Nada menos que 42 años tuvo que vivir Paulina Blanco en el armario. Desde 1963, cuando, con 14 años, descubrió que era lesbiana, hasta 2005, cuando, gracias a la a Ley de Matrimonio Homosexual, pudo, por fin, casarse con Encarnita, su pareja de toda la vida.
Más de cuatro décadas en las que tuvo que convivir a diario con la homofobia. Cuando, por ejemplo, estudiando pedagogía, decidió ir al psiquiatra, porque, por entonces, la homosexualidad era una enfermedad mental (la OMS la eliminó del correspondiente listado en 1990); “tenía bastantes problemas para aceptarme porque era cristiana, católica y practicante”, recuerda, y fue el propio facultativo quien le sugirió una terapia de electroshocks para “curarse”. O cuando sufrió una agresión física por parte de su hermano mayor y su madre directamente la desheredó por el simple hecho de amar a otra mujer. O cuando…
Todavía recuerdo cuando, en 2014, un señor nos insultó en un centro comercial cuando supo que éramos lesbianas

Paulina Blanco, 75 años.
Paulina podría seguir contando mil y una situaciones similares vividas a lo largo de más de la mitad de su vida; aunque no lo hace con la intención “dar pena”, asegura, sino porque sabe que está hablando con un periodista y considera crucial que “la gente sepa que hay situaciones de homofobia verdaderamente muy graves, de mucha injusticia. Y no solo estamos hablando del pasado”, precisa.
Han transcurrido dos décadas desde su salida del armario, sí, y, aunque se resiste a pensar que tenga que volver, algunas situaciones vividas harían, sin duda, retornar a muchas personas LGTBIQ+. “Todavía recuerdo cuando, meses antes de aprobarse, en 2014, la primera ley española contra la homofobia, un señor nos insultó en un centro comercial cuando supo que éramos lesbianas. Recientemente, en otra ocasión, yendo en el metro, una pareja extranjera también nos insultó cuando nos vio cogidas de la mano”.
A sus 75 años, la experiencia de Paulina Blanco alude claramente a una de las conclusiones que aparece en el informe Mayores LGTBI. Historia, lucha y memoria que en 2019 publicó la FELGTBI+ (Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales, Intersexuales y más). Un informe que aseguraba que estas personas “armarizadas e invisibilizadas a lo largo de su vida, se enfrentan a nuevos armarios y a violencias y discriminaciones sociales e institucionales”.
Salir del armario cada día
“El armario es, sobre todo, una estrategia de supervivencia. Se trata de que a una no la asesinen, agredan, humillen o discriminen”. Así lo constata Ricardo Llamas, doctor en Ciencias Políticas y Sociología y autor, entre otros, de Teoría torcida y Miss Media, ensayos referentes para entender la teoría queer en España.
Llamas no lo duda: “Aún hoy, estamos obligadas a entrar y salir del armario cada día”. Y desgraciadamente esta situación se encuentra más generalizada de lo previsible: “Da igual lo “fuera del armario” que estemos. A nuestro alrededor se genera sorpresa, a veces incluso admiración. Potencialmente, pueden surgir expresiones de desagrado y manifestaciones de hostilidad y violencia”, concluye el sociólogo.
Las personas mayores LGTBI reciben la combinación de ambos tipos de violencia, edadista y heterocéntrica
“Violencia” es también el término que utiliza Josep Maria Mesquida, presidente de la Fundació Enllaç, para aludir a las vulnerabilidades que se producen en el colectivo LGTBI, y que considera ocurren por partida doble a la hora de referirse a los mayores. Y es que habla de “un entorno heterocéntrico”, por una parte, y, por otra, en “un entorno edadista”, por lo que “las personas mayores LGTBI reciben la combinación de ambos tipos de violencia”, precisa Mesquida. “El edadismo es rampante”, afirma Paulina Blanco esta vez sí con más vehemencia. “Esto no se puede consentir, las personas mayores no tenemos derechos”, reclama.
Lógicamente la situación no es la misma que años atrás. Algo se ha avanzado, gracias a casi 50 años de lucha del colectivo, desde que en 1977 tuviera lugar, en Barcelona, la primera manifestación LGTBI a favor de derogar la Ley de Peligrosidad Social, que imponía "internamiento en un establecimiento de reeducación” a quienes realizaran actos de homosexualidad. “A lo largo de las últimas décadas, las personas LGTBIQ+ (al menos en ciudades grandes y entornos sociolaborales menos hetero-tóxicos), hemos logrado construir entornos en los que la vida es posible en condiciones de relativa seguridad”.
