Elsa Punset (Londres, 1964), licenciada en Filosofía y Letras, máster en Humanidades, máster en Periodismo y máster en Educación Secundaria, recalca que, educar en el cuidado a los demás, la compasión y la generosidad, hará a los niños más fuertes porque sabrán como respetarse, cuidarse y protegerse a sí mismos.
Como una de las principales figuras en todo el mundo para la divulgación de la inteligencia emocional (IE), Punset, imparte conferencias y dirige el Laboratorio de Aprendizaje Social y Emocional para la aplicación de la IE en procesos de toma de decisiones y de aprendizaje tanto de adultos como menores. “Ninguna emoción es buena o mala, depende de cómo se gestiona y expresa. El miedo puede ser una emoción positiva si sirve para avisarnos de que un coche va a atropellarnos. Un niño puede expresar cualquier cosa, siempre que lo haga sin agredir la libertad y la seguridad de los demás”, confirma.
Vivimos vidas artificiales y estresantes que amenazan nuestra supervivencia como especie y nos llevan a vivir contra nuestros instintos y naturaleza
Es autora, entre otras obras, de Una mochila para el universo, El libro de las pequeñas revoluciones, así como de la colección de cuentos infantiles para niños a partir de los 4 años, Los Atrevidos publicada por Beascoa, dirigida a ayudar a los más pequeños y a conocer y utilizar sus emociones. El 7 de noviembre publicará la décima entrega Los Atrevidos en el Bosque Mágico, donde habla de los problemas que la crisis climática y la desconexión de los humanos con la naturaleza genera en los menores. “Vivimos vidas artificiales y estresantes. Vivir alejados del mundo natural tiene un alto precio emocional, psicológico y social, porque no solo amenaza nuestra supervivencia como especie, sino que nos lleva a vivir contra nuestros instintos y nuestra naturaleza intrínseca”, subraya Punset.
Los niños reaccionan a lo que les suceda mediante las emociones. ¿Cómo pueden ayudarlos los padres en ese proceso de sentir?
Ha puesto el dedo en la llaga de dos retos importantes: cómo aprendemos de nuestros padres y cómo gestionamos nuestras emociones. Contrariamente a lo que solemos creer, los padres no enseñamos a nuestros hijos hablando de forma abstracta y aspiracional (“deberías ser” o “hacer esto o lo otro”), sino con lo que hacemos cada día, con lo que somos de verdad.
Tu hijo te va a imitar, porque los humanos, más aún que otros grandes primates, aprendemos por imitación. El riesgo con la imitación es que imitas lo bueno, y lo malo también. Por eso es tan importante que las escuelas, para compensar, puedan ofrecer no solo lo obvio -como es el aprendizaje de habilidades lingüísticas y matemáticas- sino también el aprendizaje de las habilidades emocionales que necesitamos para vivir en un mundo que, por mucha suerte que tengas, a menudo será complejo, contradictorio y doloroso.
¿De qué modo pueden contribuir los cuidadores principales del niño a que se enfrente por sí mismo a sus emociones sin intervenir o dirigirlo a cada momento?
Me parece útil e inspiradora la cita del filósofo Goethe, cuando dice que hay dos cosas que los padres deben dar a sus hijos: raíces y alas. Las raíces les dan una pertenencia física y afectiva, una seguridad que les permite desarrollar poco a poco las alas, que a su vez le llevarán a experimentar y arriesgarse.
El equilibrio es a veces complicado de gestionar, porque la infancia y juventud de un niño es muy larga. La adolescencia es una etapa apasionante, pero tiene poco que ver con el cuidado tan intensamente físico y protector que los padres dábamos en los primeros años de vida.
Educar (acompañar y guiar) te obliga a adaptarte. Al principio de su vida, eres el referente del niño, pero con el tiempo le irás soltando de la mano, transmitiéndole con tu amor incondicional que puede alejarse y volar solo, sin perderse y sin perderte.
Nadie está suficientemente presente en estos tiempos que vivimos. Nuestros hijos son una generación de conejillos de indias de las redes sociales
¿Se da, desde los centros educativos, suficiente importancia a la educación emocional?
