Entre un 1% y un 3% de los adultos y un 4% y un 6% de los niños sufre consecuencias adversas para la salud como resultado del consumo de determinados alimentos o ingredientes alimentarios. Así lo asegura la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan), un organismo dependiente del Ministerio de Consumo que indica, además, que “tales respuestas hipersensibles pueden manifestarse de varias maneras y pueden categorizarse ampliamente como alergias o intolerancias alimentarias”.
Es importante no confundir alergia con intolerancia, puesto que si bien pueden compartir cierta sintomatología, no tienen el mismo origen y deben afrontarse de forma diferente. “La alergia es una respuesta anormal a una proteína alimentaria mediada por mecanismos inmunológicos y puede llegar a ser muy grave. La intolerancia, sin embargo, es una respuesta no inmunológica que, aunque puede afectar a la calidad de vida, no implica ningún riesgo para la salud”, explica la doctora Katja Serra, especialista en Aparato Digestivo y Endomedicina del Hospital HM Nou Delfos.
Así pues, “si bien la intolerancia no tiene ninguna repercusión seria en la salud, sí la tiene en la calidad de vida de quienes la padecen”, afirma, por su parte, el doctor Diego Sánchez Muñoz, especialista en Aparato Digestivo y director médico del Instituto Digestivo de Sevilla (IDI). Sánchez recuerda, además, que cuando se producen reacciones a un alimento concreto y no a un grupo de alimentos siempre hablamos de alergias, “que son reacciones del sistema inmunológico y están mediadas por la inmunoglobulina E, mientras que en las intolerancias no entra en juego este anticuerpo”.
Si bien la intolerancia no tiene ninguna repercusión seria en la salud, sí la tiene en la calidad de vida de quienes la padecen
En cuanto a la sintomatología, el doctor Sánchez afirma que a priori es complicado distinguir una alergia de una intolerancia, de modo que se requieren siempre pruebas específicas antes de tener un diagnóstico. “Los síntomas tanto de alergia como de intolerancia van desde hinchazón abdominal a gases, pesadez o la sensación de haber ingerido gran cantidad de alimentos pese a no haberlo hecho”, explica.
Por su parte, la doctora Serra indica que no existe intolerancia sin síntomas, de modo que no tenemos que preocuparnos de estar desarrollando una intolerancia silenciosa: “Una intolerancia alimentaria puede producir síntomas muy diversos e inespecíficos como diarrea, dolor abdominal, flatulencia, distensión, náuseas y vómitos, entre otros. Se debería sospechar en el caso de que un individuo presente alguno de estos síntomas, sobre todo si se asocian a la ingesta de un alimento específico, o en el caso de que no se halle otra patología subyacente”. La doctora también recuerda que en la actualidad “no se conoce ningún mecanismo para prevenir las intolerancias alimentarias”.
La intolerancia más habitual es a la lactosa y se debe al déficit de la enzima lactasa, necesaria para su digestión. Según datos de Food Intolerance Network (FIN), en España entre un 20% y un 30% de la población es intolerante a la lactosa, mientras que en zonas como Reino Unido o los países escandinavos esta cifra se reduce a un 5%. Sin embargo, en zonas como el sur de África, Sudamérica y el Sudeste Asiático este porcentaje puede ascender a más del 80% de la población.
Para determinar si un paciente padece intolerancia a la lactosa, lo primero que conviene es hacer “un interrogatorio dirigido”, en palabras de Sánchez, que permita determinar la intensidad y tipología de síntomas y, en la medida de lo posible, en qué circunstancias se manifiestan. No es fácil, ya que “resulta prácticamente imposible aislar un solo alimento y determinar que es efectivamente ese el que desencadena los síntomas, por tanto cada intolerancia tiene pruebas concretas que permiten realizar un diagnóstico sin fallar”.
Una intolerancia alimentaria puede producir síntomas muy diversos e inespecíficos
Sánchez asegura que el caso de la lactosa es curioso, puesto que el déficit genético de lactasa es poco frecuente en la infancia y apenas se da en un 2-3% de niños. Esta cifra va en aumento a medida que nos hacemos adultos, ya que la lactasa va desapareciendo por diferentes factores, “que pueden ir desde la toma de antibióticos a las infecciones o el estrés, entre otros”.
