Alguien dijo una vez que la empatía es la capacidad de encontrar ecos de otra persona en uno mismo. Nunca tanto como ahora se hizo tan necesario enseñar a los niños a ser capaces de encontrar esos ecos. Los padres solemos preocuparnos por multitud de cosas. De hecho, quizá ese es el primer “superpoder” que nos brota de forma espontánea en cuanto tomamos en brazos a nuestro retoño por primera vez.
¿Estará comiendo bien? ¿Será normal que llore tanto? ¿Y el color de esa caca? Las preocupaciones van cambiando con la edad, pero, o al menos eso cuentan los más veteranos, nunca desaparecen del todo: ¿le estaré consintiendo demasiado por cogerle en brazos para dormir? ¿Tendrá edad ya para vestirse solo? ¿Es normal que quiera abrirse tan pronto una cuenta de Tiktok? ¿Por qué le cuesta tanto compartir sus juguetes?
La empatía puede parecer un concepto algo vago o confuso. Mucha gente cree que un niño empático es igual a “niño fácil” o “de buen carácter”. También puede que hayamos oído eso de que la persona empática es capaz de “ponerse en tus zapatos”. La primera vez que intenté explicarle a mi hija esta idea su respuesta me hizo darme cuenta de que debía encontrar otra manera de exponerla: «Vale, pero, ¿cómo son esos zapatos? ¿De qué color? ¿Pueden ser de tacón?» Sus tres preguntas me hicieron pensar en las tres dimensiones de la empatía, a decir de los expertos:
Tres tipos de empatía
- Comprender la perspectiva del otro (empatía cognitiva)
- Sentir lo que la otra persona siente (empatía afectiva)
- Sentir el impulso de ayudar (empatía compasiva)
¿Cómo explicar un concepto tan complejo a un niño pequeño? La mejor herramienta que se me ocurrió para hacerlo fue conversar. Aunque cuando pensamos en conversar con un niño también solemos confundirnos. La mayoría de nuestras charlas, metidos de lleno en la vorágine del día a día, pasan por las cosas prácticas (¿era mañana la excursión del cole?), por dar instrucciones (acábate la verdura) o por darles lecciones acerca de cualquier cosa (no te pelees con tu hermana). Y es cierto que necesitamos que al final del día haya un poco de paz en casa, que se hayan lavado los dientes, hayan comido medio bien y se hayan puesto al día con la lectura del colegio.
Pero si lo analizamos de cerca, nos daremos cuenta de que la mayoría de nuestros intercambios verbales con los niños gira alrededor de estas cosas, cosas que, muy probablemente, no van a convertirles en seres humanos más empáticos. ¿Y por qué es tan importante que lo sean? La empatía es mucho más que ser alguien “majo” o amable con los demás. Ser empático es algo así como estar abierto al mundo, dejarse tocar por él. No solo por las emociones negativas, sino también por las positivas, pues también es posible empatizar con la felicidad de otra persona. Al hacerlo nos sentimos conectados a los demás, comprendidos y amados. Y nuestras relaciones, mágicamente, mejoran.
Depósito de empatía
Los niños se dejan envolver por su burbuja de emociones, en la que no queda espacio para darse cuenta de los sentimientos ajenos
Las criaturas tienen una capacidad natural para la empatía pero que la posean no significa que necesariamente vayan a desarrollarla. Para hacerlo necesitan del acompañamiento adulto. Igual que llenamos el depósito de gasolina, también necesitamos ayudar a los niños a llenar su depósito de empatía. Y es en nuestros diálogos con ellos cuando podemos ayudarles más a reconocer esta capacidad y hacerla crecer.
En nuestra sociedad hipercompetitiva, que pone el foco en los resultados, a los más pequeños les resulta más difícil que antes pensar en los demás. Circula a menudo una especie de mentalidad del “que cada palo aguante su vela”. Los niños se dejan envolver entonces por su propia burbuja de emociones, en la que apenas queda espacio mental para darse cuenta de los sentimientos ajenos.
Y es que, cuando tienes mucha presión para hacer las cosas bien, es difícil que te detengas por el camino a captar sentimientos. Y si estás más preocupado por cómo te van a juzgar es más difícil que te decidas a ayudar. Por si fuera poco, la exposición temprana a las pantallas no ayuda demasiado. Diferentes estudios han mostrado la relación entre el uso de teléfonos móviles y tablets con una caída de la capacidad de los niños y adolescentes para descifrar el lenguaje no verbal, clave para conectar con los demás y manifestar empatía.
Pautas
¿Cómo fomentar entonces conversaciones que les ayuden a madurar esta capacidad?
Empieza a hablar cuanto antes
Para ayudarle a desarrollar su empatía debes empezar a conversar con él incluso antes de que sepa hablar. Cuando estás sintonizado con las necesidades del bebé y respondes a ellas sin hacerle esperar de forma innecesaria estás estableciendo un tipo de conversación empática; cuando pones palabras a sus emociones porque imaginas cómo puede estarse sintiendo o lo que puede estar pensando también estás enseñándole cómo se hace.
