La historia del perro del hospital 12 de Octubre
Terapias asistidas
Zenit es el primer ‘doctor canino’ que entra en una unidad de cuidados intensivos
Hay seres que nacen predestinados a encontrarse. En el 2013, la psicóloga Rocío Fernández Andrade, que hoy tiene 31 años, quería abrirse un hueco en el mundo profesional y con esa intención acudió a una feria de adopción de animales de la localidad madrileña de Fuenlabrada. Lo hizo porque sabía que en el recinto había una caseta de Psicoanimal, una entidad sin ánimo de lucro que promueve las terapias asistidas con animales, de las que ella es una firme defensora.
Mientras esperaba el inicio de las actividades y conferencias que la habían llevado hasta allí, dio una vuelta y se enamoró cuando vio a Zenit, un ejemplar joven de golden retriever. La Guardia Civil lo había rescatado en un municipio de Andalucía porque sus humanos lo maltrataban. Pasó sus primeros nueve meses de vida atado en corto a un poste en un patio. Tenía menos posibilidades de hallar una familia que otros de los animales expuestos porque había desarrollado una displasia de cadera.
Más que caminar, Zenit bailotea. Su dolencia puede tener origen genético o exógeno, desencadenado por los malos tratos. Nunca lo sabremos, pero tanto tiempo sin poder moverse no ayudó en nada, desde luego. Rocío se agachó para verlo mejor y el perro le puso una pata en el hombro. El destino. Desde aquel día, no solo no se han separado, sino que acudieron juntos a la caseta de Psicoanimal. Rocío es ahora la vicepresidenta de esta institución y el perro, una de sus principales estrellas.
Es un “algodón de azúcar”, afirman en la entidad. Se ha convertido en el primer doctor canino que ha entrado en una unidad de cuidados intensivos pediátricos en España. Ha demostrado sus utilidades terapéuticas en hospitales, clínicas, residencias y geriátricos. Ayuda a niños, ancianos y personas con alzheimer o en riesgo de exclusión social. En el 12 de Octubre lo conocen como “el perro de intensivos”. En el 2019 protagonizó escenas conmovedoras en este centro sanitario de Madrid, un buque insignia de la investigación sanitaria y la salud pública.
El maltrato
Pasó los primeros meses de vida atado a un poste hasta que lo rescataron y adoptaron
Huellas de colores, una iniciativa conjunta del propio hospital y de Psicoanimal, con la colaboración de la cátedra sobre animales y sociedad de la Universidad Rey Juan Carlos, permitió comprobar que peluches así contribuyen a que los pacientes más vulnerables reduzcan su ansiedad e, incluso, su percepción del dolor. Rocío, que es la guía de Zenit y se ha especializado en las intervenciones asistidas con animales, ha presenciado a pequeños rabiando de dolor o llorando de impotencia y que se relajaban en cuanto lo veían entrar en la habitación.
No es un perro de circo ni sabe hacer trucos. Lo suyo es innato. Le gustan los seres humanos. Los ama. Si se cruza con el propietario de un perro en la calle, saluda antes al hombre que a su congénere. Ya lo dice la escritora italiana Susanna Tamaro, autora de obras como Donde el corazón te lleve (Seix Barral): “El día que aprendas a amar y a perdonar sin condiciones, cuando lo des todo sin nada a cambio, habrás aprendido a querer como un perro”. Algo de eso intuyó Rocío cuando estuvo a un palmo de su cara y notó su pata en el hombro: “Confía en mí”.
Ha cumplido de sobras todas las expectativas. Su sexto sentido le avisa cuando ha de estar tranquilo, sin moverse, como si fuera una estatua, mientras enfermos rodeados de aparatos, de cables y de sondas lo acarician o le hacen cosquillas. Como todos los animales que participan en estas terapias, pasa exhaustivos exámenes zoosanitarios y de higiene.
Una tarde lo subieron a la cama de un bebé que estaba intubado y en una situación delicada. En cuestión de minutos ambos comenzaron a dormir plácidamente. El problema es que Zenit ya tiene ocho años y arrastra una discapacidad. La hora de su jubilación se acerca. Es difícil que tenga una vida laboral tan longeva como la de Dogui, un mestizo de galgo y podenco, que a los 11 años todavía se alegra como un cachorrillo cuando le colocan el arnés para alguna salida esporádica.
El futuro
Su vida laboral no será como la del galgo Dogui, que a los 11 años aún trabaja
El inequívoco aspecto de Dogui de perro de campo, no urbano, resulta muy útil para ayudar a personas con alzheimer, sobre todo si proceden de un medio rural. Quizá estas personas no sepan si es verano u otoño ni si tienen hijos o cómo se llama el gran amor de su vida, pero mientras Dogui se tumba a su lado recuerdan que una vez fueron jóvenes y que quisieron a perros parecidos. Cuando sus cuidadores se lo llevan, creen que las bolsas con los materiales de las terapias son maletas. “Buen viaje, perrito”, le dicen.
Los comportamientos que se le exigen a estos animales se adquieren también por imitación. Ahora sería el tiempo en que Zenit debería acudir al hospital con su sustituto, que aprendería viéndole actuar. Ya tiene dos candidatos: Alma, una golden de 14 meses, y Musu, un mestizo de año y medio que quizá tenga sangre de gos d’atura. La Covid-19, como tantas cosas, ha interrumpido las visitas al hospital. Algunos antiguos pacientes lo echan tanto de menos que realizan videoconferencias para verlo y hablar con él.
