¿Qué hacemos con la Sagrada Família?

¿Qué hacemos con la Sagrada Família?

Qué pena da que estos días hayan reaparecido en nuestras pantallas algunos especímenes de barcelonés anti-Sagrada Família. El templo ha sido siempre materia sensible, y basta con que el Ayuntamiento remueva el espinoso asunto de la non nata escalinata de la Gloria y las expropiaciones que llevará asociadas para que los talibanes de esta ciudad recuperen aquello tan feo y tan pasado de rosca que afirmó hace años Oriol Bohigas: que el edificio parece una “mona de Pascua”. Todos los detractores del romanticismo o de la espiritualidad, o de la fantasía y la imaginación, lo son en nombre de un supuesto racionalismo ordenado y funcional, tal cual es su alma: fría y lisa, provinciana, pequeña, normativista, falta de autoestima. Talibana.

Que Gaudí no se lo puso fácil a sus discípulos con su manía de trabajar sin planos está claro. No obstante, aunque el maestro no escribió ni un solo libro, sí lo hicieron sus discípulos, observando su trabajo. El arquitecto dijo que él no acabaría el templo, pero que lo dejaría de forma que las nuevas generaciones aportaran casi todos los estilos del futuro y se pudieran adaptar a sus códigos. Y en eso están. La Sagrada Família es hoy un museo de la historia de los estilos artísticos, y merece respeto. Personalmente, veo mucha petulancia en quienes opinan que la continuidad de la obra quiebra el deseo de Gaudí. ¿Y qué sabrán ellos sobre qué pensaría el genio? Otra cosa distinta y criticable es el Disneyland en que se ha convertido el entorno.

Continuar y acabar la obra, escalinata incluida, es una decisión incontrovertible

Para nada comparto otra idea viejuna que surge cual Guadiana: que no se avance más en las obras, no toquetear más. Un templo a medio hacer. Pues a mi me hace ilusión que en 2026 se alcance ya la cota más alta, la torre de Jesucristo. Adelante. Porque la Sagrada Família no ha parado en términos de proyecto, estudio, investigación y también de ingresos. Gracias a sus más de 3,5 millones de visitantes al año y casi 90 millones de euros de taquilla. Guste no a esos especímenes talibanes, representa el icono más universal de Barcelona. El verdadero mal gusto es despreciarlo. En dos años, dos, el skyline urbano se redefinirá, sin desmerecer la fachada de la Gloria, que vendrá después.

Continuar y acabar la obra –que no solo las obras– es un deber, casi una obligación moral y una decisión incontrovertible. Y eso pasa por construir la escalinata que proyectó Gaudí, con su zona ajardinada en forma de estrella, y derribar el horrendo edificio de Núñez y Navarro en la calle Mallorca. Los vecinos a los que deberán realojar sabían dónde se metían. Ahora cabe confiar en que el último movimiento del Ayuntamiento sea algo más que un blablablá. El tiempo apremia, ahora ya sí.

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