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La temporada perfecta

La primera temporada de Para toda la humanidad ( Apple TV+) titubeaba. La serie había centrado todo el interés en plantear una hipótesis: ¿qué habría pasado si los cosmonautas soviéticos hubieran pisado la Luna antes que los americanos? El punto de partida era potente pero simbólico. Se planteaban los dramas familiares de los astronautas que en los años sesenta eran las estrellas de la sociedad de Estados Unidos mientras las mujeres tenían que ejercer el papel de amas de casa de revista. También se trataba el machismo imperante en la NASA y sobre todo las misiones desesperadas de la agencia espacial para demostrar que eran la primera potencia mundial. La serie no se elevó hasta que la historia alternativa se distanció lo suficiente de la historia que nosotros conocemos, sobre todo a medida que planteaba una NASA que en los años setenta ya enviaba mujeres al espacio ( en la realidad no lo hicieron hasta 1983 con Sally Ride) o que diseñaba la primera base lunar. Había personajes que funcionaban mejor que otros pero la serie era notable.

La segunda temporada, en cambio, directamente es perfecta. Lo escribiría en mayúsculas y separando las sílabas de “perfecta” con guiones si no fuera un ataque al libro de estilo del diario. Y lo es por el dominio de los responsables en dos ámbitos concretos. En primer lugar, cualquier escena lunar es de un realismo que transporta al espacio exterior, dando la sensación de que tienen una mirada más científica que espectacular y sin nada que envidiar a una obra tan inmersiva como Gravity de Alfonso Cuarón. Y, en segundo lugar, impresiona el trabajazo de la sala de guionistas de Ronald D. Moore para planificar las tramas. Esta vez la acción se sitúa en los ochenta donde los americanos y los soviéticos tienen bases habitadas permanentes en la Luna: intentan encontrar la manera de investigar y explotar el satélite (y de defender el capitalismo y el comunismo respectivamente), trasladando allí arriba las tensiones de una guerra fría bien candente. Episodio a episodio, como espectador sientes que desarrollan los conflictos individuales de un reparto bien coral, ejecutándolos con coherencia y sentido del entretenimiento. Sin embargo, cuando llega la hora de la verdad, uno se da cuenta del plan de Ronald D. Moore: las fichas se han colocado en el lugar adecuado para rematar las tramas, crear escenas de una tensión encomiable y componer momentos emotivos con potencial para destrozarte en el sofá. El último episodio dura 76 minutos y no hay ninguna queja: es como ver un blockbuster espacial arraigado en la geopolítica y los sentimientos de los implicados, con una última secuencia que abre la puerta a más misiones. Para toda la humanidad ya es imprescindible.