Y hablan con él. “Zenit tiene muchos animales dentro”, dice un niño ingresado en la unidad de cuidados intensivos. Es una buena definición porque no ladra, pero puede aullar flojito, flojito, como un lobezno de días. O ronronear como un gato y gruñir de placer como un cerdito o un osezno cuando le rascan detrás de las orejas. Además de lastrar el aprendizaje de las nuevas incorporaciones de Psicoanimal, el parón por el coronavirus ha perjudicado a los veteranos, que necesitan mantenerse activos y disfrutan acompañando a sus educadores.
Algunos médicos y profesionales sanitarios llaman a Zenit “el perro sin dueño” porque saluda a cualquiera como si lo conociera de siempre. Enfermos, familiares, doctores... Ha sido la alegría de colegios y residencias de mayores. También de mutuas y aseguradoras como Mapfre, Asepeyo y Sanitas. Y de entidades sin ánimo de lucro, como la Fundación Götze o Atenpace, que luchan por mejorar la vida de discapacitados intelectuales y personas con paralisis cerebral.
Pero la nueva normalidad tardará en volver para él. Hasta marzo del 2021, en el mejor de los casos, no regresará al hospital 12 de Octubre. Estos animales comienzan a estar preparados para su labor al año de vida. Y, aunque no hay una edad fija para su retirada, a partir de los ocho sus educadores comienzan a jubilarlos poco a poco. Zenit realiza ejercicios de natación y toma antiinflamatorios para tratar de frenar el avance de su enfermedad. Rocío y el resto de integrantes de Psicoanimal, entre ellos psicólogos, terapeutas ocupacionales y trabajadores sociales, insisten en que su objetivo “es ayudar a humanos... y animales”.
Cuando Zenit iba al hospital le colocaban unas colchonetas antideslizantes para que sus cuartos traseros no resbalasen y se hiciera daño. Pero ni todos los cuidados pueden evitar el paso del tiempo. Ya tiene ocho años. ¿Quedará algo de él en el perrito o la perrita que lo sustituya? Su guía y educadora, aquella joven que se agachó para verlo mejor en una feria de Fuenlabrada, tratará por todos los medios de que así sea, “de la misma forma que Zenit tiene algo de Dogui. Y Dogui lo tiene a su vez de su predecesor”.
Además de su amor incondicional, ¿qué heredarán de él los siguientes eslabones de la cadena? ¿Su habilidad para robar galletas cuando cree que nadie le ve? ¿Su pasión por juguetes artesanales, como la cuerda que le regalaron los pacientes del servicio de oncología infantil? Esa cuerda se ha convertido para él en un tesoro del que nunca se separa. “No necesita nada más”, concluye Rocío. “Una muestra de cariño, una caricia y que le dejemos querernos”.
Los elogios de estas líneas no han salido de un manual de autoayuda o de animalistas estrafalarios. Los avala la ciencia. Y, sobre todo, los confirman los pacientes y los médicos que han vivido la experiencia. “Con Zenit nos sentimos protegidos”, explicaban Adrián e Inés, dos de los niños a quienes sus visitas liberaban de la rutina del hospital. Los responsables de la uci pediátrica reconocen que su llegada “ayudaba a reducir el dolor, miedo y ansiedad”, a la vez que “humanizaba el ambiente hospitalario y enriquecía la vida emocional de los enfermos y sus familias”. Había un antes y un después que reflejaba “significativas diferencias positivas”.
Zenit, como todos sus compañeros, tiene una ficha laboral. Psicoanimal especifica todas sus aficiones y méritos, como los premios que ha recibido. Siente predilección por los niños “porque entre cachorros es fácil entenderse”. Aunque la raza no es un factor determinante y la entidad prefiere hablar de actitudes caninas más que de rasgos físicos, la belleza, el gran tamaño y la docilidad de este cachorro de ocho años, junto a su carácter equilibrado y cariñoso, lo convierten en “un perro manta maravilloso”.
Únicamente hay un pequeño borrón en su historial. A Rocío le costó muchísimo que aceptara la cadena. Siempre que puede, exige ir suelto. Al principio, cuando la cuerda era indispensable, se bloqueaba y se negaba a andar. Quizá lo hiciera por la displasia y porque para él sea más cómodo marchar a su aire. O puede que en algún rincón de su mente la cuerda le recuerde la tortura de la cadena. Los nueve meses que pasó atado a un poste le pudieron marcar de por vida, pero no disminuyeron su inmensa capacidad de amar. Ni la de perdonar.
Clínicas dentales, universidades y refugios
Psicoanimal defiende las bondades terapéuticas de su actividad, incluso en clínicas dentales, donde la presencia de un perro reduce el estrés de niños y de personas con alzheimer o con fobia al instrumental odontológico. Esta entidad vive de los cursillos que imparte y de las subvenciones y las colaboraciones con universidades e instituciones públicas, así como de las donaciones que recibe su refugio hípico en la sierra de Madrid. El refugio es necesario porque Psicoanimal también realiza equinoterapias. “Cuando un perro se jubila, sigue viviendo en la casa de su guía y educador, ¿pero y los caballos?”