Poned nombre a las emociones
A medida que crecen, las criaturas necesitan poder nombrar sus sentimientos. Puede ser útil crear juntos un cuadro que colguemos en un lugar visible en el que distingamos emociones y necesidades, y usarlo cuando sea necesario. Si por ejemplo el niño está enfadado, podrá encontrar en el apartado de las emociones la palabra “enfado”, y en de las necesidades quizá “sueño” o “hambre”. Este tipo de cuadros pueden funcionar bien a partir de los tres años y ayudan a los pequeños a familiarizarse con el vocabulario emocional.
Sé un espejo
Sintoniza con las señales de tu hijo y haz de espejo de sus emociones. «¿Tienes hambre o estás cansado?» puedes preguntarle a un bebé, y a continuación: «Vamos a ver si necesitas un poco de leche». Con niños en edad escolar podemos prestar atención a su lenguaje corporal, sin juzgarlo: «Veo que tienes mucha energía hoy» o «Estás más callado de lo normal». Cuando hablamos sin juicio dejamos que los más pequeños se abran a sentirse. Eso les ayuda también a poner los fundamentos para, cada vez más, hacer lo mismo con los demás.
Utiliza las historias
La ficción es una ventana hacia otras vidas, otros pensamientos, otras formas de ver el mundo. Elige un libro o una película y pregúntate en voz alta cómo se siente cada personaje y por qué. Utiliza preguntas de exploración como: «¿Habrías hecho lo mismo que ella?» «¿Qué reacciones te han sorprendido más?» o «¿Con quién te identificas?»
Acepta las emociones fáciles y las difíciles
Es especialmente importante no ignorar o querer cortar de raíz los sentimientos negativos de los niños. Los padres quieren que sus hijos sean felices, pero esto no se logra poniendo el foco solo en los sentimientos positivos. Al hacerlo, les mandamos un mensaje sutil pero poderoso: los otros sentimientos no están permitidos y, de algún modo, son peores. Cuando algo no se expresa se estanca, y ello puede llevar a los más pequeños a sentirse culpables e incluso a sufrir ansiedad. Si un niño, por ejemplo, nos dice que ir al dentista ha sido una experiencia horrible, en lugar de decirle que no ha sido para tanto podemos intentar que hable y nombre lo que ha sentido, y también que evalúe cuál fue su reacción, ayudándolo a situarse en una posición de fortaleza y no como una víctima. Dejemos espacio con nuestras preguntas para que se expresen: «¿Y qué más pasó?», y validemos su experiencia y sus sensaciones: «Sí, te pincharon, te hizo daño y lloraste. Debió de darte mucho miedo. Pero también fuiste muy valiente».
Enséñale a tomar riesgos que estén a su alcance
Esto se puede hacer enseñándoles a relacionarse o a ayudar a los demás de formas que quizá de entrada no se les ocurren. De este modo, les ayudamos a fortalecer sus músculos empáticos. Por ejemplo, quizá podrían acercarse a un compañero de clase que siempre está solo, o podrían preguntar si quiere unirse al juego a alguien que mira pero que no parece atreverse a pedirlo. Ayúdale a decidir qué tipo de acciones y estrategias encajan con sus personalidades, y evita forzarles.
Evita ciertas expresiones
En especial aquellas que alejan la empatía de la conversación como: «No deberías sentirte mal por eso» o «¿Vas a llorar por esa tontería?» o «Debería darte vergüenza pensar eso» o «Nadie ha dicho nada parecido antes».
Busca tu propia estrategia
Si a tu hijo le cuesta hablar de sus sentimientos utiliza alguna de estas estrategias:
• Ofrece opciones: «¿Te sentiste más así o así?»
• Haz una pregunta más sencilla, centrada en sus experiencias. En lugar de «¿Cómo te sentirías si pasara tal cosa?» puedes preguntar: «¿Cómo te sentiste cuando paso tal cosa ayer?»
• Ofrece un ejemplo de tu propia vida. «Me decepcioné por no poder quedar con mi amiga la semana pasada. ¿Por qué cosas te has decepcionado tú?»
• Sugiere una emoción que te parezca que está sintiendo y comprueba con él si es así. «Me parece que estás enfadado. ¿Puede ser? ¿O es enfado mezclado con otra cosa?»
• Ayúdalo a ver cómo el cuerpo siente las emociones. «Cuando me decepciono siento algo pesado en mi estómago. A veces me pongo roja. ¿Qué le pasa a tu cuerpo cuando te decepcionas?»
• Revisita algún asunto o comentario reciente: «Me acuerdo de que esta mañana me hablaste de ese niño que te da miedo. Cuéntame más».
• Explora el punto de vista del niño: «Dices que no quieres ir a casa de la abuela. ¿Me quieres contar por qué?»
• Haz pausas. «Me parece que ya estás cansado de hablar. ¿Nos tomamos un descanso?»
• Anímale a explicar lo que necesita. «¿Qué te ayudaría ahora mismo a sentirte mejor? ¿Crees que una siesta/abrazo/charla te iría bien?»