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Los jóvenes quieren sexo, no relaciones

Los cambios en la vida sexual

El porno y las apps como Tinder y Grindr influyen en la sexualidad de los chicos

Los nuevos modelos de relación cuestionan antiguos paradigmas

vandervelden / Getty

Aunque persisten algunas lacras –con la violencia de género y la homofobia a la cabeza– nunca el disfrute de la sexualidad ha gozado de vientos tan favorables como los que soplan actualmente. El acceso a los anticonceptivos, e incluso a la píldora del día después, es fácil. Los niveles de nuevos contagios por VIH están bajo mínimos, así como los embarazos no deseados en adolescentes. Cada vez hay menos tabúes y conceptos como poliamor están a la orden del día. Por último, aplicaciones como Tinder y Grindr ofrecen la posibilidad de tener relaciones sexuales ocasionales con un simple clic.

Relaciones sexuales

en jóvenes

Pero a pesar de este contexto tan favorable, los adolescentes estadounidenses cada vez tienen su primera experiencia sexual más tarde y los adultos más jóvenes de EE.UU. tienen menos relaciones sexuales que los miembros de las dos generaciones anteriores. Entre 1991 y 2017, el porcentaje de estudiantes de secundaria que habían tenido relaciones sexuales cayó del 54% al 40%. Estos son algunos datos que se desprenden de una encuesta realizada por los centros para el Control y Prevención de Enfermedades sobre la Conducta de Riesgo Juvenil de ese país, y que recogía The Atlantic, en diciembre del 2018.

Para Francesc Núñez, profesor de Sociología de la UOC, un cambio histórico que se produjo hace ya un tiempo es que “el sexo dejó de ser la consecuencia de una relación amorosa y afectiva y se convirtió en su condición previa”. En este sentido, que los jóvenes de hoy en día tengan menos sexo, de entrada, “parece contraintuitivo”, dice Núñez.

En España hace una década que no se realiza la Encuesta Nacional de Salud Sexual, pero según Ana Maria González Ramos, socióloga e investigadora de la UOC, las cosas son distintas: “Todos los estudios indican que disminuye la edad en la que los jóvenes se inician en el sexo respecto a las generaciones anteriores, que se sitúa entre los 15 y los 17 años. Sólo entre el 2003 y el 2008 ya se ha dado una disminución significativa, y además las chicas están atrapando a los chicos en cuanto a precocidad. Aunque aún existen matices como “la influencia de las ideas religiosas, que las mujeres siguen siendo más conservadoras y que las clases más bajas son más precoces que las altas”, dice González Ramos.

De todos modos esta investigadora advierte que una cosa es que “se retrase la edad en la que se produce la primera relación sexual con penetración y otra que los jóvenes estadounidenses no tengan ningún interés en el sexo”.

Los espacios digitales expulsan lo presencial y provocan la pérdida de habilidades sociales

Y esto también aparece con claridad en la encuesta estadounidense, que indica que, como mínimo en ese país, la masturbación –en el caso de los chicos vinculada a la pornografía– y en el caso de las chicas al uso de vibradores vive momentos de auge. La mitad de las mujeres de EE.UU. dice que lo ha usado como mínimo una vez, y una búsqueda en Amazon arroja 30.000 resultados.

Quizás lo que esté en recesión entre los adolescentes y jóvenes adultos no sea tanto el sexo como mantener relaciones sexuales con otros. Dicho de otra manera, los jóvenes disfrutan del sexo, pero lo hacen de una manera distinta a como lo hacían las generaciones que les precedieron.

En opinión de la sexóloga Isabel Moreno, “lo que sí está cambiando es el modo en que establecen relaciones afectivas y sexuales”. Y aquí la tecnología tiene mucho que ver, en forma de aplicaciones de citas, de sexting y de pornografía digital.

En los últimos años, en palabras de Francesc Núñez, “gracias a los espacios digitales, hemos expulsado lo presencial de las relaciones con los demás y los hemos sustituido por los virtuales”, explica Núñez. “Los jóvenes encuentran muchas ventajas en este modo de relación, porque les permite evitar los conflictos, las decepciones, y tener que exponerse”, dice este sociólogo. Eso sí, en estos espacios de relación no física, “la comunicación es más fácil, pero al mismo tiempo es menos real, y acaban generando problemas de habilidades sociales”, dice Moreno. Pierden, por ejemplo, “la capacidad de flirtear, que siempre es algo más arriesgado, además de una fuente de frustración”, asegura Núñez.

Sin duda, las aplicaciones ofrecen menos incertidumbre. Si la interacción culmina en una cita es porque ambos han mostrado algo de interés, pero han cambiado la forma de ligar y flirtear. Ya no se hace en persona y la creencia de que facilitan el sexo casual no termina de ser del todo cierta.

Tinder asegura que cada día se producen 1.600 millones de deslizamientos hacia la derecha, pero sólo 26 millones de matches. Algunos desembocan en un más o menos breve intercambio de mensajes, pero muchos menos en una relación sexual. Y menos citas quiere decir menos sexo.

De todos modos, esos mensajes a veces subidos de tono, “ya los consideran un encuentro sexual” y muchas veces se acompañan de fotos. El sexting, que es como se denomina esta práctica, no se limita a las apps de citas, y muchas veces se traslada a las de mensajería y redes sociales.

