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Cómo modeló Gutenberg la cultura moderna

Cultura|s

Inmersos como estamos en la era digital, a menudo se olvida la trascendencia de conquistas pasadas que revolucionaron el mundo y fueron determinantes en su evolución, cultural, social o política

A la derecha, de arriba a abajo: caracteres de un catálogo tipográfico; composición de una página con tipo de plomo; y catálogo de fuentes tipográficas digi­tales

Getty

Justo hoy hace 550 años de la muerte de Gutenberg, personaje clave en la historia de la cultura y el progreso porque su invento de la imprenta supuso un cambio trascendental en la concepción del mundo. No es casualidad que en 1997 la revista Time-Life lo escogiera como el más importante del segundo milenio y que en 1999 el A& E Network, una poderosa cadena norteamericana de televisión por cable y satélite, situara a Gutenberg en el número 1 de su lista de Gente del Milenio.

El paso del tiempo puede hacer que nos olvidemos de este hito, porque es fácil que las novedades en los ámbitos tecnológico y comunicativo eclipsen las aportaciones antecedentes, más aún esta de la edad media. Pero hay que recordar a las nuevas generaciones que la imprenta tipográfica pervivió hasta la segunda mitad del siglo XX. Y de hecho los estudiantes que visitábamos los talleres de La Vanguardia en los años sesenta y setenta del siglo pasado todavía pudimos ver cómo el diario se componía con tipos móviles o líneas de plomo, que en los talleres había cajistas, componedores y comodines donde guardar las cajas tipográficas; que los cajistas componían y descomponían letra por letra las páginas de un diario que todavía era monocromo, porque tanto los textos como las imágenes se imprimían en tinta negra. Por todo ello, la historia, la cultura o la política, por mencionar algunas disciplinas, no se pueden estudiar sin aludir a la imprenta, que ha sido la base de las ideas y de los movimientos que han configurado los tiempos modernos.

La inquietud de la humanidad para que la palabra perviviera mediante su transcripción viene de muy antiguo. Lo probaron los chinos, con los sellos cerámicos; los asirios, con los sellos cilíndricos; los romanos, con los estiletes con los que escribían sobre tabletas de cera, etcétera, pero fue Gutenberg quien consiguió que la alianza entre matrices, tinta y papel permitiera multiplicar un documento, solución que haría que la población de Europa y, más tarde, de América, pasara más rápidamente a ser alfabetizada y culta y, sobre todo, que el libro dejara de ser un bien exclusivo del clero, de las universidades y de los patricios.

Durante siglos los libros habían sido fruto del trabajo abnegado de los copistas, generalmente frailes o monjes que en los conventos se esforzaban en escribir a mano páginas, y páginas que copiaban del original. Incluso parece que algunos de estos copistas no eran alfabetizados, porque lo que importaba no era que conocieran lo que copiaban, sino que reprodujeran fielmente letras y números. Una referencia de 1333 nos dice que un amanuense tardó seis meses en copiar un Nuevo Testamento de 278 páginas, lo cual quiere decir que cada día hacía una media de 1,5 páginas, con la posibilidad de trasladar también los errores del manuscrito que copiaba. Es fácil deducir, pues, que el coste de un libro era muy alto, y que por eso se concentraban en las bibliotecas de los conventos, las universidades y las familias acomodados, unas bibliotecas, que, como mucho, disponían de unos quinientos libros.

Esta restricción duró hasta la creación de la imprenta en 1450 por parte Johannes Gensfleisch zur Laden ( Maguncia, c. 1400-1468), más conocido como Gutenberg, nombre del topónimo donde residía su familia. A pesar de que la existencia de este orfebre e inventor está llena de altibajos económicos y que las referencias documentales sobre su vida privada son muy escasas, es un lugar común considerar a Gutenberg como el padre de la imprenta, descubrimiento que también se atribuye a figuras como el holandés Laurens Coster (1370-1440) o el italiano Aldo Manuzio (1449-1551).

La gran contribución de Gutenberg, sin embargo, fue la del uso de los tipos móviles. Se dedicó a realizar individualmente cada una de las letras del alfabeto, primero en madera, y después en plomo y estaño, de manera que las piezas se pudieran combinar para componer palabras. Estas palabras las depositaba componiendo líneas y formando un bloque sobre una platina. Cuando tenía el bloque hecho lo ligaba perimetralmente con cuerda o lo cerraba con un marco y así formaba la página. Posteriormente trasladaba la platina a la prensa, donde entintaba la superficie de las letras, sobre las que después situaba un papel que se estampaba con la presión de la prensa. Gutenberg era consciente de que este era un gran invento y por eso lo iba perfeccionando en secreto, hasta que arruinado le resultó imprescindible un ingreso extraordinario de dinero, que consiguió de Johann Fust en 1450, que en 1452 le volvió a hacer un préstamo. La técnica se iba desarrollando pero el capital aportado por Fust resultó insuficiente y Gutenberg le pidió una nueva inversión, a la que Fust no sólo se negó sino que reclamó las iniciales, que Gutenberg fue incapaz de retornar, motivo por el cual el obrador, la maquinaria y los materiales pasaron a manos de Fust, que puso al frente del negocio a su yerno Peter Schöffer, que había aprendido el oficio al lado de Gutenberg y que siguió trabajando en el proyecto con éxito. Por eso en ocasiones se atribuye el invento de la imprenta a un trío: Gutenberg, Fust y Schöffer.

