Como casi todas las historias, la del fármaco español Aplidin comienza por azar y tiene ingredientes de pasión, tesón y paciencia. En octubre de 1988 biólogos del Centre d’Estudis Avançats de Blanes (CEAB-CSIC) zarparon en el García del Cid , un buque de investigación oceanográfica del CSIC, a hacer un muestreo por las islas Columbretes y Baleares. El objetivo era recoger organismos para estudiar cómo interactuaban químicamente en los fondos marinos.
La expedición formaba parte de un proyecto dirigido por la investigadora María Jesús Uriz y estaba financiada por la compañía farmacéutica española PharmaMar. En aquellos años comenzaba a extenderse la idea de la farmacia del mar, los océanos vistos como una fuente de recursos por explorar y explotar. Y de la misma manera que se rastreaba el Amazonas en busca de plantas u hongos con sustancias químicas que pudieran servir para elaborar nuevos fármacos, se empezaba a recurrir al mar para dar con moléculas que también pudieran tener potencial terapéutico.
Actividad antiviral
El compuesto hallado en el Mediterráneo es más activo contra el virus que el remdesivir
Para eso PharmaMar necesitaba la ayuda de biólogos marinos que no solo fueran capaces de recoger muestras de organismos marinos, sino que también pudieran identificarlos para que la compañía luego pudiera investigar si alguna de las sustancias que secretaban podía tener actividad antibacteriana, antiviral, antitumoral...
Así, cada vez que el García del Cid arribaba a un lugar ecológicamente interesante, el equipo de buzos del CEAB bajaba a tomar muestras. En una de esas, a 52 metros de profundidad, cerca de Eivissa, sobre unas cuerdas sumergidas en una comunidad coralígena, se toparon con abundantes colonias de un pequeño organismo filtrador, una ascidia, parecido a una esponja, de color blanquecino y blando, como pequeñas bolas de pocos centímetros de diámetro.
El destino quiso que en aquella expedición estuviera Xavier Turon, un investigador que, pese a su juventud entonces, era uno de los pocos especialistas mundiales en ascidias. Fue él quien tomó las muestras y, al regresar a Blanes, se las llevó al laboratorio, donde las estudió meticulosamente, observándolas al microscopio para buscar las características morfológicas, hasta que logró identificarlas.
“Se trataba de Aplidium albicans , una especie que ya estaba descrita, que es escasa en el planeta y de la que no se sabía que vivía en nuestro litoral”, recuerda Turon, que entonces no podía ni imaginar que aquel modesto organismo acabaría teniendo un papel destacado en la lucha contra una pandemia de coronavirus.
PharmaMar realizó tests preliminares a los organismos recolectados en aquel muestreo y halló que, de los cientos de especies que les había proporcionado el equipo del CEAB, solo aquella ascidia tenía una actividad interesante.
“Los análisis de PharmaMar mostraron que aquel modesto invertebrado tenía una sustancia química con propiedades antitumorales y antivirales”, explica Turon en referencia a la plitidepsina, el compuesto químico que es la base del fármaco Aplidin y que un estudio publicado en Science esta semana ha demostrado que tiene una eficacia contra el nuevo coronavirus 27,5 veces superior al antiviral remdesivir.
Como ocurre con las esponjas, los bivalvos y otros organismos invertebrados, las ascidias no se pueden mover y para evitar ser comidas por depredadores, luchar por mantener un espacio o incluso dar pistas a sus larvas de dónde se pueden ubicar, secretan sustancias. “Algunas tienen capacidad de inhibir patógenos y pueden usarse como moléculas terapéuticas”, explica Turon.
En el caso de la plitidepsina y el coronavirus, esta no ataca directamente al virus, sino que le impide replicarse en el interior de las células humanas, inhibiendo una proteína que el virus necesita para reproducirse.
“La historia de este fármaco –comentan Turon y Enrique Macpherson, otro de los investigadores del CEAB especialista en invertebrados marinos– pone de relieve la importancia de la investigación básica. Sin el trabajo de identificación y estudio de la biodiversidad que realizamos los taxónomos, no habría después aplicaciones terapéuticas como esta. Somos el primer eslabón de la cadena”.