Tinder

En Tinder hay donde elegir, pero tener muchas opciones de elección lleva a la paralización por sobreabundancia, y a que al final no se tenga una cita y por tanto tampoco sexo. Es lo que se conoce por FOBO ( fear of better option en inglés): “El miedo a equivocarnos al elegir paraliza, pero es que además, la posibilidad de tener muchos tipos de relaciones distintas y establecer muchos tipos de juegos sexuales diferentes también produce el mismo temor, porque no terminas de creerte que sea real”, añade Núñez.

Sexo

La pornografía puede hacer que muchos hombres pidan prácticas poco comunes

Por otro lado, ya no es que se casen menos, sino que para esta generación “no es tan importante tener lo que tradicionalmente se ha denominado como relación estable”, dice Moreno. Es innegable que tener pareja ayuda a tener relaciones sexuales, pero para los chicos y chicas de hoy “el placer va por encima de la frecuencia”, añade esta sexóloga.

El problema es que a falta de buena educación sexual, los chicos buscan información en el porno, de fácil acceso en internet. Según Moreno, “los niños entre 8 y 13 años, casi sin buscarla, tienen sus primeros contactos con la pornografía en la red”.

La pega es que “el modelo que ofrece la pornografía no es realista, es pura ficción y hace que los jóvenes tengan ideas poco reales tanto a nivel sexual como de pareja”, explica Moreno.

Como consecuencia, la gente joven está más dispuesta a tener prácticas sexuales prevalentes en el porno, ya sea sexo anal, BDSM o lo que se conoce como ahogamiento erótico ( choaking, en inglés), “pero sin saber si eso es lo que relamente les gusta”, dice esta sexóloga. “El porno es gratificante inmediatamente y cuando mandan las expectativas no conocen de verdad cuál es su respuesta sexual y piden prácticas que no pedirían sin estuvieran más conectados con su sexualidad”, añade Isabel Moreno.

Sin ir más lejos, la edición juvenil de Vogue ( Teen Vogue) publicó, en mayo del 2018, una guía titulada Sexo anal: todo lo que necesitas saber. Y sólo hay que recordar el éxito que fueron tanto los libros como las películas de 50 sombras de Grey.

Algunos estudios sugieren que, en general, puesto que el porno está lleno de actos en los que las mujeres sufren dolor o son denigrantes, esto las puede estar asustando, y reduciendo el número de relaciones sexuales que tienen.

Los hombre lo ven como una puerta de entrada para realizar prácticas poco comunes y es un tipo de sexualidad que las mujeres muchas veces consienten, pero que no les tiene que gustar”

“Los hombre lo ven como una puerta de entrada para realizar prácticas poco comunes y es un tipo de sexualidad que las mujeres muchas veces consienten, pero que no les tiene que gustar”, dice González Ramos.

Está claro que se puede tener buen y mal sexo y, quizás, cuando ellas evitan tener sexo, están evitando en realidad el mal sexo.

Paralelamente a la creciente digitalización de la vida, también existe una potenciación del individualismo que hace que “vivamos un proceso de capitalización de la vida de las personas. Nos hemos convertido en consumidores y en productos que tienen que revalorizarse para poder cotizar en el mercado laboral”, dice Núñez. Esto hace que los jóvenes sientan mucha presión para centrarse en uno mismo, en los estudios, en tener una carrera, labrarse un futuro y dejar de lado las relaciones. Así es difícil pensar en el sexo. Están hiperocupados y el sexo necesita tiempo. “¿Dónde queda aquí el contacto y el sexo?”, se pregunta el profesor de la UOC. “Se ve como una pérdida de tiempo”, responde él mismo.

A fin de cuentas, el sexo es de lo más saludable y la raza humana lo necesita para no extinguirse, pero los individuos no. Podemos morir de hambre, de sed o por falta de sueño, pero aún nadie ha muerto por no tener sexo.

A los ‘millennials’ no les gusta mostrar su cuerpo desnudo

Mientras que son digitalmente despreocupados y no le hacen ascos al sexting , los millennials son mucho más prudentes en público y en general no les gusta mostrarse desnudos. “No les gusta desnudarse, y si vas al gimnasio ahora, todos los menores de 30 años se ponen ropa interior debajo de la toalla, lo que significa un gran cambio cultural,” declaró a Bloomberg Jonas Disend, el fundador de la consultoría de marca Redscout. En este sentido, Rudy Fabiano –un arquitecto especializado en gimnasios– explicó a The New York Times que había muchos de estos establecimientos que estaban remodelando sus instalaciones para adaptar sus vestuarios a esta nueva inhibición de los millennials. Algunos expertos creen que la razón puede estar en la decisión que tomaron, a mediados de los años noventa, muchas escuelas de secundaria estadounidenses de no obligar a sus alumnos a ducharse después de la clase de gimnasia. Cuanto menos tiempo se pasa desnudo, menos seguro se siente uno mismo estando sin ropa.

Otros estudios han correlacionado esta insatisfacción con el cuerpo al uso masivo de internet y de las redes sociales. Por ejemplo, un estudio holandés encontró una correlación directa entre los hombres que ven pornografía y aquellos que muestran preocupación por el tamaño del pene.