntimos, sin que lo uno eche a perder lo otro pese a los inevitables roces debidos a las negociaciones económicas y los sensibles procesos de edición. La mano izquierda de la protagonista de esta historia queda patente en no pocos pasajes de la correspondencia. Y perlas no faltan.
En su misiva sobre la creación de Tusquets, la entonces treintañera editora hispano brasileña –nacida en Río de Janeiro en 1939– pedía a Vargas Llosa un texto destinado a engrosar la selecta colección Cuadernos marginales: una de las primeras del nuevo sello. Para ponerle en antecedentes y de paso picarle un poco, ella le dice que ya cuenta con un estupendo reportaje de Gabo sobre un náufrago que había pasado once días en una balsa, así como con unos fabulosos textos cortos de Samuel Beckett, entre otras aportaciones excepcionales.
Pues bien. De un lado, el Relato de un náufrago de Gabo fue un éxito clave para que Tusquets pasara de precario chiringuito en la sala de estar de su propietaria a editorial sostenible y más que respetable. De otro lado, Samuel Beckett, cuyos textos breves dieron lugar a la joya que es Residua , ganó el Premio Nobel de Literatura de ese año. Así que Vargas Llosa hizo bien en sumarse al proyecto con Historia secreta de una novela , en la que explicaba el proceso de escritura de La casa verde.
El librillo del peruano se basaba en una conferencia suya en la universidad: “un texto de unas 40 cuartillas y ligeramente exhibicionista”, le reconoció a De Moura. El proceso de edición se alargó un par de años, en gran parte por lo muy ocupados que andaban el novelista y la editora. “Mario –le dijo ella en una carta fechada el 8 de mayo del 69–, me he pasado al bando de los que escriben poco. Tu última carta es del 25 de marzo y ¡fíjate! tan sólo ahora contesto como una cabrona”.
Cuando ya el libro estaba a punto de salir, a finales de 1971, Vargas Llosa se mostró puntilloso con la edición, irónico con la portada propuesta y seguro de sí mismo con las perspectivas de la publicación, por ese orden: “Te ruego que verifiques las enmiendas con el mayor cuidado, que el tipógrafo, al corregir una errata, suele compensarla cometiendo otra por los alrededores”, advirtió. “La carátula no me provoca alaridos de entusiasmo”, ironizó. “En cuanto a los 20.000 ejemplares de tirada que me propones, no tengas ningún temor. Estoy seguro de que desaparecerán rápidamente”, presumió.
¿Es que la izquierda madrileña es aún más triste que la catalana? ¿Cuándo veremos en España una izquierda con sentido del humor?”
Un mes más tarde, la empresaria envió a Vargas Llosa un número de la revista Triunfo con un adelanto de Historia secreta... A ella no le gustaba nada el diseño de la página, y en su queja se venía arriba, de lo concreto a lo general: “Querido Mario: De Madrid no se puede esperar más, y de Triunfo, menos”, empezaba. “Es una revista aburrida”, proseguía. Para añadir: “¿Es que la izquierda madrileña es aún más triste que la catalana? ¿Cuándo veremos en España una izquierda con sentido del humor?”
La confianza entre la editora y el escritor es máxima en ese momento. Hasta el punto de que ella le detalla la problemática relación que mantiene con sus padres desde hace algunos años. Se lo explica porque tiene que ir a Río de Janeiro, adonde no viajaba desde hacía 15 años.
El 3 de febrero de 1975, en una carta especialmente reveladora, Vargas Llosa expresa a Beatriz de Moura la “tremenda nostalgia” que ya siente por “la bella Barcelona”, en la que ha residido entre 1970 y mediados de 1974: “Creo que de los muchos sitios en donde he vivido, es la ciudad donde llegué a sentirme mejor, a integrarme más y a querer más a la gente”, afirma.
Estos escritores peruanos sólo lo son mientras no pueden ser otra cosa; apenas se les presenta la oportunidad de vender su prestigio literario miserable al poder, se precipitan como gamos”
El futuro ganador del Nobel de Literatura pone esa sensación en contraste con la que tiene desde que volvió a Lima, el verano anterior. Allí no ha encontrado ningún cómplice o “partenaire” –dice– entre sus colegas: “Estos escritores peruanos sólo lo son mientras no pueden ser otra cosa; apenas se les presenta la oportunidad de vender su prestigio literario miserable al poder, se precipitan como gamos”.
En la misma carta, Vargas Llosa elogia con matices el libro que De Moura acaba de publicar, Suma . Las reservas se refieren al sabor a poco que le ha dejado. “Hazme caso –le aconseja– y tu próxima novela planéala de tal modo que pese cuando menos un kilo: no te olvides que cualquier novela que tiene más de cuatrocientas páginas sólo puede ser buena”.
La relación amistosa y profesional entre la editora y Vargas Llosa se prolongaría largos años. Obviamente muchos más que la que mantuvo con Gabriel García Márquez, a quien sin embargo se dirigió así en enero de 1976: “Necesito un millón y medio de pesetas. Para conseguirlas, he decidido hacer una sociedad. ¿Podría yo considerarte socio de esa sociedad aunque tu aportación sólo sea simbólica con el fin de que aquellas personas que ponen dinero en este tipo de negocios se sientan apoyadas y justificadas intelectualmente? Lo divertido sería que tú jamas estarías en las juntas de socios, puesto que no se trata de eso”, le intentó persuadir. El asunto quedó en agua de borrajas.
