Lauren se despertó a las dos de la mañana alertada por el sonido de un vidrio roto y los gritos de su compañera de piso. “¡Que alguien me ayude!”, gritaba Adriane. Sin embargo, la testigo se quedó petrificada e, instantes después, solo pudo salir corriendo y esconderse en el patio. Entre la oscuridad, Lauren vio a un individuo huyendo, aunque no logró reconocerlo.
Cuando Adriane volvió a gritar, Lauren se armó de valor y entró para ayudarla. Fue entonces cuando la vio ensangrentada y moribunda. Así que, temiendo que el asaltante regresase, cogió el teléfono inalámbrico, se subió a su coche y llamó a emergencias. Minutos después llegó la primera patrulla. Ya era demasiado tarde: había dos mujeres muertas.
Odio acérrimo
Desconocemos los datos biográficos de nuestro protagonista, Eric Matthew Copple, salvo que nació el 7 de mayo de 1970 en el Valle de Napa (California) y que era topógrafo. A partir de ahí, sus reseñas personales parten de lo que su círculo más cercano y él mismo han contado a las autoridades y ante los medios de comunicación.
Quienes lo trataron personalmente dicen de él que era un hombre “dulce y gentil”, educado, e incluso agradable. No tenía antecedentes ni tampoco una multa de tráfico. Aparentemente se trataba de un tipo de lo más normal. Ahora bien, su relación con Lily Prudhomme le hacía ser posesivo y celoso. A Eric no le gustaba que su novia tuviera amigas íntimas, ni que quedase con sus compañeras de trabajo al finalizar la jornada.
Prueba de ello era la animadversión que sentía hacia Adriane Insogna, de 26 años, compañera de trabajo de Lily y una de sus futuras víctimas. Para él, Adriane era un obstáculo en su vida, ya que le quitaba tiempo con su chica. Aparte, la consideraba una mala influencia: pensaba que Adriane estaba malmetiendo en su contra para que Lily no se casara con él. Todo estalló la noche de Halloween de 2004 tras una monumental bronca entre Eric y Lily.
Nuestro protagonista se emborrachó sobremanera, lo que molestó a su novia como para marcharse y negarse a pasar la noche con él. Aquí Eric aseguró no recordar haber salido de su casa ni coger un cuchillo. Pero lo cierto es que, en su enajenación, el asesino culpaba a Adriane de la bronca y quería venganza.
A las dos de la mañana, Eric se fumó un cigarrillo a la puerta de la casa de Adriane mientras pensaba cómo iba a asaltarla. En el interior dormía la joven y sus dos compañeras de piso, Leslie Mazzara y Lauren Meanza, que habían pasado la noche repartiendo caramelos a los niños con el famoso truco o trato de Halloween.
En un momento dado, Eric rompió la ventana del sótano, se dirigió a la habitación de Adriane -el asesino conocía perfectamente la casa tras visitarla junto a Leslie- y la apuñaló repetidas veces. Los gritos alertaron a Leslie, que acudió en su ayuda. Eric no dudó en matarla para no ser descubierto. Acto seguido, huyó. Minutos más tarde, la única superviviente Lauren llamó a la policía.
Las primeras patrullas peinaron el exterior de la vivienda y localizaron varias colillas de cigarrillo Camel Turkish Gold, una marca nueva. Dicha información fue guardada y nunca revelada a personal ajeno a la investigación, de ahí su relevancia. Como ninguna de las mujeres fumaba, la policía dio por hecho que el tabaco pertenecía al atacante, quien había esperado la coyuntura oportuna para entrar.
También se registró la escena del crimen y hallaron rastros de sangre en las persianas. El ADN extraído de ambas pruebas confirmó la coincidencia: quien fumó en la puerta de la casa era el autor de la matanza.
Los cigarrillos
A partir de ahí, la policía investigó al círculo más próximo a las víctimas, tanto amistades como a parejas, exparejas o admiradores. En el caso de Leslie el radar de sospechosos se centró en un novio de la universidad, Brian West, con el que tuvo una ruptura algo traumática, y también en su última expareja William Lee Youngblood Jr., un abogado con el que Leslie había estado viviendo antes de llegar a Napa.
Con respecto a Adriane, el sospechoso número uno era Christian Lee, un novio intermitente, que la noche de autos estuvo en la casa y discutió con la fallecida. Él fue la última persona que la vio con vida. Eso sí, el ADN de ninguno coincidía con las muestras recabadas.
Por consiguiente, la policía siguió con los interrogatorios hasta tener un total de 1.500 personas y más de 200 muestras de ADN. No hubo suerte. El mismo asesino fue llamado a declarar: le dejaron un mensaje para que acudiese a comisaría. Sin embargo, no acudió ni tampoco le hicieron seguimiento.
Poco después de los crímenes y pese a las trágicas circunstancias vividas, Lily decidió casarse con Eric. La vida era demasiado corta para desaprovecharla. Arlene, la madre de Adriane, acudió al enlace e interpretó en su honor la canción She Will Be Loved -la canción favorita de su hija-. Lo que nadie podía imaginar es que el asesino de la joven era el novio y futuro marido de Lily, la mejor amiga de la fallecida.
En septiembre de 2005, los investigadores llegaron a un callejón sin salida: no tenían más pistas ni tampoco un sospechoso sólido. Así que pidieron colaboración ciudadana e hicieron público una de sus pruebas clave, los cigarrillos Camel Turkish Gold, una marca inusual y que estuvo en el mercado un breve período de tiempo.
La policía buscaba que alguien revelase el nombre del asesino, lo que no esperaban es que el propio asesino acudiese a comisaría. Eric entró acompañado de su mujer Lily y de sus padres. Su familia había actuado como mediadora después de que el joven enviara un correo electrónico despidiéndose: era una nota de suicidio. Le convencieron. Lo mejor era entregarse. El ADN confirmó que Eric era el asesino.
Sin motivo
Durante el interrogatorio policial, Eric se desplomó y trató de justificar los hechos. No supo explicar cuál fue el motivo de sus actos. De hecho, jamás se supo. Ni siquiera durante el juicio, celebrado en enero de 2007, donde el acusado llegó a un acuerdo con el fiscal del distrito y las familias de las víctimas para evitar la pena de muerte. El tribunal lo condenó a dos cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional.
Antes de conocer su futuro y escuchar el veredicto, Eric se derrumbó, pidió perdón a las familias, aunque también trató de justificar sus viles acciones.
“Soy un hombre roto. Un hombre astillado... por una penetrante conciencia... de mi propio potencial de maldad. Aunque no puedo comprender... la magnitud de la angustia que he causado... reconozco que mis actos pecaminosos han infligido una terrible agonía a muchas personas. No tengo palabras para expresar la profundidad de mi dolor”, dijo entre sollozos.