Para diagnosticarla, se realiza un test de hidrógeno en el aliento. La prueba consiste en ingerir un líquido que contiene altos niveles de lactosa y realizar una medición de la cantidad de hidrógeno en el aliento durante intervalos de tiempo regulares. La presencia de este gas indica que no se está digiriendo y absorbiendo correctamente la lactosa. En cuanto al tratamiento, este consiste simplemente en evitar o modular la ingesta del alimento en concreto.
“Es importante tener en cuenta que, a diferencia de las alergias, las intolerancias no son un todo o nada, y en la mayoría de ocasiones se pueden tolerar pequeñas cantidades de los alimentos sin que se produzcan los síntomas de intolerancia. En este sentido, en pacientes con intolerancia a la lactosa, las pequeñas cantidades de lactosa presentes como excipiente en algunos medicamentos no deberían de producir ningún síntoma. También existen comercializados suplementos enzimáticos que se pueden utilizar cuando el individuo elija consumir alimentos a los que es intolerante”, explica, por su parte, Serra.
Las intolerancias más frecuentes después de la lactosa son la intolerancia a la fructosa, por un lado, y por el otro la intolerancia al gluten en pacientes no celiacos. El doctor del IDI insiste en que es conveniente distinguir la enfermedad celiaca de la intolerancia al gluten, puesto que son respuestas diferentes del organismo que requieren también respuestas diversas. “La enfermedad celíaca se debe a una reacción inmunológica a la ingesta de gluten que provoca una atrofia del duodeno y se detecta mediante un análisis de sangre”, explica. Para detectar la intolerancia no existen, sin embargo, pruebas específicas, de modo que se trata de ir descubriendo poco a poco si existe un déficit de la enzima que permite digerir el trigo y otros cereales con gluten.
Sánchez insiste, sin embargo, en que debemos ser muy cuidadosos con los autodiagnósticos, ya que “en los últimos tiempos parece que el gluten es el culpable de todos los males de la humanidad, y no es cierto”. Así pues, es frecuente que muchas personas responsabilicen al gluten de una serie de trastornos digestivos inespecíficos y decidan retirarlo por completo de la dieta. “Es un error, puesto que están privando al organismo de un macronutriente que históricamente ha sido fundamental y que si no se retira de forma supervisada se corre el riesgo de malnutrición”, explica el doctor, quien en parte responsabiliza de esta circunstancia a la mala calidad de muchos de los panes que consumimos. “Muchos pacientes aseguran que empiezan a encontrarse mejor cuando eliminan el pan de la dieta, cosa que puede no ser responsabilidad del gluten sino de la mala calidad de muchas piezas de pan que se consumen, cargadas de almidones y aditivos”, explica Sánchez, quien califica la demonización del gluten como “una moda de las malas”.
Si el gluten no se retira de forma supervisada se corre el riesgo de malnutrición
Una vez determinada la intolerancia, el paciente debe aprender a vivir con ella, cosa que no siempre resulta fácil pero que acaba con éxito en la mayoría de casos. “Vivir con una intolerancia depende siempre de cada individuo y de la intensidad de los síntomas. En la mayoría de los casos los síntomas son leves y se pueden controlar modulando la ingesta. No obstante, hay estudios que han demostrado una asociación entre intolerancia alimentaria y reducción de la calidad de vida”, explica Serra.
Por su parte, Sánchez señala que en la mayoría de casos no es necesario retirar por completo el alimento, puesto que la intolerancia suele permitir cierto umbral de consumo que cada paciente debe aprender a conocer y gestionar. “Es probable que un intolerante a la lactosa pueda tolerar medio vaso de leche, por ejemplo, o que un intolerante a la fructosa, presente en frutas y verduras, no sea sensible a todas las formas de cocción y solo a algunas de ellas”, concluye el doctor del IDI.