Estamos progresando, pero no todos pueden ir a la misma velocidad. Algunos centros educativos se esfuerzan por incorporar las habilidades emocionales y sociales en el día a día, pero dependen en buena medida de un sistema que no había contemplado este tipo de aprendizaje, no ha formado a los profesores para asumirlo, y, además, exige un gran esfuerzo para enriquecer un currículo ya saturado de actividades y exigencias.
Debemos seguir reclamando la transformación del sistema educativo para que eduque al niño en cabeza, corazón y manos.
Hoy en día, con el trabajo, las obligaciones..., ¿está de acuerdo que no siempre se consigue estar al cien por cien disponible emocionalmente para los hijos?
Nadie está suficientemente presente en estos tiempos extraordinarios que vivimos. Estamos viviendo los veinticinco años más privilegiados de la historia de la humanidad, pero la otra cara de la moneda es que hemos creado un sistema de vida que nos predispone a vivir presos de la ansiedad, la envidia y la distracción.
Nuestros hijos son una generación de conejillos de indias de las redes sociales y de la irrupción de las nuevas tecnologías, y eso, que trae grandes oportunidades, también está generando serios problemas de salud mental a adultos, jóvenes y niños.
Pienso que, en los próximos años, con la presión que va a ejercer la llegada inminente de la revolución de la inteligencia artificial y de la crisis climática, vamos a replantearnos seriamente nuestras prioridades y ajustar nuestra forma de vivir.
No sirve de nada poner freno a la emoción, poner el semáforo en rojo; de hecho, es contraproducente
¿Se dirigen los padres de una forma acertada a sus hijos cuando les dicen “no llores que ya eres mayor” o “eso que te ha pasado no es tan importante”?
Cuando trabajo con colectivos que atienden a personas estresadas (sanitarios y trabajadores sociales), incluyamos a padres y madres …, siempre les hablo del semáforo de las emociones. Cuando viene alguien a quejarse, enfadado, ¿verdad que no funciona decirle que no tiene razón o que lo que dice no tiene importancia? No sirve de nada poner freno a la emoción, poner el semáforo en rojo; de hecho, es contraproducente.
¡Pon el semáforo en verde! Dile a esa persona que lo sientes. A veces me dicen, “¿Por qué he de decirle que lo siento' ¡Si yo no he hecho nada!”. Si le dices que lo sientes, no le estás diciendo que eres culpable, le estás diciendo que le escuchas, que estás ahí. Eso es la empatía, y es nuestra forma humana de conectar con los demás.
No siempre puedes solucionar o curar el dolor de los demás, pero siempre puedes cuidar y acompañar, sentir con el otro.
¿Deben los padres compartir con sus hijos aquello que les afecta o les hace sentir mal? Haciendo esto, ¿qué ejemplo les darán?
Depende del estado de desarrollo emocional y cognitivo del niño y de tus circunstancias. A veces, no puedes cargar a un niño con determinada información o problemas. Otras veces, no tienes más remedio que compartir el dolor sincero de estar triste, decepcionado o de tener que asimilar una pérdida. Haciendo esto le estás enseñando a tu hijo o hija cómo deben lidiar con emociones o circunstancias difíciles cuando les toque.
En el otro extremo de la balanza, conozco a padres bienintencionados que les dicen a sus hijos “¡Búscate la vida!”, “¡La vida es dura!” …, porque creen que tienen que prepararlos para lo peor. Me gustaría recordarles que lo que más nos ayuda a superar los obstáculos es al amor de los demás y la capacidad de mirar al futuro con esperanza, es decir, el optimismo. Dotar a tu hijo de recursos para el amor, el optimismo y la esperanza le protegerá a lo largo de toda su vida.
Asegúrate de que en casa hay tiempo no solo para lo urgente y lo imprescindible, sino también para las risas, la alegría, la atención plena, el cariño y la curiosidad. De esta forma, tus niños crecerán con menos miedo, más abiertos a comunicarse, a explicar, a preguntar… y a sentirse bien.