No es espíritu navideño, es más bien servicio a la comunidad. El “hoy por ti, mañana por mi” llevado a la práctica o lejos de la palabrería. Así lo ven los vecinos de Boston, y otras ciudades de la costa este, dispuestos a garantizar la justicia alimentaria para llenar el vacío que ha dejado la falta de empatía de las autoridades. Ante los efectos colaterales de la pandemia, que están dejando a muchas familias al borde de la quiebra, llenar el carro de la compra ha pasado a ser una quimera en una de las ciudades más caras de Estados Unidos. Y es que más de 50 millones de estadounidenses han solicitado beneficios por desempleo desde principios de marzo en una situación de fragilidad extrema sin precedentes.
“En Massachusetts, donde la tasa de desempleo sigue siendo una de las más altas del país, la inseguridad alimentaria es desenfrenada. El 18% de los hogares están luchando por poner comida en la mesa. Uno de cada cinco hogares con niños del estado está experimentando inseguridad alimentaria, un problema que es dos veces más probable que afecte a los hogares de familias negras o latinas”, escribe Terrence Doyle en Eater Boston. Ante estos datos descomunales, la mayoría de bostonianos conocen a alguien que ha perdido el trabajo o, simplemente, no llega a final de mes. De aquí que el modelo de ayuda mutua sea tan aplaudido, por ser un acto natural y de generosidad improvisada sin esperar nada a cambio.
Las denominan “community fridge” (neveras comunitarias), aunque realmente son la suma de una nevera para los alimentos frescos y de una despensa para conservas y panadería. Bajo el pegadizo lema “coge lo que necesites, deja lo que puedas”, se están multiplicando en los barrios más vulnerables gracias al ruido en las redes sociales. No hay vigilantes, no hay saqueos, no hay injusticias ni malentendidos por raza, sexo o clase social. Tan sólo ganas de ayudar al prójimo con comida saludable.
“Community fridge”
Bajo el pegadizo lema “coge lo que necesites, deja lo que puedas”, se están multiplicando en los barrios más vulnerables
Sorprende que la nación que rinde pleitesía a las barras y a las estrellas ponga en liza un movimiento vecinal más cercano al marxismo que al capitalismo feroz. Pero es lo que es y, vistos los condicionantes climatológicos de la última semana, funciona a las mil maravillas. El 14 de diciembre una gran tormenta dejó 45 centímetros de nieve acumulada cubriendo las calles de blanco nuclear. Ni los 15 grados negativos de sensación térmica ahuyentaron el goteo de vecinos.
Estaban los afortunados que ofrecían comida que les sobraba, los que traían algo simbólico y se llevaban lo mucho que les faltaba y, por último, una mayoría silenciosa que hacía acopio de alimentos sin aportar nada a cambio. Algo que los organizadores quieren dejar claro que no debe ser un motivo del que avergonzarse, porque se fomenta el respeto por igual de todas las circunstancias vitales. Debe de quedar bien claro: aportar comida no es una condición previa para adquirir víveres esenciales.
“Este movimiento ciudadano está muy por encima de la idea global de McDonald 's para que todos comamos sus hamburguesas. Esto es mucho más profundo; esto va estrictamente de seguridad alimentaria. Realmente es mucho más que comida, es la necesidad de compartir información real más allá de la narrativa de los medios”, explica Josiel González, el dominicano encargado de poner en marcha la nevera comunitaria en el barrio de Jamaica Plain.
“Esta nevera significa mucho para mí. Cuando les conté a mis padres la idea, no entendieron por qué lo estaba organizando sin ser un trabajo remunerado. Mis padres solo conocen el modo de supervivencia. Tenían todo el derecho a comentarlo. Pese a las reticencias, mi madre decidió apoyarme y me ofreció su nevera el día de mi cumpleaños. Poco se podía imaginar que, a día de hoy, Boston tiene 8 neveras comunitarias repartidas por la ciudad. Y vienen más en camino”.
Realmente es mucho más que comida, es la necesidad de compartir información real más allá de la narrativa de los medios
Quizás la nevera comunitaria del barrio de Fenway, cerca del famoso campo de béisbol de los Red Sox de Boston, sea la historia personal más curiosa por la tozudería incansable de su protagonista principal .“Creo que nadie debería tener que preocuparse por saber si tendrá una próxima comida. Me encantaría que este refrigerador y esta alacena funcionara con la energía de la comunidad para la comunidad”, dice Ari como impulsora. Esta brasileña fabricante de bisutería artesanal recaudó 495 dólares en menos de 24 horas, con los que montó una especie de cobertizo de protección ante las adversidades climáticas. “No me esperaba esta respuesta de la gente. Descubrí en las redes sociales que esta idea con comida gratis funcionaba con éxito en barrios de Los Ángeles o Nueva York, y me ilusionó hacerlo realidad en el área metropolitana de Boston”.
