Perder a alguien cercano cambia la vida. “¿Cómo se puede ser esposa sin marido? ¿Un hijo sin padres?”, escribe la Escuela de Salud de la Universidad de Harvard para poner de relieve que, aunque la muerte forma parte de la vida, el proceso de duelo puede ser muy doloroso. Negar la muerte o no hablar de ella, es una de las formas de defenderse de tener que abandonar algún día este mundo. Justamente lo contrario es lo que ha hecho Lola Aparicio, Doctora en Medicina desde 1986, Máster en Hipnosis Clínica y autora de “El final es el principio. Una guía para cruzar al otro lado” (Luciérnaga).
Lola Aparicio da en este libro algunos consejos sobre cómo podemos aceptar la muerte y acompañar a las personas que están acercándose al final de su viaje. La doctora, que sigue en activo, ha recopilado durante años experiencias cercanas a la muerte de pacientes a los que ha tratado o conocido para intentar encontrar patrones que se repiten, del mismo modo que han hecho doctores como Sam Parnia, Pim van Lommel o Eben Alexander. Asimismo, ha estudiado el proceso de duelo, siguiendo la estela de Elizabeth Kübler-Ross, la pionera en este terreno, para saber cuáles son las principales etapas que suceden tras morir un ser cercano.
Jobs, en sus últimos momentos, levantó la vista y dijo: “Oh, wow; oh, wow, oh, wow”. Y, tras eso expiró, como si hubiera visto algo maravilloso que le asombrase
En esta entrevista, Aparicio explica las conclusiones a las que ha llegado durante su carrera.
¿Cuál es la mejor forma de morir, por lo que ha estudiado?
No hay muchos estudios científicos sobre este tema. Lo que hay son tratados místicos, como “El libro tibetano de los muertos”. En esta obra se aconseja cómo morir, incluso se recomienda hacerlo en la postura del león, de lado, con una pierna extendida y poniendo la mano de una forma particular. Pero en la sociedad occidental vivimos de espaldas a la muerte, por mucho que la única verdad universal que se nos ha revelado es que algún día vamos a dejar este mundo. Pero si me pregunta cuál es la mejor forma de morir, diría que en consciencia, sabiendo que te estás muriendo.
Cita a Steve Jobs como un ejemplo a seguir a la hora de morir. ¿Por qué?
A Steve Jobs la muerte no le sucedió, sino que se la trabajó en sus últimas semanas, no dejando ningún detalle sin su estricta supervisión. Jobs, en sus últimos momentos, según contó Mona Simpson, la hermana del fundador de Apple, levantó la vista por encima de los hombros y pronunció las que fueron sus últimas palabras: “Oh, wow; oh, wow, oh, wow”. Y, tras esos tres “wow” (o “guau”, como se escribiría en español), expiró, como si hubiera visto algo maravilloso que le causase el asombro necesario como para pronunciar esta palabra por triplicado.
¿Quiere decir que murió iluminado?
Justamente. Cito a Jobs en mi libro porque no deja de ser sorprendente que un hombre de su cultura muriera de una forma mística. Y también porque mi bisabuelo, que vivía en Guadix (Granada) y tenía una educación muy diferente, murió, según me ha contado mi madre, de forma muy parecida. Esto me ha llevado a pensar que tal vez haya una manera natural de morir que nos iguala a todos, por encima de factores como la edad, la raza, el género, la educación, la clase social e incluso la época.
El 20% de las personas atraviesan varias etapas antes de la muerte: la fase de los avisos, de las visitas, el efecto aduana y la despedida
El único pero que le pondría es que muchas personas no tienen ni el tiempo (al morir de súbito) ni las circunstancias (por padecer demencia senil o Alzheimer) para preparar cómo quieren abandonar este mundo
Así es. Según mi experiencia como médica, alrededor del 80% de las personas mueren estando inconscientes, pero buena parte del otro 20% atraviesa las etapas que indico: la fase de los avisos, de las visitas, el efecto aduana y la despedida. De la misma manera que todos nacemos según hemos diseñados (con la dilatación del cuello uterino o por cesárea, porque no hay más), todos morimos de forma parecida, con independencia de ser europeos, esquimales o chinos. Cuando empieza el proceso de morir, ya no hay quien lo pare. Son todas estas experiencias de quienes están cerca de morir las que recojo en el libro: qué piensan, qué sienten, qué ven…
¿Qué ven?
