El psicólogo Cliff Arnall sugirió, en 2005, que el tercer lunes de enero era el día más triste del año. Sin atender a razones científicas, pero apoyado por un gran engranaje marketiniano, gustó tanto a las redes que en la citada fecha el concepto se viraliza y desencadena una ola de mensajes de motivación para “superar” el día.
Pese a la mala prensa de la tristeza, esta emoción cumple una función importante en nuestra vida, y de la habilidad para gestionarla depende que motive, incluso, un crecimiento personal. “Vivimos en una sociedad donde gran parte de la población aspira continuamente a la búsqueda de la felicidad y, por tanto, rechaza experimentar la sensación de tristeza o malestar”, explica Natalia Martín María psicóloga y directora del Experto Universitario en Psicología Positiva de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).
La psicóloga habla de cómo, llevada al extremo, esta situación se denomina “síndrome de evitación experiencial” y se caracteriza por un rechazo de cualquier sensación, pensamiento o emoción negativa. “Paradójicamente, este estado, le impide a uno disfrutar de la vida, porque las experiencias negativas son inherentes a nuestra existencia”, añade.
Entender
¿Por qué rechazamos la tristeza?
Desmantelados los paradigmas que buscan la felicidad 24/7, la lógica apunta a aceptar la realidad tal cual es y aprender a utilizar las herramientas que ayuden a sobrellevar el sufrimiento.
Experimentar tristeza no es grato para el individuo. Por ello, en lugar de afrontarla, es frecuente que se intente esquivar. “Esto ocurre porque es una emoción desagradable. Pero hay que tener en cuenta que no existen emociones positivas ni negativas, buenas o malas, sino agradables y desagradables, y todas tienen un para qué. Surgen porque hay una necesidad no satisfecha”, comparte la psicóloga clínica Elena Daprá.
Bloquearla, aislarnos, cubrirla con otra emoción (generalmente la ira) o convertirla en autorreproche o resentimiento son las respuestas más comunes al enfrentarse a la pesadumbre que provoca. “Ahora mismo, hay una pérdida de libertad y mucha gente se está sintiendo muy triste, y lo está convirtiendo en una especie de resentimiento hacia diferentes cosas (diferentes bandos políticos, los médicos, los negacionistas, la gente que no lleva mascarilla…)”, comenta Daprá.
Pero intentar escapar de la tristeza acarrea problemas, por ejemplo, la aparición de angustia o ansiedad. “La evitación de todo lo que puede resultar desagradable interfiere en la salud mental, hasta el punto de elevar los niveles de estrés y afectar a aquellos aspectos de la vida que resultan placenteros, como las aficiones, las relaciones sociales o el trabajo”, comparte Martín.
Aprender
¿Para qué sirve?
Para conseguir acoger de forma más amable la tristeza es importante reconocer que cumple una función. “El papel de la tristeza es ayudarnos a asimilar la pérdida y dejar atrás el pasado. Lo hacemos para elaborar duelos, desprendernos de lo que no nos sirve y poder acoger lo nuevo, soltar la tensión y descansar, o para algo tan sencillo como devolvernos la vulnerabilidad”, expone Daprá.
Asimismo, esta emoción básica cumple un rol adaptativo, ya que moviliza al individuo para pedir ayuda. “Nos sirve para evitar el aislamiento ante situaciones difíciles, fomentando los vínculos afectivos o ayudando a reparar relaciones que se habían deteriorado”, sugiere Martín.
Por otra parte, desde la tristeza el ser humano desarrolla la capacidad de resiliencia o adaptación ante situaciones adversas. “El sufrimiento es parte de la vida. Por lo tanto, lo primero que podemos hacer es aceptarlo y después, sacar partido de ello”, añade la profesora de la UNIR.
Aprender a priorizar es otro de los aspectos que se pueden desarrollar desde la tristeza, ya que esta emoción permite poner en valor las cosas que realmente son importantes para el individuo. “Surge por una pérdida de algo que nos importaba. Nos recoloca e invita a priorizar. Eso es un aprendizaje bueno”, matiza Daprá.
Herramientas
Cómo aprender a sobrellevarla
Sobre el papel la función de la tristeza es reconocible, pero cuando la emoción golpea, realmente es difícil acogerse a ella. No obstante, mantener una actitud abierta y flexible es la base para superarla. Estas son otras herramientas con las que trabajar desde ella.
Reconocer la tristeza
El primer paso para gestionarla con éxito es identificarla. Aunque pueda parecer obvio, muchas veces esta emoción se camufla bajo otras. “Es importante no pensar que estoy enfadado cuando realmente estoy triste. Necesito sentirlo y respirarlo. No se puede huir, ni salir corriendo porque nada la hará desaparecer”, advierte Daprá.
Sentir el malestar
Es importante tomarse un tiempo para aceptarla y sentir el malestar que a veces tratamos de evitar. “Gracias a ella podemos fomentar el autoconocimiento y la búsqueda del sentido de la vida, haciendo balance de lo que queremos que permanezca y de lo que podemos prescindir, ya sean bienes materiales, hábitos o personas si estas no nos aportan nada positivo y no nos dejan avanzar hacia nuestras metas”, dice Martín.
Ser consciente de que también pasará
Como mantiene Martín: “Debemos aceptar el dolor y el sufrimiento como un proceso más de la vida, concedernos el tiempo suficiente para experimentarla, y darnos cuenta de que tras la tormenta, siempre viene la calma”. Y la tristeza, también pasa.
Confiar en la emoción
La sensación aparece con un objetivo y, para que se cumpla, el proceso que desencadena debe respetarse. “Hemos de confiar en lo que aprendemos a través de la tristeza, nos ayuda a volver a recolocar nuestro mundo”, señala Daprá.
Pedir ayuda
Es importante dejarse acompañar en la tristeza. Para ello, se necesita una red de apoyo social de calidad. “Aunque sea pequeña, nos ayudará a sentirnos mejor y a aumentar nuestro bienestar psicológico”, recomienda Martín.
Aprender y evolucionar
Pese a lo incómodo que pueda resultar verse inmerso en un episodio triste, esta emoción puede revelar información valiosa a escala individual. Según indica Daprá: “Hay una cosa muy interesante que puede surgir cuando hay pérdidas. Al final del proceso (por ejemplo, de un duelo) aparece un tipo de crecimiento personal. Esto se deriva de una sensación de serenidad, calma y puesta en valor de las prioridades personales. Gracias a ello, es posible desarrollarse personalmente y a otros niveles”.