Lo que Ari no cuenta es que la idea original proviene del movimiento anarquista neoyorquino llamado A New World In Our Hearts, capaz de levantar de la nada 12 refrigeradores comunales en tres distritos con altos niveles de pobreza. “Comida, no bombas”, dice su lema para animar a los vecinos a seguir donando por una buena causa.
Pero no todo fue un camino de rosas como puede parecer a simple vista. Ari se quedó sorprendida al ver la falta de cooperación de las instituciones. “Contacté con negocios de comestibles y diferentes asociaciones sociales pensando que la iniciativa sería de su agrado. Más que para pedir financiación lo que quería era saber si estarían interesados en albergar una de estas neveras en sus instalaciones. Fue decepcionante ver que muchos ni tan siquiera se dignaron a contestar. Su negativa no me arrugó y seguí por otro camino alternativo porque sabía que esto sería una realidad tarde o temprano”: Y la solución la encontró en la terraza sin uso comercial del restaurante Mei Mei. Un negocio independiente que, como cientos en la ciudad, ya no funcionaba como restaurante convencional debido a la pandemia. Por eso su propietaria, Irene Lee, cedió el espacio demostrando su compromiso activo con la comunidad.
El día señalado llegó el 16 de noviembre. Cuatros meses más tarde de lo que parecía una idea loca, Ari se veía capaz oficialmente de inaugurar su nevera con despensa comunitaria. Faltaba ver cuál sería la respuesta de la gente. “Soy consciente que suena a cliché, pero estoy convencida que un gran cambio es posible y que con estas neveras comunitarias podemos marcar la diferencia”, dice Ari.
No todo vale
Un denominador común de estas neveras es que tratan de erradicar la inseguridad alimentaria con comida saludable
Un denominador común de estas neveras es que tratan de erradicar la inseguridad alimentaria con comida saludable. Es decir, no todo vale. Casi la totalidad de los alimentos son frescos. En especial, no puede faltar leche, huevos, verduras y frutas, descartando carne cruda o productos del mar por su alta caducidad. Por lo que respecta a la despensa, se insta a la gente a donar panadería industrial bien envuelta, arroz, maíz y conservas variadas. Los voluntarios se encargan periódicamente de comprobar que todo funciona a pleno rendimiento. “En tiempos de coronavirus es imprescindible cuidar la higiene y que todos los compartimentos estén limpios para evitar cualquier foco de contagio. Además, se agradece especialmente si la gente deja pequeños botes de desinfectante, toallitas o jabón”, asegura Ari.
Historias cotidianas alejadas de la realidad española, donde organizaciones como Banco de Alimentos o Justicia Alimentaria comandan con valentía la falta de ayudas de la administración. "Un número sin precedentes de personas está perdiendo sus empleos, negocios y medios de vida. A medida que la Covid-19 comience a afectar a las economías de ingresos bajos y medianos, el aumento de la pobreza, la inseguridad alimentaria y la desnutrición serán graves".
Es el resumen de la prestigiosa revista científica NATURE FOOD de principios de mes sin darse cuenta que el derecho universal a la alimentación ya se pone en duda en la calle. La demanda de alimentos ha aumentado un 30% y las consultas sobre ayudas alimentarias se han multiplicado por cuatro en los últimos meses. “Cuando los estados no asumen su obligación de asegurar el derecho universal a la alimentación de su población, es imprescindible la autoorganización comunitaria. Iniciativas como esta, o las cocinas comunitarias que existen en diferentes ciudades son imprescindibles, y siempre es mucho mejor que depender de un sistema de beneficencia vertical en manos de bancos de alimentos e instituciones de la caridad”, certifica Javier Guzmán, director genera de Justicia Alimentaria.
Como indica su nombre, las neveras comunitarias requieren de un sentimiento de comunidad muy arraigado. Por eso es fundamental preguntarse si serían de gran ayuda en las calles de las grandes ciudades de España o sería un modelo fallido por falta de participación ciudadana, dejadez o algo peor, expolio. “Claro que sería aplicable. En situaciones de crisis, la gente se organiza y responde delante de la falta de respuesta de las instituciones, pero esto no se puede considerar como un modelo.
Necesitamos cambios y poder decidir en las políticas públicas para que estas hagan accesible la alimentación sana y sostenible a toda la población y especialmente a la que tiene menos renta, y eso pasa por considerar la alimentación como un bien público y no como una mercancía cualquiera”. No en vano, Guzmán considera que hay que “apostar por un proceso de transición alimentaria profundo, y para eso hacen falta ya los instrumentos públicos necesarios para poner en marcha una estrategia hacia la creación de sistemas alimentarios locales, resilientes, saludables y, sobre todo, populares. Es decir, no sirve solo decir buenas palabras y educar, si no que hace falta invertir.
En última instancia, la misma pregunta se acaban formulando los impulsores de la justicia alimentaria en ciudades tan dispares como Boston o Barcelona: ¿por qué la gente todavía se muere de hambre en una época de abundancia en la que se desperdician toneladas de alimentos comestibles a diario?