Las personas necesitamos de símbolos para llevar nuestra existencia. Y estos pueden presentarse de las formas más curiosas. Britney Spears se convirtió en un meme internacional cuando apareció rapada al cero y cargando con un paraguas. “Me habían mirado tanto mientras crecía. Me habían escaneado de arriba abajo y la gente me decía lo que pensaba de mi cuerpo desde que era adolescente. Raparme la cabeza y rebelarme eran mis formas de resistirme”, escribe en sus memorias, The Woman in Me (La mujer que hay en mí), publicadas el año pasado.
Más allá del meme, para algunas personas, mayoritariamente mujeres, cortarse el pelo ejerce de rito catártico a la hora de afrontar ciertos eventos vitales. Para Sylvia Gómez pasar por la peluquería fue bastón de apoyo durante la dolorosa pérdida de su padre. Hace 12 años, a su progenitor le diagnosticaron fibrosis pulmonar idiopática, una enfermedad crónica que causa la pérdida paulatina de la función pulmonar hasta que el paciente muere.
Necesitaba hacer algo que me situara en una nueva fase de vida: enfrentarme poco a poco a una pérdida anunciada. Y me corté el pelo al estilo ‘pixie’
“Toda mi vida tuve el pelo muy, muy largo. […] Cuando empezaron las hospitalizaciones de mi padre, porque se iba agravando su situación respiratoria, necesitaba hacer algo que me situara en esta nueva fase de vida de enfrentarme poco a poco a una pérdida anunciada. Entonces, me corté hasta aquí”, dice señalándose por encima de los hombros. Sintió cierto alivio, recuerda. Con retrospectiva lo analiza también como “un aviso a la persona que se estaba yendo, que me estaba preparando para esto”.
A los pocos meses se cumplieron los pronósticos y su padre falleció. Con él se fue el resto de melena de su hija. “Me corté el pelo al estilo ‘pixie’. Sentí que me quité un peso de costales de cemento de la espalda. No se me quitó el dolor, por supuesto, ni la pena, pero fue un cierre de etapa”, cuenta.
Carlota Barrenetxea se pegó su primer “tajo” con 14 años “desde una especie de salida de armario rara”, en sus palabras. “Todo mi imaginario de lesbianas eran mujeres con el pelo corto. Así que me transformé en el imaginario que yo tenía, totalmente ficticio”, explica. Fue una decisión conscientemente identitaria.
Desde ese momento, ha llevado el pelo más bien corto. Este juega un papel muy importante en su apariencia, que siempre ha girado en torno a cambios de peinado, jugando con diferentes cortes hasta que empezó a dejárselo largo en pandemia, cuando muchas tantas personas decidieron probar con sus looks más arriesgados. Al año siguiente, Barrenetxea decidió rapárselo. Llamó a una amiga y a un amigo y lo convirtieron en todo un ritual ―ella se ve como alguien a quien le gustan este tipo de prácticas― con sesión de fotos incluida.
No tengo miedo a cortarme el pelo. Lo tengo muy asociado a cambios estéticos, pero también a un pasar página
“No tengo miedo a cortarme el pelo. Lo tengo muy asociado a cambios estéticos, pero también a un pasar página. Es el mismo sentimiento, aunque salvando distancias, de cuando estás estudiando y te compras otra libreta nueva en plan ‘ahora sí que estudiaré mejor’. En este caso lo hice más desde el rito entre amigas, porque quería también poder sentirme bien conmigo misma y a gusto sin el factor pelo”, explica. Le sentó genial y a partir de ahí asoció raparse el pelo con cierto bienestar. Sylvia Gómez tampoco le tiene mucho apego a su pelo y se vio mucho mejor tras sus dos cortes.
“Normalmente cuando tienen tan claro que quieren hacer este cambio suelen irse contentas. Reaccionan muy bien, se ven estupendas”, dice Marta Cristina Martín. Ella es peluquera y ha sido artífice de unos cuantos cambios capilares radicales. La ruptura sentimental parece ser la estrella detrás de estos, pero los fallecimientos de seres queridos, como en el caso de Gómez, casase, tener un hijo o incluso cambios de trabajo son otros motivos para ello. Y la catarsis no va solo a golpe de tijeretazo. Las más cautas tiran de tinte para marcar su cambio de etapa.
