Cloacas colectivas

Cloacas colectivas

El documental Jorge Fernández Díaz (TV3) es un ejemplo de periodismo ideológico. La primera frase de la voz en off marida dos de los conceptos que han marcado el relato de TV3 de los últimos años: “España” y “guerra sucia”. Sin que el espectador tenga tiempo para asimilar las evidencias por sí mismo, esta estrategia, tan legítima como discutible, propone una versión cerrada que, a la manera de un menú, establece cuál será la relación calidad-precio de la oferta. La música y las recreaciones visuales de relleno son un prodigio de estética de alcantarillado (con una larga tradición internacional en este tipo de formatos), amparada por una substancia informativa objetivamente, políticamente y periodísticamente escandalosa. Este es el punto fuerte del documental: hablar de hechos demostrados y de una figura del engranaje del Estado, Jorge Fernández Díaz, que encarna las peores prácticas de las democracias occidentales. Lo hace situándolo en un contexto poco conocido, como es la adscripción al Opus. Fernández Díaz se nos presenta como un híbrido de iluminado y funcionario, una figura trágica que aporta la extravagancia de aplicar criterios de fanatismo católico y expansión mística al ejercicio del servicio público. También se explican momentos particulares con dimensión colectiva, como la cronología fratricida del Partido Popular catalán, la relación del exministro en asuntos como la acusación infundada a Xavier Trias (por cierto: ¿cuántas veces se ha explicado este episodio en TV3?) o la conspiración para perdonar los posibles pecados de la familia Pujol a cambio de frenar la ola del independentismo. Es uno de los grandes momentos del documental: un Pujol hablando de un Fernández Díaz (como diría el Higgins de la serie Magnum: “¡Virgen Santa!”). El punto débil, sin embargo, es el énfasis, la selección de ingredientes de un sofrito que uniformiza el tono y convierte un ejercicio de información en un sucedáneo de panfleto. Como remate de una deontología que invitaría a grandes debates (hace unos días lo comentaba Mònica Planas en el diario Ara en un artículo que conviene leer y releer), el documental acaba con una lista de personas que no han querido colaborar. Es una ausencia que se puede interpretar como una cobarde asunción de complicidad o como una prueba de inteligencia y de discrepancia contra el periodismo de conclusiones consumadas.

DOBLE Y TRIPLE ORFANDAD. Uno de los elementos que aportaba calidad a la primera temporada de la serie Luis Miguel era la interpretación de Óscar Jaenada, transformado en el padre –Luisito Rey– del artista. Jaenada asumía un protagonismo que, una vez muerto, desaparece en la segunda temporada, estrenada en Netflix. La vida de Luis Miguel, sin embargo, continúa y es la condición de doble orfandad la que se impone, conectada con la culpabilidad de una paternidad y unas responsabilidades familiares que interfieren en su carrera. Sin Jaenada, el espectador también es huérfano. La serie pierde carga narrativa pero mantiene el interés de retratar las alcantarillas emocionales de un artista como Luis Miguel.

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