El narrador colombiano debía de ser muy duro negociando con las editoriales. Así se desprende de esta comunicación de Beatriz de Moura a Carmen Balcells: “Hablé con Gabo respecto al 15% de royalties a partir de los 20.000 ejemplares (por Relato de un náufrago). Un 15% es muy alto, no tenemos ningún autor (desde Lumen) que pidiese tanto”, opone. Más abajo alude a una disputa por los derechos de traducción, y señala: “Ya debatimos a gritos este asunto con Gabo y él conoce nuestra posición. Aun así somos los amigos de siempre, porque en realidad el que decide qué ha de hacer con un libro es el autor y nadie más que él. Y a Gabo y a Mario obedecemos. ¡Qué remedio!”.
La dueña de Tusquets y la reina de los agentes literarios se llevan bien. Así lo prueba la petición que, de manera jocosa, la primera hace por escrito a la segunda, vía fax, al enterarse de que ha viajado a Río, en abril de 1990: “Estaba deseando saber quién podría traerme un medicamento del que soy adicta, medicamente medio brujo que sólo existe en Brasil, Pfaffia Paniculata ¿Podrías, por favor, jugarte el pellejo en la aduana española y traerme cinco frascos de estas milagrosas cápsulas? Como estás acostumbrada a traficar con productos mucho más peligrosos, como bacalao, salmón, quesos, etc., creo que podrás pasar mis drogas”, bromea.
La confianza y la mutua entrega profesional entre Beatriz de Moura y sus escritores alcanza la plenitud con Fernando Aramburu. El futuro autor de Patria conquista a la editora en 1996 con una primera novela, Fuegos con Limón , Luego llegan los relatos de No ser no duele , sobre los cuales la correspondencia revela un interesante tira y afloja acerca de si conviene o no suprimir algunas de las narraciones. “Beatriz, confiesa que tienes un poco de paquete a los libros de cuentos”, dice el autor a la editora. “Me parece que te equivocas”, le replica ella. El libro se publica.
Beatriz, confiesa que tienes un poco de paquete a los libros de cuentos”
La obra de Aramburu se va consolidando en Tusquets a la par que su amistad con la propietaria, a quien con el tiempo empieza a llamar cariñosamente “belleza”, “dulzura” o “beldad”. Una confianza que más de una vez se pone a prueba por motivos estrictamente editoriales. Como cuando, en noviembre del 2005, él se muestra así de molesto con ella: “Lo que podía y debía de haber sido un motivo de alegría para mí, la publicación de Bami sin sombra en México, me ha dejado un poso de desazón. Nadie se tomó la molestia de informarme a tiempo. Sigo sin saber qué tirada se hizo o si fue llevado a cabo algún retoque en el texto. Estas cosas, Beatriz, me distraen del trabajo y no me gustan”.
Querido Fernando, en esta santa casa nunca te estafaremos”
De Moura, que al recibir ese mensaje acababa de sufrir una operación quirúrgica, toma inmediatamente cartas en el asunto y responde al escritor: “Querido Fernando, en esta santa casa nunca te estafaremos. Ha sido simplemente un descuido debido esencialmente al follón en la Feria de Frankfurt. Espero que ya estés tranquilo. Y, si no, no dudes en preguntarnos lo que no acabes de ver claro. ¿Vale? Un abrazo”.
¿Se podía pedir más a una editora?
Los archivos de Tusquets se contienen en 146 cajas de documentos de todo tipo en torno a la obra de 99 escritores, incluidos 547 manuscritos mecanografiados. Almudena Grandes, Luis Landero, Jorge Semprún o Enrique Vila-Matas son otros autores españoles de la nómica, mientras que entre los extranjeros están Malcolm Lawry, John Irving, Leonardo Sciascia, Émile Zola, Adolfo Bioy Casares, Leonardo Padura, Emil Cioran, Reinaldo Arenas o Milan Kundera.
La correspondencia con el gran escritor checo es también muy familiar y detallada, siempre en francés. En los ochenta, Kundera y De Moura firmaron uno de los contratos más jugosos en la historia de la editorial: el de la publicación de La insoportable levedad del ser y La inmortalidad . Sendas tiradas de 300.000 y 130.000 ejemplares reportaron facturaciones de 266 y 85 millones de pesetas por las que el escritor cobró 17,5 millones de esa moneda.
¿Que si quería publicar en la editorial de Milan Kundera, John Irving, Leonardo Sciascia o Jorge Semprún? ¡Cómo carajo no iba a querer!”
Cuando en enero de 1996 el cubano Leonardo Padura recibió la propuesta de “la mítica” editora de Barcelona para publicar bajo su sello la novela Máscaras, se dijo, según cuenta ahora: “¿Publicar en Tusquets? ¿La editorial que publicaba a Milan Kundera, a John Irving, a Leonardo Sciascia, a Jorge Semprún? ¿Que si yo quería?... ¡Cómo carajo no iba a querer!” Y ahí sigue, como tantos otros grandes escritores.