Curiosidades y mitos del Titanic
103 años del hundimiento
La que en su momento fue la mejor y más grande máquina construida por el ser humano sigue hundida en el fondo del Atlántico
Barcelona. (Redacción):- National Geographic tomó, en el centenario del hundimiento del Titanic, fotos con un sonar que permitían ver por primera vez toda la envergadura del transatlántico, con su proa doblada y llena de lodo posada en el lecho abisal del Atlántico a una profundidad de casi cuatro kilómetros. La popa, la parte que más ha sufrido por el naufragio y el paso de los años, ha quedado reducida a un irreconocible amasijo de hierros. Poco o nada se puede recuperar ya del barco.
El Titanic salió del puerto de Southampton para cubrir la distancia hasta Nueva York. Al menos hasta que un iceberg se interpuso en su camino en el cuarto día de su viaje, lo que abrió una gran vía de agua que llevó a piqué al buque, que se partió en dos mientras se hundía. De eso hace 103 años este martes 14 de abril.
Quizás el capitán Edward Smith, que se ahogó con su barco, o el radiotelegrafista Phillips, que murió en su puesto emitiendo la señal de socorro hasta el último instante, sean algunos de los tripulantes más recordados. Sin embargo, ni uno ni otro, ni ninguno de los célebres multimillonarios que viajaban en el buque pueden arrebatar a Violet Jessop, una humilde camarera, azafata en primera clase, haber acaparado la biografía más intensa de las más de 2.000 personas que iban a bordo.
Entre la tripulación del Titanic sólo había 23 mujeres, tres de las cuales perecieron. El resto se salvó, y entre ellas estaba Violet Jessop. Esta joven sobrevivió a los tres accidentes que experimentaron los tres mejores barcos de la naviera White Star o, lo que es lo mismo, quizás los tres mejores barcos de una época. En 1911 salió indemne del accidente del Olympic, que casi naufragó tras un abordaje fortuito; sobrevivió al hundimiento del Titanic, en 1912, y se salvó del naufragio del Britannic, hundido en 1916 durantela Primera Guerra Mundial. Tres barcos hermanos, pertenecientes a la Clase Olympic.
Sin ser el naufragio más catastrófico en víctimas de la historia (este triste récord lo ostenta el Wilhelm Gustloff, en 1945), el del Titanic se ha convertido en un mito. Será porque sus constructores pregonaron, ufanos y orgullosos, desde el mismo día que comenzó a levantarse desde la quilla, que el Titanic era la más grande y mejor máquina jamás construida por el ser humano.
A principios de abril de 1912 el RMS Titanic tenía que hacer su obligatoria prueba de mar, pero la suspendieron debido al viento. El ensayo general se hizo al día siguiente. Durante doce horas se probó su velocidad, maniobrabilidad y parada de emergencia. La sensación que producía es que no navegaba: se deslizaba y en silencio. El sonido de máquinas y calderas quedaba relegado a un mundo interior, alejado del lujo y confort sin precedentes.
Pero en una época en la que no había radares, nadie vio venir el iceberg que acabó con su travesía. Fue un sábado, a las 23:40 horas, en el Atlántico Norte. El buque se hundió dos horas y 40 minutos después de la colisión o, lo que es lo mismo, a primeras horas del domingo. Murieron 1.523 pasajeros y se salvaron 705, que llegaron a Nueva York el 18 de abril en el Carpathia, el buque que acudió al rescate y que era de Cunard, la competencia de White Star.
Horas antes del choque, el barco ya había tenido un problema por culpa de un incendio en un depósito de carbón. El Titanic cargaba 170.000 kilos de cartas destinadas a Estados Unidos. El correo era una de sus principales misiones, razón por la cual su nombre está precedido por las siglas RMS (Royal Mail Steamer) es decir, Correo Real a Vapor. También llevaba un automóvil (un Renault), cuatro cajas de opio con destinatario desconocido y, muy probablemente, una caja con diamantes, valorados en 300 millones de dólares de la época, propiedad de la sociedad sudafricana De Beers. Nadie los reclamó. Otra caja con antiquísimos objetos egipcios para un museo de Denver dio pie de pintorescas leyendas sobre maldiciones.
