El lado oscuro de la vida digital

El reto tecnológico

La huella medioambiental y el bienestar personal, dos caras de un problema

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Conseguir bienestar digital requiere de algunas acciones conscientes que también tienen repercusión en el medio ambiente

Eternity in an Instant / Getty

Si le pedimos a ChatGPT que nos redacte un correo electrónico de 100 palabras, gastaremos 519 mililitros de agua. El dato procede de un reciente estudio de la Universidad de California que desgrana cómo esos grandes centros de datos a los que nos conectamos diariamente desde diversos dispositivos, lo que llamamos “la nube”, consumen recursos como el agua y la electricidad, con una enorme voracidad. Internet y las consultas a un buscador como Google ya elevaban esa factura desde hace décadas, pero la llegada de la inteligencia artificial va a multiplicarla con cifras de impacto y la necesidad de buscar soluciones urgentes.

La ecuación del impacto medioambiental del mundo digital se basa en el consumo de calor. Los centros de datos necesitan refrigeración –si están en lugares calurosos, más–, por lo que la electricidad y el agua son fundamentales. The Dalles es una localidad de Oregón (Estados Unidos) de poco más de 12.000 habitantes. Cuando un periódico local exigió conocer el consumo de agua del centro de datos instalado por Google en su término municipal, el ayuntamiento llevó la petición periodística a los tribunales para tratar de impedir que se divulgara esa información. Después de 13 meses de litigio, ganó el periódico. Así se reveló que el agua que usaba el centro era la cuarta parte de lo que consumía toda la población.

En su informe anual medioambiental de 2022, Microsoft reveló que su consumo global de agua se disparó un 34% en ese año respecto al 2021. La cifra equivale a 2.500 piscinas olímpicas. La razón es la apuesta por la inteligencia artificial y su asociación con OpenAI.

En el mismo período, Google aumentó la cantidad de agua que emplea en un 20%. La paradoja es que, mientras las empresas tratan de cumplir con objetivos de sostenibilidad, estar en la vanguardia de la tecnología les supone tener que renunciar a esas metas. Al menos hasta que encuentren métodos más eficientes. Las previsiones en la búsqueda de modelos de IA más capaces van a hacer crecer esas cifras en los próximos años.

El alto consumo de agua y energía de los centros de datos de IA lleva a dar pasos atrás en sostenibilidad

Google explicó en su informe medioambiental de julio pasado que el consumo total de electricidad de sus centros de datos creció un 17% usando sólo energía renovable, lo que en realidad es un logro, pero detrás había otra cifra. Las emisiones totales de gases de efecto invernadero aumentaron un 13% –un 48% respecto al año base del 2019–, lo que rompe una línea que mantienen las tecnológicas para lograr reducirlas hasta un equilibrio equivalente a cero para el año 2030 y les pone ante una difícil tesitura: hacer crecer la IA y emitir mucho menos CO2. Son retos a los que nunca antes se habían enfrentado.

El Estudio de Bienestar Digital publicado ayer por el banco ING a partir de 1.000 encuestas a españoles adultos, incluye datos para la reflexión. Enviar un correo electrónico con un archivo adjunto equivale al consumo eléctrico de una bombilla durante 24 horas, mientras que descargar un archivo de 1 GB de datos precisa unos 200 litros de agua para la refrigeración de los servidores. Si internet fuera un país, sería el sexto en producir emisiones de dióxido de carbono.

La segunda parte de esa factura de la vida digital es la que afecta a las personas. El 70% de las personas sufre nomofobia, un miedo irracional a tener que pasar un periodo de tiempo sin el móvil.

Las estadísticas apuntan que los españoles dedican en 2024 más tiempo de su vida a las pantallas que a dormir, con unas 5,45 horas de conexión a internet (lo que incluye las redes sociales) y unas 3,23 horas para la televisión.

Un estudio revela que la población conoce más las consecuencias sobre la salud que sobre el medio ambiente

Además, nos hemos convertido en Diógenes digitales, ya que acumulamos material digital de una forma que nos desborda y que dejamos de atender. El 60% de los correos electrónicos ni siquiera se abren y se mantienen almacenadas hasta el 83% de las fotografías que hacemos con el móvil aunque no nos interesen.

El estudio apunta que hay un mayor conocimiento entre la población sobre la influencia de la vida digital en el bienestar mental que el hecho de que el mundo digital tenga importantes repercusiones medioambientales. El 32,2% de los encuestados nunca ha oído hablar de este problema, mientras que un 28,7% ha oído hablar de ello, un 33,5% dice tener conocimientos básicos y 5,6% asegura conocer esta misma cuestión en profundidad.

En cuanto a las consecuencias de internet en el bienestar digital, el desconocimiento es escaso, un 9%. Quienes han oído hablar son un 25,2% y los que afirman tener conocimientos básicos son casi la mitad de los encuestados, un 48,6%. Los que aseguran que conocen el problema en profundidad llegan al 17,2%.

El estudio de ING sobre bienestar digital aporta algunas líneas sobre cómo las personas pueden gestionar el uso de la tecnología para mejorar la concentración, la salud mental y el medio ambiente a partir de los comportamientos individuales, al margen de los esfuerzos que les corresponden a las compañías tecnológicas.

Una de las propuestas es llevar a cabo limpiezas digitales mediante el borrado de archivos como correos y fotografías que no nos interesan. Otro hábito de bienestar digital es evitar divagar en las redes sociales, con prácticas como dejar de mirar el móvil mientras se está físicamente con otra persona, fijar un tiempo de acceso y abstenerse de entrar a estas plataformas a deshoras.

Silenciar las notificaciones o personalizarlas para que sólo se muestren las esenciales es otra buena medida de bienestar. Cada notificación que se recibe nuestro cuerpo libera dopamina, la hormona asociada a la recompensa y el placer, así que es difícil liberarse de esas pequeñas dosis continuas. Configurarlas para que lleguen menos reduce el estrés además de la huella digital.

Entre las sugerencias para la mejora del bienestar digital destaca evitar la luz azul de las pantallas antes de ir a dormir porque perjudica la calidad del sueño y renunciar a interacciones rápidas como las respuestas de me gusta, seguir scrolls infinitos y ver vídeos en bucle en las redes sociales. Ser consciente de ello y tomar medidas para cambiarlo no sólo es beneficio personal, sino colectivo.

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