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Rebeldes con causa: ¿Por qué es bueno que los jóvenes nos cuestionen?

Claves Soma

Los jóvenes han de cuestionarse y descubrir cuál es su camino en la vida

wundervisuals / Getty Images

La juventud es tiempo de rebelión, una etapa de la vida en la que cuestionar, dudar y desafiar al orden establecido. Nacemos flexibles y la educación nos vuelve rígidos mediante códigos éticos, académicos y económicos que construyen un personaje que no reconocemos. Todo obedece a la voluntad del sistema o el modelado bien intencionado de unos padres. Pero ¿qué hay de ti? ¿quién eres y a dónde vas? ¿Cuál es tu camino? Esas son preguntas existenciales que todos los jóvenes se han planteado alguna vez.

Necesitamos que los jóvenes sigan siendo rebeldes porque la juventud es un momento clave en la formación del ser humano. Ahí es donde forjamos el modelo de persona que vamos a ser. Sólo obedeciendo y viviendo en lo establecido no vamos más allá de la zona de confort. Si todos los jóvenes hicieran eso, la sociedad no avanzaría y nosotros como personas no maduraríamos individualmente. La obediencia aborrega, la rebelión despierta.

Los jóvenes deben cuestionarnos porque los adultos sólo sabemos de normas, miedos y obligaciones. Queremos tenerlo todo controlado. En cambio, ellos son libres, vitalistas y espontáneos.

Para los padres no siempre es fácil entender la conducta de los hijos

CREATISTA / Getty Images/iStockphoto

Durante la juventud hay que vivir la vida al instante, sin aliento, más allá de la represión. Este es el espíritu de À bout de Souffle (Godard, 1960) –traducido como Al final de la escapada–, un clásico de la Nouvelle Vague francesa, un movimiento cinematográfico en la que un puñado de jóvenes desafiaban a la sociedad establecida con bocanadas de libertad.

Lo mismo hacía Jack Kerouac, al otro lado del Atlántico, con su trascendental novela On the roadEn el camino, en castellano– (1957): “La única gente que me interesa es la que está loca, la que está loca por vivir, por hablar, ávida de todas las cosas a un tiempo, la gente que jamás bosteza o dice un lugar común… sino que arde, arde, arde como antorchas en mitad de la noche.”

Juventud significa transgredir, salir de lo común y brillar con intensidad en busca de tu camino. No es cuestión de ser quien otros desean, sino de ser tu mismo. Si un joven no cuestiona, no duda o deja de cruzar el umbral para ir en busca de la aventura, cuando envejezca echará en falta muchas cosas.

La obediencia aborrega, la rebelión despierta

Kerouac y los miembros de la generación Beat fueron uno de los primeros modelos de rebelión cuando la juventud pasó a convertirse en estrato social, a mitad del siglo XX. Antes, esta etapa de la vida ni existía. Nacías y crecías para convertirte en adulto y trabajar. La opulencia de la postguerra en Norteamérica provocó la explosión demográfica de los baby boomers y las universidades se llenaron de jóvenes con tiempo libre y poder adquisitivo. Mientras la mayoría eran convertidos en golden boys del fútbol americano y rubias cheerleaders, otros plantaban cara con posturas disidentes.

Miembros de la generación Beat como Jack Kerouac, Alen Ginsberg o William Burroughs, salieron de las aulas y el hogar paterno para vivir en la carretera, experimentando con sexo, drogas y formas de creación autobiográficas que hablaban de sus inquietudes. En Inglaterra, los iracundos Angry Young Men hacían lo propio desde el teatro y el cine. Coincidieron en un encuentro en el Royal Albert Hall en 1965, cuando Ginsberg volvió a recitar los versos de su esencial poema Aullido: “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriendo histéricas y desnudas arrastrándose por las calles al amanecer… ¿Qué esfinge de cemento y aluminio abrió sus cráneos y devoró sus cerebros y su imaginación? ¡Moloch! ¡Soledad! ¡Inmundicia!”

Moloch era el monstruo de un sistema capitalista y tecnocrático que había planificado la vida de los jóvenes para que siguieran el sueño americano. Hoy el american dream es universal. Estudias, consigues un trabajo, te casas, obtienes un cargo importante, tienes hijos, te compras un coche y una casa pareada. Un día te jubilas, cobras tu pensión y mueres. Todo previsto, sin sobresaltos, estable. Pero ¿y si no estás de acuerdo? ¿Y si quieres ser libre, si te sales del camino?

Si un joven no cuestiona, no duda y no trasgrede, cuando envejezca echará en falta muchas cosas

Es preciso que nuestros jóvenes sean rebeldes con causa para salirse de este capitalismo de vigilancia en el que vivimos. Cuestionar, pensar o actuar por sí mismos son herramientas de la juventud para evitar que te sorban el cerebro y te conviertan en un zombie walking dead. El inconformismo es un derecho y la libertad una necesidad vital.

