Sonreír, no sonreír

Sonreír, no sonreír

La nueva temporada de La isla de laso tentaciones (Telecinco) incorpora un efecto eficaz para eternizar las expectativas. Le llaman “La luz de la tentación” y, en la práctica, es una luz de alarma estridente que avisa a los concursantes, hombres o mujeres, de que alguien acaba de traspasar la frontera de la lujuria y la posible infidelidad. Es un recurso que hace aún más primario un programa que mantiene su apología de los celos analizados con la falsa intención de ser superados. En la práctica está pensada para reafirmar el sentido de la propiedad. El mérito es que con un material tan insustancial puedan organizarse largos debates en que el figuras más o menos conocidas del universo Mediaset, como Alba Carrillo, sueltan aforismos como: “Ante la química no se puede hacer nada”.

SONREÍR. Desde los primeros minutos queda claro que La noche D (La 1) apuesta por un programa producido con notable ambición. Gags preparados para esponjar los contenidos, plató recargado como un homenaje a Ikea, diversidad de guionistas y un presentador, Dani Rovira, que, al igual que Pablo Motos, se empeña en cantar como si fuera James Corden. Estos buenos propósitos chirrían cuando, también desde el primer minuto, Rovira cae en el tópico de la reflexión supuestamente irónica sobre la conveniencia de presentar o no un nuevo programa que acaba siendo pálidamente insípido, atemporal y endogámico. Es una idea que han exprimido todos los formatos de su misma especie, de aquí y de allá. El tono, heredado de una lectura superficial del monologuismo, explota la figura del presentador humilde y con la autoestima baja. Un presentador que necesita empuje y consejos para salir adelante. La ironía sobre la humildad, sin embargo, degenera en una especie de narcisismo guay amparado por la coartada del humor. Al final prevalece la sensación de esfuerzo titánico por mantener la atención del espectador a través de contenidos de una frivolidad que no ofenda y respete la exasperante dictadura del dinamismo a cualquier precio.

1991. En los años ochenta John Lurie fue una presencia cinematográfica y musical que fascinaba el esnobismo de los sectores más modernos de la época. Ahora, con la misma mirada inestable, Lurie escribe y dirige Painting with John (HBO). Es un documental experimental en el que en vez de adherirse a los principios de la autoficción, se exploran los límites entre la autobiografía, la terapia y la egolatría retrospectiva inteligente. A diferencia de Rovira, que no se esconde de buscar la simpatía inmediata, Lurie alimenta la asociabilidad de sus seguidores y les confiesa que detesta las sonrisas corteses y los cacareos fingidos. También vemos sus cuadros y cómo los pinta, en un paisaje selvático (en la isla de Granada) en el que, según él, los árboles son infelices. Aquí el paso del tiempo apela a agujeros negros y a descalabros abismales vividos por Lurie mientras que, en La noche D , acaban cantando Bailar pegados . Todo cuadra: Painting with John es un homenaje indirecto a la serie de Lurie de 1991, Fishing with John , que era un disparate de influencia lynchiana. Y el mismo año, el gran Sergio Dalma publicó el inmortal Bailar pegados .

Etiquetas
Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...