Rubiales y sus ‘mojo dojos’: se acabó

Rubiales y sus ‘mojo dojos’: se acabó

No se sabe qué habría pasado si Luis Rubiales hubiera hecho lo correcto desde el minuto uno en que estalló la polémica por el beso impuesto a Jenni Hermoso: disculparse, reconocer que fue un abuso y arriar velas. Pero no, no. El viril presidente del fútbol español prefirió agarrarse los machos, literal y metafóricamente, y echarse la soga al cuello él solito. Merece que le echen cuanto antes porque, como acertadamente dijo ayer el bético Héctor Bellerín, el fútbol es una herramienta social para avanzar y progresar, y el machismo no debería tener cabida dentro de este sistema.

Lo cierto es que cada vez que Rubiales ha abierto su enorme bocaza desde ese día histórico para la selección femenina se ha hundido más en su propia podredumbre. A estas horas, no da pena en absoluto. Da asco.

No da pena en absoluto, da asco: el que ha sido jefe del fútbol está ‘muerto’

El jefe del fútbol está acabado, aunque no quiera enterarse. Haga lo que haga, ya no hay marcha atrás porque la presión social irá a más. Se equivoca si cree que es cosa de cuatro feministas que han montado una escandalera por nada, o de las Díaz, Montero o Echenique de este país. Ni siquiera es cosa de Tebas o de Pedro Sánchez. No hay conspiración aquí en su contra, ni “asesinato social”. Solo miles de personas que han puesto pie en pared. En cuanto al “falso feminismo”... Prefiero pensar que no existe; sin embargo, justo es reconocer que sí hay impostores, y no únicamente en el mundo del fútbol.

Con su enroque, Rubiales solo ha conseguido quedar más y más retratado como machista de manual, aquel que se sacude la culpa para echársela a la víctima. No podía dar un padre peor ejemplo a sus hijas. Él sentó a las suyas ayer entre el auditorio, otra manipulación. Se le llama inversión de la carga de la prueba, y Rubiales la desplegó tal que así, sin rubor, mientras se dirigía a sus hijas para hablarles de “igualdad”: “Ella fue la que me subió en brazos y me acercó a su cuerpo. Y yo le dije: ‘¿un piquito?’ y ella me dijo, ‘vale’”.

Es decir, según este personaje, fue un beso consentido. Parece que la verdad importa mucho, claro que solo cuando es la tuya. Si apelar a esa clase de verdad, la mentira, implica llevarse por delante la de la jugadora, pues a ello, camaradas. Desde la soberbia que niega lo juró por Snoopy.

Salvando tiempo y distancias, este comportamiento echa raíz en la sentencia de la minifalda y crece en los privilegios del poder. En 1989, un juez exculpó a un jefe de abusar de una empleada porque ella solía ir en minifalda al trabajo, aunque el día de autos llevara pantalones.

Este machismo cavernario ha salido a pasear estos días. Ayer montaron un aquelarre entre iguales y se cansaron de aplaudir a Rubiales. Esa Españita del Mojo Dojo Casa House de Barbieland riéndole las gracias a un impresentable, solo que aquí no hay fantasía porque los mojo dojos son de carne y hueso. De vergüenza. Que Rubiales no entienda nada resulta preocupante. Pero comprobar que no está solo causa auténtico pavor.

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