El derecho perdido al juego
Dos investigadores españoles denuncian ante la ONU el problema del déficit de actividades lúdicas entre los niños
El juego no debe ser ninguneado, porque infancia y juego son indisolubles y no pueden llevarse a cabo políticas de la infancia sin tener presente el derecho del niño al juego. Sin embargo, estamos ante un derecho olvidado, casi perdido, porque la mayoría de estados –incluido los considerados más avanzados– contravienen el artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño, que recoge el derecho al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas”. Estas declaraciones de Jaume Bantulà resumen la preocupación que este investigador de la Universitat Ramon Llull y su colega de la Universitat de Valeècia Andrés Payà expresaron ayer a los miembros del Comité de los Derechos del Niño (CRC) de la ONU en relación a la disminución del juego infantil.
Ambos académicos, miembros del Observatorio del Juego Infantil, denunciaron ante este organismo –reunido en Ginebra–, la falta de interés que muestran los estados miembros a la hora de hacer realidad los derechos del niño al juego y al esparcimiento, y también llamaron la atención sobre la laxitud del propio comité a la hora de exigir mejoras en el cumplimiento de unos compromisos que todos los países asumieron al firmar la convención. Bantulà y Payà argumentaron y avalaron sus críticas con los resultados del proyecto Siderju, del que son investigadores principales, que ha permitido formular un sistema de indicadores para evaluar de forma objetiva cuál es el grado de cumplimiento del derecho del niño al juego desde que se aprobó hace casi 30 años, y el impacto de la entrada en vigor en el 2013 de la denominada “observación general 17”, en la que se instaba a los gobiernos a intensificar la defensa de este derecho. “En dos terceras partes de los 111 informes que los estados remitieron al CRC entre 1992 y 2013 para explicar la situación de la infancia en su país no se hace mención alguna al derecho al juego; pero es que en el 90% de las observaciones del CRC a 110 de esos informes tampoco”, explica Bantulà. Y añade que las cosas tampoco han mejorado mucho desde el 2013: el 70% de los informes remitidos desde entonces siguen sin referirse al derecho al juego y sólo el 27% de las respuestas del comité lo hacen.
Bantulà: “La mayoría de estados contravienen el artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño”
Los investigadores constatan en su informe que hay unos pocos países –Alemania, Austria, Bélgica, Canadá, Irlanda, Países Bajos, Suecia o Reino Unido– con buenas prácticas sobre el juego infantil, pero la mayoría contraviene la obligación de cumplir el artículo 31. Subrayan que es común olvidar las políticas lúdicas en las políticas públicas sobre la infancia, así que la promoción del juego –tanto en lo que se refiere a espacios como a tiempo, materiales y compañeros– carece de medidas legislativas y financieras en la mayoría de países.
Los indicadores del proyecto Siderju muestran avances del juego en el ámbito escolar –aunque todavía se le atribuye poca importancia en los planes educativos–, pero evidencian que se le concede escasa relevancia en el ámbito familiar. “Una sociedad en la que se busca utilidad a todo, en la que todo lo que uno hace debe servir para algo, es evidente que no propicia el juego ni espacios para que los niños jueguen”, apunta Imma Marín, pedagoga y fundadora de Marinva.
Petra M. Pérez, experta en educación y también miembro del Observatorio del Juego Infantil, subraya que el problema es que el juego se considera “el lujo de los derechos del niño”, de modo que en países donde los menores tienen carencias importantes de escolarización, vivienda o alimentación, ni se plantean proteger el juego, porque además consideran que los niños ya juegan de forma natural. “Y en los países avanzados, el juego se da por supuesto porque los niños están rodeados de juguetes y los padres no ven necesidad de más, piensan que ya ‘pierden’ mucho tiempo, aunque la cuestión relevante es que tengan espacios, tiempo y niños con quien jugar”, afirma Pérez.
Pérez: “No se trata de estar rodeados de juguetes; lo relevante es tener espacios, tiempo y niños con quien jugar”
Bantulà admite que preocuparse por el juego puede parecer un lujo cuando en muchos lugares los niños son víctimas de guerras, desnutrición, violencia o maltrato, “pero precisamente es en situaciones de vulnerabilidad cuando tiene más sentido proteger ese derecho, por ejemplo previendo actividades lúdicas en los campos de refugiados”.
Pedagogos y pediatras no dejan de advertir que los niños de hoy tienen un déficit de juego, sobre todo de juego espontáneo y al aire libre, y que eso lastra su desarrollo y afecta a su salud física y mental actual y futura. “La sociedad no termina de entender que el juego no es para que disfruten –aunque la diversión vaya implícita en él– sino para que crezcan sanos, porque mientras juegas estás aprendiendo, te estás desarrollando como persona, ejercitando la curiosidad, la autonomía, consolidando la autoestima, tomando decisiones, formando el carácter y aprendiendo unos valores que necesitan para la sociedad líquida en que vivimos”, señala Marín. Y Pérez enfatiza que ese desarrollo de la autonomía personal que proporciona el juego espontáneo también sirve para que los niños se socialicen, desarrollen una conducta prosocial y aprendan a ser ciudadanos.
Bantulà subraya que para recuperar este juego hace falta la implicación de las administraciones. “Pero no basta con que las ciudades diseñen más plazas con parques infantiles; hace falta un plan más holístico, que tenga en cuenta el tiempo de juego y los compañeros de juego, pero también el problema de los horarios laborales y de la conciliación”, reflexiona. Pero los expertos admiten que para diseñar este tipo de planes y medidas realmente efectivas primero hace falta objetivar y conoce bien cuál es la realidad del juego infantil, porque apenas hay indicadores sobre esta actividad. De ahí el interés que despierta el proyecto Siderju, y el sistema de indicadores que promueve, de cara a que los responsables de velar por las políticas de infancia puedan tener una radiografía realista y diagnosticar el estado del derecho al juego en el ámbito donde tengan responsabilidad.
Las claves del declive
Sobreprotección. La mejor manera de arruinar el juego infantil, según los expertos, es que los adultos supervisen, halaguen o intervengan. Y eso es lo que hacen hoy un gran número de padres.
Falta de tiempo. Las extensas jornadas escolares y extraescolares que rigen las agendas infantiles para ajustar sus horarios con los de sus padres apenas dejan tiempo para el juego libre.
Tecnología. El móvil y demás gadgets tecnológicos colonizan el juego en casa y en los patios escolares, y consumen gran parte del escaso tiempo libre que tienen.
Urbanismo. En las ciudades, fuera de parques y zonas de recreo (que no siempre invitan al juego creativo), los niños molestan.
Inseguridad. Atropellos, drogas, agresiones… Son muchos los riesgos que amenazan la integridad de los niños en unas ciudades despersonalizadas donde a menudo no se conoce ni a los vecinos y donde los amigos de escuela a menudo no viven cerca.
Demografía. Cada vez hay menos niños en casa, en la familia, en los edificios, en los barrios y en los pueblos, y por tanto son menos las oportunidades de encontrar compañeros de juego en el vecindario, en los parques y en las reuniones familiares.