Maria Luisa Soriano tiene 76 años. Desde hace siete, dedica todo su tiempo a cuidar de su marido Manuel (81), que sufre alzheimer y tiene reconocida una situación de gran dependencia (grado III). Hasta el pasado mes de noviembre recibían una ayuda de tres horas diarias de asistencia domiciliaria en su piso de Ciudad Meridiana, el barrio con la renta media familiar más baja de Barcelona. El resto del día, Manuel sólo contaba con Luisa. Y Luisa no contaba con nadie.
“Tenemos dos hijos. Pero ellos, pobrecicos, no nos pueden ayudar. ¡Cómo van a hacerlo con los horarios que tienen y ganando 1.100 euros al mes!”, explica. El primogénito de este matrimonio de inmigrantes –llegaron a Barcelona a principios de los años 60: ella de Aragón; él, de Burgos- tiene 50 años y trabaja de dependiente en una tienda; su hermana, unos años menor, “a veces trabaja y otras veces está en el paro”, cuenta Luisa.
‘Respir’ dispone de 200 plazas para mayores y 28 para personas con discapacidad intelectual
El perfil de esta familia es el más habitual entre los usuarios de ‘Respir’, un centro residencial de estancias temporales para personas con dependencia ubicado en el recinto Mundet. La misión de este programa, financiado íntegramente por la Diputació de Barcelona, es proporcionar un tiempo de descanso a los cuidadores informales. Son personas, como Luisa, que atienden a familiares en situación de dependencia con recursos muy limitados, tanto desde el punto de vista económico como a nivel físico e incluso emocional.
El programa dispone actualmente de 200 plazas operativas para personas mayores con dependencia en movilidad y otras 28 –que en abril serán 32- para personas con discapacidad intelectual. En el caso de los ancianos, el centro funciona como una residencia de mayores, pero tanto sus servicios e instalaciones como sus recursos humanos y materiales son muy superiores a los que tienen la mayoría de geriátricos públicos o concertados: “Esto es una maravilla: que si fisio, que si callista, que si peluquería, la informática, las manualidades, dibujan... ¡Los tienen todo el día currando!¿Y has visto qué limpieza? No hay ni hormigas”, exclama Luisa señalando el amplísimo jardín del Pavelló Nord del recinto Mundet, colindante con la sierra de Collserola.
La duración máxima de la estancia en el centro es de dos meses al año, que se pueden disfrutar en hasta cuatro periodos de un mínimo de 15 días. En 2018 hubo cerca de 1.800 ingresos, según explica la gerente del programa, Cecilia Navés. Al contrario que en las residencias catalanas, no hay listas de espera. Para solicitar una plaza, las familias se han de dirigir a cualquier ayuntamiento de la provincia de Barcelona, aunque lo más habitual es que sean los servicios sociales de alguno de los 311 municipios de la demarcación quienes detecten a potenciales usuarios del programa y les propongan acceder al programa.
En el caso de Luisa y Manuel se dio respuesta a una situación familiar imprevista: ella tuvo que someterse a una intervención en el pulmón y no pudo cuidar de su esposo durante unos meses. Ahora, Luisa ya está recuperada y visita cada día a Manuel: “Él ya no me echa en falta. Pero vengo cada día para que no se olvide de mí: le doy la comida y me voy. Yo no sé si me reconoce, pero a veces le da alegría verme...O eso me parece”. Por las tardes, por primera vez en mucho tiempo, Luisa tiene tiempo para ella: “Me voy a jugar a las cartas al centro cívico con las amigas. ¡Estar en casa es un agobio!”.
El programa se rige por un sistema de copago; la cuota se determina en función de la capacidad económica de la persona atendida
En mayo finaliza el periodo de estancia de su marido, por el que paga solo 6 euros al día gracias al sistema de copago. La cuota a abonar por cada familia se determina en función de la capacidad económica de la persona atendida: “Estoy encantadísima. Ojalá lo hubiese conocido antes. Hubiéramos venido aquí cada año. La lástima es que no se lo pueden quedar para siempre. Yo les digo a las chicas: ¡Pónmelo en algún sitio! Pero no puede ser...”
¿Y entonces? “Lo ingresaremos en una residencia. Hasta ahora me resistía. He renunciado tres veces a la plaza que nos ofrecieron porque aún lo podía cuidar. Pero ya no puedo, así que lo llevaré a un centro de pago. Tengo dinero para poquito tiempo, porque las plazas privadas cuestan 2.200 euros al mes”. Luisa cobra el alquiler de un piso que se compró en su barrio hace dos años; Manuel tiene una pensión por los años que trabajó de peluquero. Con esos ingresos podrían cubrir el coste de una plaza subvencionada si más adelante se la asignan. “Espero que me queden unos 500 euritos para subsistir; el resto se lo llevarán para cuidar de Manolito”, vaticina.
“Que tu mujer no te llame por tu nombre de un día para otro es duro”
Isidre Rull
80 años
Isidre Rull, un hombre nacido hace 80 años en Valls (Tarragona), también se ha podido tomar un respiro en un momento límite. Él está al cuidado de su pareja, Elvira (80), quien hace poco menos de un año sufrió un ictus que afectó gravemente a sus capacidades cognitivas y psicomotrices: “No sabe quién soy ni cómo me llamo; ni si es invierno o verano”. El matrimonio contó con la ayuda de sus dos hijas y del servicio de asistencia social de su localidad, Sant Feliu del Llobregat. Aun así, Isidre lo ha pasado mal en los últimos meses: “He estado un poco tocado psicológicamente. Que tu mujer no te llame por tu nombre de un día para otro es duro. A veces se ha de medicar más el que acompaña al enfermo que el propio enfermo”, cuenta con expresión alicaída.
Pero este trabajador incansable, un hombre enérgico y valiente que se expresa en un riquísimo lenguaje catalán, es hoy una persona agradecida. En primer lugar, con los servicios sociales de su municipio, “por ser tan efectivos y preocuparse realmente por la gente” al hablarles de la existencia de este centro y recomendarles un cambio de ambiente para superar el trance por el que estaban pasando. En segundo término, por el bálsamo que ha supuesto para toda la familia, y muy especialmente para él, el programa ‘Respir’: “Esto es media vida. Me ha servido para despejarme”.
Él, al contrario que Luisa, tiene una plaza asignada en el centro. Se lo toma como unas vacaciones de lujo: “Después de trabajar toda la vida, me encuentro extraño en un sitio de relax como éste”. El hecho de no tener que preocuparse de su mujer en todo momento ha mejorado muchísimo su estado de ánimo: “Ella está tan bien cuidada que ya no tengo que estar detrás para nada. El personal que hay aquí...más majos no podrían ser. ¿Y la comida? Muchos restaurantes que presumen de nombre no tienen la categoría de este sitio. Te lo digo yo que he trabajado 40 años en el ramo de la hostelería”, afirma entusiasmado.
Isidre lo tiene muy claro: “Si por mí fuera, ya no me movería de aquí”. Su estancia se inició el 22 de enero y finaliza a finales de marzo. Lo primero que hará cuando vuelvan a su piso de Sant Feliu es iniciar el proceso para solicitar plazas para el año que viene: “Esto está muy bien montado. Es una cosa digna de conocer. La semana pasada nos llevaron al Teatre Nacional; y esta vamos al Auditori a ver un espectáculo de La Cubana. Estamos muy contentos del trato que recibimos. ¡Hágalo constar en La Vanguardia!”.