Un día en el Haram
Todo está en los cuentos de Borges, como demuestra El Aleph , relato que prefigura el teléfono móvil. Tengo mi móvil junto al ordenador y en su pantalla accedo a todas las imágenes del universo. Trasteo en cada red social, en cada plataforma: sé que me asaltará alguna imagen asombrosa nunca antes vista, ahí desde siempre. Acaba de sucederme con la película documental Un día en el Haram (Amazon).
Acabo de ver en mi aleph de bolsillo la magnificente puerta principal de la Kaaba, oro puro labrado con versos coránicos. Acabo de ver cómo se cose y tiende la kiswah , lujosa y espesa tela negra bordada con hilos de plata y oro que recubre la kaaba y reviste el perímetro del círculo de plata que contiene la piedra negra, meteorito oscuro venido del cielo, la reliquia más sagrada del islam, depositada aquí por el profeta Mahoma.
Asisto a uno de los enclaves del planeta que más poder concentra, pues el poder no es más que la convergencia y condensación de voluntades pasadas y presentes que condicionan las futuras. Si hay un lugar así de poderoso en la tierra es La Meca, donde se alza el cubo negro de la Kaaba, en el centro del Haram, complejo arquitectónico de mezquitas que circunda el patio en el que millones de peregrinos circunvalan desde hace siglos el santísimo pedrusco.
Nunca antes las cámaras habían recorrido estas estancias ni habíamos visto la coreografía de miles de trabajadores que velan para que millones de mahometanos del mundo destinen el ahorro entero de sus vidas para viajar a este mítico lugar. Impresiona pensar que la fuerza de fondo que moviliza esta relojería de orantes, bordadores, clérigos, limpiadores y guardias es la fe en Alá. Una oración aquí vale por 100.000 en cualquier otros sitio del mundo, aprendo.
Como espectador de Un día en el Haram pienso en el catalán Domènec Badia (Ali Bey), primer español no musulmán que se infiltró en el santuario de la Kaaba, a fines del siglo XVIII. Luego, el explorador inglés Richard Francis Burton (tan amado por el gran Borges) honraría la obra de Badia.
Veo a los limpiadores del pavimento de mármol blanco del Haram: lo bruñen a conciencia con agua del pozo de treinta metros de profundidad, mezclada con perfume de rosas y almizcle. Un populoso baile que responde a que los humanos siempre fantaseamos con una vida mejor. – @amelanovela