Con la edad tenemos menos fuerza (o valor) para afrontar hostilidades. La red de apoyo se va disgregando. Volvemos a un punto de partida, tenemos que afrontar sistemas enteros que desconocen quiénes somos
Sin embargo, para el sociólogo, son entornos de seguridad muy precarios que exigen “un nivel de autonomía muy alto. Lamentablemente, con la edad esa autonomía se debilita; las burbujas de seguridad se rompen. Tenemos menos fuerza (o valor) para afrontar hostilidades. Nuestra red de apoyo se va disgregando. Muere la pareja. Llega una enfermedad. Se hace necesario ingresar en una residencia…. Y, entonces, en lugar de sortear cotidianamente micro-homofobias, volvemos a un punto de partida donde, desde una soledad sobrevenida, tenemos que afrontar sistemas enteros que desconocen quiénes somos”, remata Llamas.
A modo de ejemplo, Mesquida señala dos de las numerosas situaciones vividas por mayores LGTBI en instituciones sociosanitarias. Por ejemplo, “una persona del colectivo que estaba en una residencia y a cuyo lado no quería sentarse nadie de un comedor. O una mujer trans con problemas con la residencia donde se encontraba porque no tenían claro que pudiera compartir la habitación con otra mujer”, apunta el presidente de la Fundació Enllaç. Las situaciones –cotidianas o no tanto– se multiplican, y, para Ricardo Llamas, “si le planteáramos este drástico horizonte de desafección a cualquier persona hetero-normativa le parecería de una crueldad insoportable. Para las personas LGTBQ+ apenas empezamos a plantear la cuestión”.
Una persona del colectivo estaba en una residencia y nadie quería sentarse a su lado en el comedor
La soledad no deseada
Junto a las diferentes situaciones discriminatorias vividas, se añaden unos datos que conviene tener muy en cuenta. Los apunta el informe de la FELGTBI+: “Las personas LGTBI mayores de 65 son solteras en un porcentaje 6 veces superior, están casados/as un 50% menos, y están separadas casi cinco veces más que el total de población”. Sí, los mayores LGTBI también sufren una mayor soledad.
Aunque no solo. “Cada día nos llegan a la Fundación Enllaç situaciones de mayor vulnerabilidad. Personas mayores LGTBI que presentan problemas sociales importantes: de precariedad, relacionados con la salud mental, con la toxicomanía….”, indica Mesquida, quien no solo apunta el origen, “la violencia acumulada, recibida a lo largo de sus vidas”, sino que también precisa que dicha vulnerabilidad no se refleja en todas las siglas del colectivo en la misma intensidad.

María y su mujer, dos mujeres bisexuales, en un parque de Barcelona.
“Las personas trans han recibido mayor violencia y son las que últimamente acuden a nuestros servicios con situaciones más problemáticas”, añade. De hecho, el riesgo de pobreza severa afecta a un 72% de las personas trans, según advierte el informe Mayores LGTBI. Historia, lucha y memoria.
La sociedad se enfrenta a una realidad que hace unos años no existía o, mejor dicho, permanecía oculta, muy oculta. Una realidad que sufre, precisamente, “la generación que lo transformó todo”, precisa el presidente de la Fundació Enllaç, una asociación que, al igual que su “hermana” la madrileña Fundación 26 de diciembre, fue fundada por aquellas personas que, en otro tiempo, fueron más activistas en la lucha por la igualdad.
Existe una gran invisibilidad por parte de las personas más jóvenes del mismo colectivo (LGTBI). Las personas mayores no existimos para ellos
Para hacer frente a la situación, Enllaç dirige sus esfuerzos hacia dos niveles. Por un lado, y con el objetivo de romper el aislamiento, la fundación se plantea como “un espacio de relación, en el que las personas se conocen y llenan su tiempo libre”, apunta Mesquida. Por otro, desde el punto de vista asistencial, “formando y sensibilizando a profesionales que trabajan con gente mayor en residencias y centros asistenciales”, prosigue; aunque, personalmente, tampoco olvida dirigir una demanda hacia el propio colectivo. “Existe una gran invisibilidad por parte de las personas más jóvenes del mismo colectivo. Las personas mayores no existimos para ellos”.