Fueron, son y serán las señas de identidad de muchos de los mejores diarios del mundo. Empresas periodísticas familiares con sucesivas generaciones de propietarios y profesionales que han sabido preservar con éxito estos negocios.
Con mi socio Carlos Soria he tenido la fortuna de conocer, trabajar, ser amigo y consejero de algunas de estas familias organizando seminarios para este tipo de empresas en Nueva York, Miami, Boston, Pamplona o Buenos Aires.
Es justo reconocer la función social que ejercen estas empresas periodísticas familiares con sucesivas generaciones de propietarios
Los Sulzberger en Nueva York, Hearst en San Francisco, Edwards en Santiago de Chile, Ferré Rangel en San Juan de Puerto Rico, Mesquita en São Paulo, Springer en Berlín, Pinto Balsemao en Lisboa, Ringier en Zürich, Bonnier en Estocolmo o Godó en Barcelona. Todos ellos fundadores de grandes diarios.
Por eso, hoy que este periódico cumple 140 años, creo que es justo reconocer la función social que con sus luces y sombras ejercen estas familias en una especie de fideicomiso que se transmite, mejora y agranda en el tiempo.
Frente a tantos negocios sin rostro, movidos casi exclusivamente por lógicas de lucro puro y duro, en una dinámica perversa de capitalismo sin alma, estas empresas familiares, lo mismo que las cooperativas de profesionales, son y serán siempre un muro de contención al dinero fácil y al capitalismo salvaje.
Lo hacen ganando dinero porque la independencia y la calidad tienen un precio: cuentas de resultados positivas que permiten invertir en mejor talento, tecnología e innovación para seguir siendo indispensables y rentables.
Las redacciones autónomas son instituciones sociales con fuerte arraigo popular, cuya mayor fortaleza procede de su sintonía con lectores y anunciantes
Si proteger a las familias es una garantía de futuro para individuos y sociedades libres, también lo es apoyar el periodismo independiente y las redacciones autónomas de estas empresas periodísticas familiares porque son mucho más que simples negocios. Son instituciones sociales con fuerte arraigo popular, cuya mayor fortaleza procede de su sintonía con lectores y anunciantes.
Eso fue lo que un día le oí al viejo Alejandro Miró Quesada Garland, editor de El Comercio de Lima, que siempre disputaba con El Mercurio de Chile el título de ser el diario mas antiguo de Latinoamérica.
El doctor Miró Quesada me contaba las vicisitudes, penurias y exilio que él y su familia sufrieron cuando el dictador de turno, el general Juan Velasco Alvarado, les incautó el diario. Le pregunté qué sintió el día que les “devolvieron” el diario y entonces me dio una lección de periodismo que nunca olvidaré: “No, mire Giner, a nosotros no nos lo devolvieron porque en realidad nosotros nunca fuimos sus propietarios. Los dueños de El Comercio siempre fueron nuestros lectores y anunciantes”.
Este sentido de servicio a la comunidad define muy bien lo que hoy son los diarios más prestigiosos del mundo.
Hace años, trabajando en Río de Janeiro y en pleno caos de hiperinflación salvaje, me sorprendió que la pauta publicitaria de los diarios se pasara a las redacciones de madrugada, con el desbarajuste y retraso que eso provocaba en los cierres; pronto supe que los anunciantes no entregaban sus originales hasta última hora para no arruinarse dando precios de sus productos que, desde su inserción nocturna y venta matinal pocas horas después, podía multiplicarse hasta el infinito.
Pregunté a Joao Roberto Marinho si no sería más lógico vender sus negocios periodísticos y marcharse a EE.UU. donde vivirían más seguros
En este clima de inseguridad cometí la insensatez de preguntar a Joao Roberto Marinho si teniendo la fortuna familiar que tenían, no sería más lógico vender sus negocios periodísticos y marcharse a Estados Unidos donde vivirían más seguros.
El joven editor de O Globo no me dejó terminar y me vino a decir: “Sin duda; viviríamos más seguros, pero solo aquí podemos servir a nuestra gente. Huir sería traicionarles y aunque viviéramos mejor nunca tendríamos la felicidad y tranquilidad de conciencia que da el servirles a pie de calle”.
Y es que estos diarios son “catedrales con alma, nombre y apellidos”. En Catalunya y en todo el mundo.