El estreno de The curse (Skyshowtime) pone a prueba nuestra capacidad de adjetivar la serie creada por Nathan Fielder, con un papel protagonista para Emma Stone. Los adjetivos más habituales son incómoda y peculiar, y exploran una ambigüedad eufemística que preserva la posibilidad de que la serie sea un éxito o se convierta en referente “de culto”. Fielder, cómico, director y actor canadiense, ha participado en estimulantes aventuras experimentales como Los ensayos o, como productor, How to with John Wilson . Aquí el sentido del humor busca rendijas que se encarnan en personajes desagradables, autorreferenciales, representantes de imposturas eco- ideológicas. El problema es que el ansia experimental y la denuncia del postureo se eternizan. Y una vez hemos entendido el planteamiento absurdo de la propuesta, el argumento languidece hasta desembocar en reiteraciones flácidas. De manera que, tras haber intentado salvarla con contorsiones adjetivadoras, el espectador tiene derecho a preguntarse si la serie no será simplemente mala. Si este año Emma Stone acaba siendo noticia, no debería serlo por The curse y sí por la película Pobres criaturas , dirigida por Yorgos Lanthimos (oficialmente se estrena el 26 de enero). Aquí el factor de autoría se traslada al argumento –revisión femenina y fantástica del mito de Frankenstein a partir de una novela de Alasdair Grair– y a una puesta en escena que deslumbra por su audacia y disonancia creativa. Y, sobre todo, por la monumental y modernísima interpretación de Stone, que supera todos los abismos de su personaje. La idea de alternar tres niveles de pasión amorosa (y sexual) y situarlos en un universo visual que combina lo luminoso y lo sombrío atrapa al espectador con tanta fuerza que no puede perder tiempo en adjetivar todo lo que –original, provocativamente disonante– está viendo.
La actriz Emma Stone supera todos los abismos y los retos que plantea su complejo personaje protagonista
NOSTALGIA. La mejor generación (Telecinco) intenta imponer el entretenimiento de plató con euforia competitiva, en este caso musical. Tres equipos representantes de periodos distintos y la sobre-dosis habitual de aplausos. El motor de esta historia es la nostalgia de los grandes éxitos, algunos de los cuales se han popularizado más a través de la etílica liturgia de los karaoke que del momento en el que fueron compuestos. Cuando Pablo Carbonell canta Strawberry fields forever , queda claro que la televisión es una industria sin piedad en la que a veces tienes que buscarte la vida como sea.