Aun así, es indudable que el resultado no habría sido posible sin la participación de Gutenberg porque, más allá de la técnica utilizada, su gran invento fue doble. Por una parte, la creación de tipos fundidos en metal, por otra, el haber pensado que combinando letras, números y puntuaciones se podían crear palabras y líneas, que podían articular un relato entero y que, además, las letras devueltas al comodín se podían utilizar de nuevo para hacer otros impresos.

La aparición de la impresión ti­pográfica y de su éxito, ya que permitía hacer libros en mucho menos tiempo del que necesitaban los copistas, tuvo consecuencias: hizo que estos perdieran el ­trabajo o se transformaran en maestros de lectura, provocó una sacudida en el mundo universitario europeo en la baja edad media y, en los siglos XV y XVI, propició la divul­gación del humanismo, base del ­Renacimien­to; las controver­sias de la Reforma y, sobre todo, la conciencia de que el ser humano tenía que ser educado mediante la lectura. Por eso Lutero, gran entusiasta de la imprenta, la consideró un don ­divino: “La imprenta es summum et postrerum donum , a través del cual Dios promueve la causa de l Evan­gelio”.

El primer best seller

El best seller de este periodo fue la Biblia de 42 líneas, un proyecto de Gutenberg de la que había previsto hacer 150 ejemplares, que acabó saliendo a la luz de la mano de Fust porque era parte del material que este se quedó cuando Gutenberg no pudo devolverle el dinero que el socio le reclamaba.

No obstante, la Biblia de 42 líneas sigue considerándose la obra más significativa de Gutenberg y es conocida con este nombre porque sus páginas tienen 42 líneas, ya que fueron compaginadas adoptando la configuración de los libros manuscritos, característica que no seguirían las ediciones posteriores, que tendrían páginas de 36 líneas. Otro rasgo importante de esta Biblia, parece que aparecida en 1454 o 1455, es que se hizo con letra gótica a partir del texto de la denominada Vulgata, la Biblia que san Jerónimo tradujo de las lenguas originales (hebreo, griego y arameo) al latín.

El hecho de que los escritores y los editores fueran abandonando progresivamente el uso del latín en beneficio de las lenguas vernáculas, añadido a la aparición de la imprenta, favoreció el éxito de esta técnica, que no sólo servía para publicar libros, sino también para editar bandos, pasquines, panfletos... que se convirtieron en el medio de comunicación de la época entre una población que cada vez estaba más alfabetizada y que, por lo tanto, tenía un gran interés por leer textos profanos hasta entonces prohibidos, los clásicos como Cicerón y Virgilio y textos sagrados, cosa que acabaría motivando que de la traducción al alemán de la Biblia que en 1523 hizo Lutero se realizaran más de cuatrocientas ediciones.

El papel y el plomo

La difusión de la imprenta comportó el desarrollo de la industria del papel y la necesidad de disponer de más plomo. La industria del papel, hecho con tejidos y celulosas, tuvo que evolucionar de manera que de la manufactura medieval, que en nuestro país se hacía en molinos como los de Xàtiva y Capellades, se pasó a un proceso de producción que sin dejar de ser artesanal mejoraba la calidad y permitía aumentar la producción, porque poco a poco el papel se fue utilizando no sólo por pequeños impresos o libros sino también por revistas, diarios, impresos comerciales, carteles y publicidad de todo tipo. Con respecto al plomo, no sólo se encareció por la gran demanda que había, sino que pasó a ser considerado una materia fundamental en la transmisión de la cultura y su universalización, porque era el metal que utilizaban todas las imprentas que fueron surgiendo en Europa, muchas de ellas fundadas por alemanes que se instalaban en otros países, como Francia o Italia, y más tarde en la Península Ibérica, inicialmente en ciudades como Segovia, Barcelona, Salamanca o València. De ahí que el físico alemán Georg C. Lichtenberg (1742-1799), creador del módulo DIN A4 de papel y famoso por sus aforismos, dijera: “Más que el plomo en las balas, es el plomo de las cajas de imprenta el que ha cambiado el mundo”. Teoría que han compartido otros, como el canadiense Marshall McLuhan (1911-1980), probablemente quien mejor definió las consecuencias del invento de Gutenberg cuando afirmó que “la prensa de tipo móvil creó un nuevo mundo circundante, del todo inesperado: creó al público”.

Es por esta razón que cuando las artes gráficas se han convertido en industrias gráficas y cuando la comunicación se basa fundamentalmente en redes digitales, Gutenberg ya es una pieza de museo; incluso Maguncia, su ciudad natal, le ha dedicado un museo. Y las prensas, las máquinas planas, las minervas, las rotativas, las linotipias y, evidentemente, las letras de plomo y madera, también se han convertido en historia. Pero el legado de Gutenberg perdura y se extiende a internet, porque no hay papel, no hay encuadernaciones, pero sigue habiendo lectura. Por lo tanto es lógico que con ocasión del 550 aniversario de la muerte del inventor que hizo posible esta realidad se le quiera recordar y homenajear, como en nuestra ciudad han empezado a hacer estos días los impulsores del programa Gutenberg 2018.