A lo largo del 14 de abril de hace más de cien años los buques Caronia, America, Baltic y Noordam avisaron de la presencia de hielos flotantes en baja latitud, concretamente a 42ºN e incluso a la de Barcelona (41ºN), aunque a 50ºW de longitud, donde el clima es mucho más frío. Por la tarde, el Californian avisó tres veces de icebergs en la zona y lo mismo hizo el Mesaba. Minutos antes de las 23:00, el Californian, que se encontraba a 20 millas al norte del Titanic, reiteró su aviso pero como respuesta sólo recibió un "no moleste".
Las medidas de seguridad exigidas en 1912 fueron insuficientes. El Titanic marcó un antes y un después en la navegación. Con él se hundió una forma de cruzar los mares. El 20 de abril de 1999, después de 87 años de silencio, la potente sirena del Titanic volvió a sonar. Lo hizo dos veces ante más de cien mil personas que acudieron a escuchar el histórico evento que se produjo en Saint Paul, la capital de Minnesota. El artefacto había sido rescatado por un submarino en 1993.
La sirena, de bronce y de 340 kilos de peso, es uno de los miles de objetos recuperados del pecio tras su localización, el 1 de septiembre de 1985, por la célebre expedición franco norteamericana dirigida por el oceanógrafo Robert D. Ballard y el francés Jean Louis Michel, del Institut français de recherche pour l'exploitation de la mer (Ifremer). Una institución recordada en España porque uno de sus batiscafos, el Nautile, bajó a tapar las fugas de crudo del Prestige, accidentado frente a Galicia en noviembre del 2002.
El hallazgo del Titanic escondía un secreto militar que ha dejado de serlo. Durante años la expedición que dio como fruto la localización del barco fue presentada como el resultado de una expedición científica. Pero no era verdad. En el 2008 fueron desclasificados unos documentos que revelaron que el auténtico objetivo que movió el rastreo del fondo marino, mediante un revolucionario sónar de barrido, fue la búsqueda para la US Navy de dos submarinos nucleares naufragados, el Tresher y el Scorpion.
Un año después de su localización, en 1986, otra misión llegó hasta el Titanic tripulada por tres personas a bordo del DSV Alvin (Vehículo de Inmersión Profunda) del Laboratorio de Inmersión Profunda del Instituto Oceanográfico Woods Hole. El estado del buque era peor de lo que se esperaba. Los casi 4.000 metros de profundidad, la oscuridad permanente, la estabilidad del agua, la baja salinidad y el menor índice de oxígeno deberían haber afectado poco al acero del pecio. Pero no fue así.
El Titanic estaba partido en dos grandes pedazos, alejados el uno del otro y entre ambos había un amplio espacio del fangoso fondo con restos de todo tipo. Vajillas, botellas, sillas, ropa, zapatos y un sinfín de objetos de centenares de pasajeros cuyos cadáveres, si se han filmado, nunca han sido mostrados al público.
Una expedición francesa de Le Soirot permitió el estudio del acero y se determinó que se volvía especialmente quebradizo por el frío. Era un acero que se suponía de gran calidad pero que escondía defectos procedentes de una mezcla de azufre que le confería esa característica incluso a los remaches.
Hasta que se bajó hasta el Titanic, se daba por hecho que la parte sumergida del iceberg había rasgado el casco por estribor, de proa hacia popa, como si fuera mantequilla, provocando una larga vía de agua que unía al menos cinco de los compartimentos semiestancos del buque. La idea cundió y se dio popularmente por buena, pese a que los marinos y los ingenieros navales sostuvieran que un desgarro de tal dimensión habría provocado que el transatlántico se hubiera ido a pique en minutos o segundos y no en más de dos horas.
La penúltima aportación de la ciencia es que el barco se muere definitivamente. Hay una bacteria, bautizada Halomonas titanicae, descubierta en 2010, que parece que está acabando con el mito. La sospecha de los estudiosos es que esta bacteria es una amenaza para las estructuras metálicas submarinas y, por lo tanto, para los restos del buque. Dicen que el microorganismo se adhiere fácilmente a superficies de acero, creando formas de herrumbre -de las que el Titanic está lleno- que aumentan la corrosión. Si es así, es difícil que alcance su bicentenario con sus restos aún presentes en el fondo del mar.