Los ejemplos son infinitos, también en la ficción: Harley Quinn cortándose las coletas entre sollozos tras su ruptura con el Jocker, la transición de Evey Hammond en V de Vendetta, la teniente O’Neil rapándose, Mulán… Y en la no ficción, como el cuadro de la artista mexicana Frida Kahlo “Autorretrato con el pelo cortado” donde se pintó con el pelo a lo garzón y sendas tijeras en la mano tras separarse de Diego Rivera.
Es pelo viene, por tanto, cargado de un simbolismo del cual no podemos escapar y que todos somos capaces de leer. Una característica clave aquí es que se encuentra alrededor de la cara, de nuestra fuente de palabras, algo que no pasa con otras partes del cuerpo, también incluso vitales para nuestra expresión. Las manos de una persona seguramente se recuerden peor que su pelo. Martín lo señala como nuestra carta de presentación. “La gente se fija lo primero en el físico y el pelo dice mucho de alguien: ves si una persona es aseada, si le gusta cuidarse…”, dice la peluquera.
En el caso concreto de las mujeres, los cánones de belleza tradicionales occidentales han marcado una melena larga, símbolo de feminidad y que requiere de mucho cuidado para mantenerla siempre perfecta, condenando a su poseedora a una cierta esclavitud y apego por su cabellera. Más de una se identificará con salir incluso llorando de la peluquería porque ese corte de puntas acabó por resultar un palmo sin haberlo pedido.
A mi pareja le gustaba el pelo largo y yo decido cortármelo cuando lo dejamos porque ya no necesito gratificar más a esa persona
“¿Cuántas emociones podemos sentir hacia nuestro pelo? Eso hace que pueda ser el centro de muchos símbolos, de muchas expresiones que necesite apuntar una mujer. Por ejemplo, a mi pareja le gustaba el pelo largo y yo decido cortármelo cuando lo dejamos porque ya no necesito gratificar más a esa persona”, dice Silvia Dal Ben, psicóloga clínica y portavoz de Unobravo en España. Con la mayor presión estética actual, los hombres cada vez empiezan a entrar más en este saco.
Para Barrenetxea, lo que converge en sus historias es la búsqueda de control. La segunda vez que se rapó lo hizo desde una situación emocional bastante más desesperada que la primera. Se había mudado de Madrid a un pueblito de Galicia, tuvo un problema personal con una persona muy querida, empezó a vivir sola en ese lugar donde no conocía a mucha gente… “De repente me encontré sola”, dice. Perdió su salud psicológica y pasó de ser una persona activa para volverse muy sedentaria. “Estaba mal físicamente, no me reconocía demasiado ahí. Lo hice por ver si me sentía un poco mejor en este pequeño aspecto de mi vida”. Esta vez complementó el cambio tiñéndose. Y sí, se sintió mejor un par de días, pero luego “sin más”.
Un término psicológico importante aquí es el de estrategias de afrontamiento, definidas como los esfuerzos dirigidos a manejar situaciones que ponen a prueba o superan a una persona. O sea, lo que hacemos para enfrentarnos o superar algo y que puede darse en el plano emocional, comportamental o en las formas de razonar.
Si mantener una melena espectacular y preocuparse por ella es un trabajo a tiempo completo y, cuanto más esfuerzo dedicamos en algo, más vértigo da dejarlo atrás, ese salto al vacío puede servir de un pequeño empujón para emerger en la nueva etapa, aunque parezca una nimiedad y desde un punto de vista puramente pragmático no se encuentra explicación. “No es un mecanismo de afrontamiento como tal, pero si el primer paso. Una especie de cartel de work in progress”, dice Dal Ben. Sylvia Gómez lo señala claramente: “De alguna forma, era como ‘miren, mi vida está cambiando, se me está cortando la vida, pero yo también estoy dispuesta a irme con ese corte y no quedarme atorada en ese tiempo’”.
Ni tan siquiera hacer de cortar la melena la profesión anestesia este efecto. Martín vivió su propia ruptura a los 28 años. Ser dejada por su novio la envalentonó para marchar decidida a la peluquería y darse ese tajo que tramaba, pero no ejecutaba. “Por empezar otra vez”, dice. Su decisión no fue suficiente para persuadir a la peluquera, que no quiso colaborar en semejante pelicidio ―a Barrenetxea le ocurrió lo mismo en una ocasión―, así que agarró una maquinilla y se lo rapó en casa. Era otra y se veía estupenda. It’s Britney, bitch.