¿Cuántas veces los padres somos incapaces de comprender lo que pasa por la cabeza de un hijo? ¿Es la exigencia y rigidez académica el mejor modelo para conectar con su creatividad, punto de vista o estilo de vida? La juventud es la etapa vital en la que descubrir la propia identidad. Cuando uno no la encuentra, cuestionando y rebelándose, se inspira en modelos o arquetipos ajenos. Así surgieron las bandas, anónimas y etiquetadas según su vestuario o gustos musicales. Rockabillies, Moods, Heavies, Punkies, Hipsters…

Iconos de rebelión

Es bueno recordar ciertos iconos clásicos de rebelión, ahora que no parecen abundar. Tanto el cine como la música han forjado ilustres rebeldes. James Dean fue el Rebelde sin causa (Ray, 1955) que se enfrentaba a sus padres por la incongruencia de unos valores que ellos mismos traicionaban. El ansia competitiva que el sistema alentaba, había acabado con la vida de un joven.

Poco antes, Marlon Brando era el motero Salvaje (Benedek, 1953) que violaba la tranquilidad de una población californiana convocando una carrera por la supremacía entre bandas rivales. El chico malo seducía a la buena chica de provincias, como años más tarde Jim Morrison, líder del grupo The Doors, hizo con las jóvenes del planeta siendo más lascivo que los cándidos Beatles. Elvis Presley agitó sus caderas y Mick Jagger puso los morros sensuales del rock.

James Dean protagonizó la película ‘Rebelde sin causa’ y se convirtió en icono de la rebeldía juvenil

Agencias

Eran los tiempos en los que los jóvenes quisieron cambiar el mundo, cuando Morrison cantaba ¡Queremos el mundo y lo queremos ahora! Sin embargo, el joven presidente Kennedy fue asesinado, al igual que su hermano Bobby. Los hippies creyeron en la utopía al final de los sesenta pero llegó la respuesta del sistema, con cargas militares en las calles y universidades de Norteamérica. Mientras, Europa vivía su Primavera de Praga y el Mayo del 68. Historias de realidad rebelde que acabaron con la muerte de muchos iconos, como Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison o John Lennon. Unos acribillados a la puerta de su casa, otros víctimas de la droga o el suicidio, en una historia que se repite con Kurt Cobain o Amy Winehouse.

La rebelión se tiñó entonces de la sombra del no future de los punks: háztelo tu mismo porque el mundo no va a cambiar y aquí no hay futuro. Postura radical a golpes de codazo y estridencias musicales sin escuela, con unas letras abrasivas. Pelos de pincho, chupas de cuero negro e imperdibles que bebían de la Velvet Underground, Patti Smith, o los New York Dolls.

Todo esto antes de que llegaran los góticos Joy División, The Cure y seguidores postreros como Marilyn Manson. La rebelión oscura, nostálgica y decadente que retomaba la postura de Rimbaud y Baudelaire, poetas malditos del simbolismo francés del XIX.

Siempre ha habido rebeldes con causa y son muchos los caminos de rebelión. Por eso me extraña que hoy día no los sepamos ver. Tal vez se presentan bajo otros modelos, o han quedado difuminados en la red, aunque sospecho que es el sistema quien no quiere iconos rebeldes. Interesa la obediencia.

Algunos filósofos o sociólogos como Josepth Heath y Andrew Potter –autores de Rebelarse vende– dicen que la rebeldía contracultural se convirtió en mercancía a finales del pasado siglo.

Otros, como Greil Marcus (Rastros de carmín, Like a Rolling Stone) o el combativo Slavoj Zizek (La revolución blanda, Pandemia), no dejan de creer en la rebelión. Yo soy de la escuela de éstos últimos. Es bueno que los jóvenes nos cuestionen y no se crean nada. El otro día cuando vi a Matt Dillon en el Festival de San Sebastián pensé en aquel Rusty James de La ley del calle (Coppola, 1983), que nos enseñó que los jóvenes dejan de pelearse cuando los liberas de entornos represores.

Matt Dillon presentó en el Festival de San Sebastián ‘El gran Fellove’, un documental sobre el olvidado cantante afrocubano Francisco Fellove

ANDER GILLENEA / AFP

Cada generación tiene sus ídolos, y también es bueno poder seguir sintiendo los aires de rebelión de héroes caídos como Bob Dylan, Che Guevara o Kurt Cobain, como modelos de inspiración de nuevos jóvenes rebeldes.

No hay que ser pesimistas pese a la aparente ausencia iconos de rebelión contemporáneos. Estudios y encuestas recientes dicen que la nueva Generación Z (los nacidos con posterioridad a 1993) son más rebeldes que los Milennials. Viven sin compromiso, metidos de lleno en el uso masivo de las redes. Como sus antecesores, son nativos digitales y cada vez están más distantes del sistema. Quieren cambiar el mundo, se van a vivir al campo, prefieren alquilar a comprar y detestan el trabajo fijo. Los tiempos pueden estar cambiando…