El empresario noruego Jan Pettersen adquirió el 1 de enero de 2000 una de las firmas de calidad de Jerez que han acabado consolidándose entre las más destacadas: Bodega Fernando de Castilla. Conoció España de la mano de sus padres, que en los años 60 del siglo pasado adquirieron una segunda residencia en Málaga. Una de las pasiones de su padre era el coleccionismo de arte. Tanto les gustaron “el clima y las gentes” que ya en los años 70 decidieron fijar su residencia en España. Siempre se han sentido “muy bien aquí”. Jan cursó la carrera de Económicas en Escocia.
Al terminar estos estudios optó por completar su formación durante dos años en la escuela de negocios IESE de Barcelona. Días después de finalizar el máster en IESE, en junio de 1983, aceptó una oferta de trabajo del grupo Osborne, y ya participó por primera vez en la feria vinícola Vinexpo de Burdeos. Por aquel entonces ya tenía novia, la barcelonesa Maite Dasca, a quien acabó convenciendo para ir a vivir al Puerto de Santa María (Cádiz) asegurándole que solo sería por unos pocos años, dos o tres a lo sumo. Pero su relación con Osborne, donde progresó constantemente, se prolongó mucho más allá. Empezó como director de exportación del grupo Osborne para Escandinavia, y luego se hizo con la dirección para Europa para acabar siendo el director de exportación global y miembro del comité de dirección del grupo. Dice que “fue una etapa muy interesante”. En esos años se cimentó su pasión por los vinos, y también los brandy, de Jerez. Jan y Maite acabaron casándose y aún hoy viven en la misma casa de El Puerto de Santa María que se hicieron construir en 1987. Jan asegura que Maite ha acabado “adorando” El Puerto.
Todo empezó a cambiar en 1998 cuando Osborne decidió centrarse en áreas de negocio más enfocadas a los espirituosos (desde el brandy al whisky, pasando por el vodka o la ginebra) y desinvertir en las bodegas del vino de Jerez y Oporto. Reconoce que le “dolió” este cambio estratégico de Osborne, y añade que “la gente me conoce como el romántico de Jerez”. Se dio cuenta de que “estos vinos son historia viva y singulares, no, lo siguiente. También los califica como “incomparables y extraordinariamente gastronómicos”. Lamenta, eso sí, la época en la que hubo “obsesión” por el volumen y no por la calidad, con vinos de Jerez “de poca crianza y una calidad justa”. Unos vinos que, asegura, se mezclaban con mosto concentrado rectificado. Fue, principalmente, entre los años 60 y 80 del siglo pasado. Al final Jan decidió dejar Osborne y emprender una aventura personal, adquiriendo primero una pequeña bodega de Jerez propiedad del almacenista José Bustamante y, posteriormente, otra de la familia aristocrática de vinateros y terratenientes Andrada-Vanderwilde.
La empresa se dedicaba a vender uvas y mostos, y también contaban con olivares y otras actividades agrícolas. El propietario, Fernando de Andrada-Vanderwilde, veía que las grandes bodegas jerezanas estaban volcadas en los vinos semi dulces para exportación y decidió apostar, según Jan, por los productos tradicionales, “por lo que gusta aquí”. La pequeña bodega con dos siglos de trayectoria, en la que además de vinos de Jerez se elaboraba “un brandy excepcional”, cogió mucha fama.
Cuando Osborne decidió desinvertir, Jan y su amigo Carlos del Río Oriol (del proyecto ribereño Hacienda Monasterio) llegaron a hacer una oferta por una de las bodegas de las que se desprendía Osborne, la que elaboraba la marca premium Duff Gordon. Pero tras unas negociaciones que iban bien encarriladas el consejo administración de Osborne acabó decidiendo abortar la operación. El hecho de que corriera el rumor de que estaba buscando comprar fue el que llevó a su amigo Fernando Andrada a ofrecerle su bodega. Al final la compró solo y hoy sigue siendo el accionista mayoritario, administrador único y director general. Jan Pettersen nunca ha llegado a invertir en un proyecto conjunto con Carlos del Río. Por ello cree que “aún somos amigos”. Decidió restaurar la primera pequeña bodega de crianza que adquirió entrando como socios parte de su familia y unos amigos.
Llegaron a ser cuatro socios, con participaciones del 25% cada uno. Con los años Jan fue recomprado las acciones de los otros socios, y desde hace 15 años posee la mayoría. Posteriormente, se alió con una familia jerezana con viñedos (43 hectáreas en producción en los pagos de Añina y Balbaína, situados entre Jerez de la Frontera y Sanlúcar de Barrameda, cuyas uvas se destinan en parte a Fernando de Castilla) y una planta de vinificación. Con este acuerdo pasaron a elaborar mostos con su nuevo socio. Cuentan con prensas neumáticas y con depósitos para realizar las fermentaciones con temperatura controlada, además de una bodega de sobretablas en el propio viñedo de Balbaína. Tras esta operación pasaron a sumar conjuntamente el 90% del accionariado.