Muchos que han vivido experiencias cercanas a la muerte afirman haber tenido la visión de alguien que les llama desde una puerta que han de cruzar o desde la otra orilla de un río. Es como si estuvieran en tránsito. Quienes se adentran en el proceso de morir, presienten unos dos días antes de fallecer que su situación es irreversible. Otra cosa que vemos en muchos hospitales es que algunos enfermos, cuando están ya muy cerca de fallecer, llaman o experimentan visiones de seres que ya han fallecido y que vienen a “visitarles”. Sobre todo es la madre. Como dato curioso, es muy poco frecuente llamar o tener la visión del cónyuge.
¿Cómo actúan y cómo deberían de actuar los familiares cuando alguien se está muriendo?
Muy buena pregunta. Los familiares van a poder acompañar al que se está yendo hasta donde ellos se hayan trabajado su propia muerte.
Una persona que no se ha trabajado su propia muerte, cuando ve a un ser querido muriéndose, tiene como primer impulso negarse a aceptarlo
Explíquese…
Una persona que no se ha trabajado su propia muerte, cuando ve a un ser querido muriéndose, tiene como primer impulso negarse a aceptarlo, empezar a darle de comer, apremiar al médico, llamar a Urgencias para que vengan y le pongan suero o alguna cosa, etcétera. Pero eso no ayuda. En cambio, quienes se han enfrentado a que un día todos moriremos, acompañan al que se está yendo de manera distinta.
¿Cómo?
Lo que más veo en los hospitales es que la gente entra en pánico. En lugar de dejar a su ser querido que se vaya yendo tranquilamente en su casa, prefiere llevárselo al hospital. Pero, muchas veces, cuando el estado es irreversible, es mejor estar en el seno familiar que rodeado de médicos. La mejor manera de ayudar a un ser cercano que se está muriendo es estar a su lado. No hace falta hablar, no hace falta decir nada, simplemente estar ahí, ver lo que la otra persona desea y mantener su cuerpo confortable. Y si la persona que se está muriendo quiere comentar algo que aparentemente no tiene sentido o tiene una visión, no reñirle o decirle que eso es imposible, porque él o ella lo está viendo, por la razón que sea. Hay que dejar fluir el proceso de morir, con independencia de la forma que presente, y no bloquear el tránsito.
Algunos expertos subrayan que el duelo nunca se supera sino que, simplemente, se sigue adelante...
Efectivamente. Y eso no solamente vale para la pérdida de un ser querido, sino también para la pérdida de una relación, incluso de un trabajo. La mayoría de veces lo que hacemos es evitar el dolor. ¡Pero el dolor hay que sentirlo! Si uno no se enfrenta al dolor nunca va a poder superarlo. Esta claro que perder a un ser querido deja una cicatriz. Pero el dolor enseña que la vida tiene dos caras y que también hay que saber lidiar con la amarga. La muerte de un hijo, por ejemplo, es uno de los duelos más fuertes que existen, pero se logra vivir con ello. La vida es alegría y es tristeza, son las dos caras de la misma moneda, y hay que saber vivir con ambas.
No hay que huir del dolor. Muchas veces te ayuda a desdramatizar y a trivializar situaciones. Te pone los pies en la tierra y te da una buena medida de las cosas
¿Quiere decir que una de las claves para poder rehacer la vida tras la muerte de un ser querido es sentir mucho dolor?
