Se pegó un tiro en 1961 con la edad que yo tengo hoy (61), después de vivir más vidas de las que ni yo ni nadie de mi generación alcanzará a vivir ni en cien años: Ernest Hemingway. Su vida homérica la relata ahora la serie documental Hemingway (PBS, 2021, recién estrenada en Filmin). Es una biografía bien documentada y magníficamente ilustrada: se beneficia de miles de fotos inéditas exhumadas ahora, y de filmaciones poco conocidas. Casi seis horas, en tres capítulos: el personaje las merece. Hemingway, literario por él mismo, es además uno de los escritores más leídos del siglo XX, que encarna en su obra y su persona. Cazador en las sabanas en África, fascinado por la tauromaquia, bebedor desmedido de whiskies y daiquiris, boxeador, pescador de altura de pez espada, corresponsal en tres guerras (incluida la de España), ávido de vida y de virilidad... Su madre, de pequeño, le vestía de niña: compensar eso le llevó una vida. Su trato con las mujeres era imposible: no sabía vivir sin ellas, y con ellas menos. El documental explora cada rincón de papá Hemingway, y desvela que en la cama le excitaba sexualmente adoptar nombre de mujer. Por encima de todo eso, Hemingway era escritor: solo escribir confería sentido a haber vivido, vivir y seguir vivo. Escribía como reza el monje, siempre con la puta muerte (así la increpaba) enfrente. Escribió de pie El viejo y el mar junto a la ventana de su cuarto de Finca Vigía, altozano habanero sobre la corriente del golfo en la que pescaba, y presidía el comedor La masía , cuadro de Miró que compró en París, porque “me recuerda a España”. Le dieron el Nobel, y declaró: “El escritor está solo, se enfrenta a la eternidad o a su ausencia, a lograr en cada libro algo más allá de sus fuerzas”. Hemingway le pedía muchísimo a la vida, y la vida un día no pudo darle más. – @amelanovela
AMOR. Un niño juega en un celobert de una casa de Barcelona, mediados los años 60. Su madre tiende la ropa, como la vecina de enfrente. Tienden y hablan: en catalán la señora Roser (le cuesta hablar castellano), en castellano la señora Anita (le cuesta hablar catalán). La señora Roser y la señora Anita son vecinas y son amigas. El niño ve a su madre, la señora Anita, hablar y reír con la señora Roser. Cada día. Y así crece. Ellas son el ejemplo que palpita en mi corazón: el niño del celobert soy yo. – @amelanovela