De ser una empresa que empezó elaborando unas 25.000 botellas anuales en 2000, ahora ya comercializa más de 300.000 unidades. Un 85% de su producción la destinan a los mercados de exportación, llegando a cerca de 60 países de todo el mundo. El Reino Unido, Noruega, México, Estados Unidos, Canadá, Brasil y Tailandia son sus principales clientes internacionales. Para España, sus vinos, brandy y vinagre los distribuye en exclusiva Primeras Marcas. Esta bodega también se ha significado por sus selectos brandis. De hecho, son una de las firmas fundadoras del Consejo Regulador del Brandy de Jerez. La bodega Fernando de Castilla ocupa una serie de históricos y románticos cascos de bodega del centro de Jerez.
Afirman que elaboran “vinos selectos criados de manera artesanal por el tiempo y el buen hacer ancestral de tradiciones heredadas de generación en generación”. Y que los suyos son “vinos de leyenda reconocidos y presentes en las bodegas de los mejores aficionados y en las cartas de los grandes restaurantes del mundo”. Bodega Fernando de Castilla recibe su nombre en honor al rey Fernando III, conocido como ‘El Santo’, quien conquistó gran parte de Andalucía en el siglo XIII y, según se apunta desde esta bodega, “reconoció las cualidades excepcionales del suelo y el clima para producir vinos de calidad”.
Jan Pettersen define a su Palo Cortado Antique como “el misterio de Jerez”, e incluso apunta que “es un vino casi perfecto que reúne toda la magia de Jerez y que, prácticamente, se crea a sí mismo”. Nace como un fino elaborado a partir de los mostos yema de la variedad palomino fino (los más delicados y cualitativos) y permanece en crianza biológica, con velo flor de levaduras, entre uno y dos años. Cuando el vino evidencia que quiere pasar a fase oxidativa, se encabeza hasta los 18º de alcohol, aunque tras culminar su crianza, con el sistema de criaderas y soleras con mostos de varias cosechas, llega a alcanzar por concentración los 20º. En la sobretabla ven que en algunas barricas -Jan no sabe precisar bien cuál es la razón de ello, aunque señala que “quizás una corriente de aire” puede influir- el manto superficial de flor no acaba de desarrollarse de forma correcta.
Es entonces cuando el capataz de la bodega marca con una tiza la bota con un trazo de palo cortado (de ahí el nombre de esta categoría de producto). La solera tiene más de 30 años de vejez calificada por parte del Consejo Regulador de la DO Jerez-Xérès-Sherry. Solo realizan una única saca anual, siempre durante los meses de invierno. La producción anual es de 4.000 botellas, de las cuales comercializan entre un 15 y un 25% en el mercado español. Jan Petersen ha tenido siempre presente su decidida voluntad de crear una innovadora y moderna empresa en un sector que califica como “algo dormido”. También se han abierto al enoturismo en pleno barrio de Santiago de Jerez, el que califican como “el centro neurálgico del flamenco y el vino de una ciudad mágica”.
Fernando de Castilla Palo Cortado Antique es de bonito color ámbar, nítido y brillante pese a haber sido embotellado en rama. Exhibe notas que recuerdan al caramelo, a los frutos secos (almendras y nueces), a empireumáticos (tofe), a la vainilla, a la cáscara de naranja confitada y al dátil en un fondo de mueble viejo barnizado. De sensación táctil glicérica. Redondez y una buena acidez. De sensación dulzona pese a su sequedad (4 gramos de azúcares residuales por litro). Largo y sápido, muestra un interesante punto salino final que certifica su innegable alma jerezana. Destaca, especialmente, por su gran complejidad.
A Jan le “encanta” disfrutar de su Palo Cortado Antique con platos tradicionales de caza de pluma. Asegura que con una perdiz estofada a la andaluza con reducción de vino como la que sirven en el club privado Casino Nacional de Jerez es “maravilloso”, ya que “le complementa todos los matices de sabor”. A la vez, sugiere maridarlo con una codorníz con alcachofas o bien con una crema de boletus. Desde esta bodega de la calle Jardinillo de Jerez de la Frontera lo recomiendan también con embutidos, ahumados, carnes, setas e incluso con las siempre difíciles de maridar alcachofas. Y genial es armonizado con el steak tartar de solomillo de vaca sobre tuétano asado y mostazas del restaurante Hermanos Carrasco, situado en la avenida Caballero Bonald de Jerez.
Palo Cortado Antique, de Bodega Fernando de Castilla
DO Jerez-Xérès-Sherry
Variedades: Palomino fino
PVP: 43,90 euros