Así es: el día que tiene que doler, pues duele, y no hay más. No hay que tenerle miedo al dolor. El dolor muchas veces te lleva por caminos más profundos o te ayuda a desdramatizar y a trivializar situaciones. El dolor te pone los pies en la tierra y te da una buena medida de las cosas.
Algunas investigaciones sobre los padres y cónyuges en duelo señalan que en los primeros tres meses tienen casi el doble de posibilidades de morir que los que no han perdido a un ser querido y, que al cabo de un año, siguen teniendo un 10% más de probabilidades. ¿Al final se trata de que el duelo no adopte una forma destructiva?
Claro, pero no deja de ser una reacción muy humana. Cuando se muere un cónyuge con el que se ha estado muy unido es muy habitual que al cabo de poco tiempo fallezca el otro. En ocasiones necesitamos la energía de esa persona y, si esa persona se ha marchado, pues tú te vas detrás. Muchas veces hay que pasar por una fase de ira hasta llegar a la aceptación.
¿Cuándo llega ese momento?
Cuando consigues integrar en tu biografía la pérdida de un ser querido como si fuera un capítulo. Y, a partir de ahí, sigues escribiendo otros capítulos en tu vida.
Al cabo de entre seis y doce meses, alrededor del 10% de las personas en duelo siguen sin funcionar mejor. Se quedan atrapados en lo que se denomina un “duelo complicado”, anclados en la añoranza persistente y el retraimiento social. ¿Hay cura para esto o solo cabe dejar pasar el tiempo?
El paso del tiempo cura muchas cosas, eso es verdad. Ahora bien, estas personas que se quedan en un duelo complicado, y esto es algo que yo he visto muchas veces como médica, tienden a victimizarse y convierten al otro, al que se ha ido, en su verdugo. Alguien que les persigue y lleva a torturarse con reproches y preguntas: por qué no hice esto, por qué no hice lo otro, por qué te marchaste… Hay gente a la que conozco desde hace mucho tiempo que sigue amargada, por no poder superarlo. Tal vez la única cura que exista sea la espiritual: saber que algún día moriremos todos. Hay una película de Clint Eastwood que se titula “Más allá de la vida” que recomiendo a quienes estén interesados en este tema. Pero el problema es que hoy en día la sociedad no te deja estar en duelo.
Hay gente que tiende a victimizarse y convierten al otro, al que se ha ido, en su verdugo, por no poder superarlo. Hoy en día la sociedad no te deja estar en duelo
¿Qué quiere decir?
¡Pues que no dejan estar en duelo! Los vecinos, tus amigos y, en general todo el mundo, te dicen: “tú lo que tienes que hacer es salir un poco más”. Tengo una amiga a la que se le murió la madre hace seis o siete meses que me contaba: “¡tú te puedes creer que una prima mía me ha dicho que, bueno, mira, no te voy a llamar hasta que te pongas un poquito mejor y entonces ya hablamos!”. ¡Pero la tendría que atender ahora que ella está mal!
Es difícil saber qué decir a alguien que ha perdido a un ser querido que le pueda ser útil. ¿Usted qué aconseja al dar el pésame?
Estar presente. Al dar el pésame a alguien, hay que fijarse en cómo está esa persona. Hay que mirarla y ver cómo se encuentra: ¿está cansada?, ¿está llorando? Si está llorando, cógela, abrázala y deja que llore. Se trata de no entorpecer su proceso. ¿Está agobiada, rodeada de gente que no sabe ni qué decir? Pues sácala de allí, llévatela a otro lado, siéntate con ella y pregúntale si ha comido algo o si tiene sed. Al final, se trata de preocuparse por la persona. Y si la ves cansada, permítele que pueda descansar del parloteo. Hay veces que la persona necesita hablar para desahogarse y hay veces que necesita estar callada, y hay que respetarlo. Al final se trata de hacer acto de presencia y trasmitir: “yo estoy aquí, qué es lo que quieres, qué necesitas”. Y dárselo.