‘El estrangulador de Miami’: el devoto necrófilo de prostitutas que se persignaba tras cada crimen
Las caras del mal
Rory Conde mató a seis mujeres tras ser abandonado y denunciado por su esposa
Minutos después de haberse quedado sola en el apartamento y, tras asegurarse de que su captor no volvería en un buen rato, Gloria hizo lo posible para quitarse la mordaza y las cuerdas que la maniataban a la cama. La prostituta había sido secuestrada, violada y torturada por su último cliente y, en un último intento por sobrevivir, se había hecho la muerta. Aquella jugada le salió bien.
Gloria golpeó la pared y el mobiliario con tal fuerza, que los ruidos alertaron a los vecinos y acudió la policía. Cuando los agentes derribaron la puerta, la mujer respiró aliviada. Acababan de evitar el séptimo asesinato a manos de Rory Conde, el temido estrangulador de Miami, un obrero de la construcción, devoto y aparentemente normal, que descargaba la frustración de su divorcio con meretrices.
Denunciado y abandonado
Rory Enrique Conde nació el 14 de junio de 1965 en la ciudad colombiana de Barranquilla, aunque criado durante gran parte de su infancia en Miami tras el fallecimiento de su madre por tétanos cuando él tenía seis años. A partir de ese momento, la vida de nuestro protagonista se truncó emocionalmente.
En primer lugar, porque Rory sufrió abusos sexuales por parte de dos tíos maternos, que le dejaron graves secuelas de depresión, estrés post-traumático y falta de autoestima; y, en segundo lugar, porque su padre lo maltrató física y psicológicamente cuando se mudó a Miami junto a él y su nueva esposa. Su progenitor le molía a palos y le vejaba verbalmente.
Con apenas doce años, Rory afrontó esta situación con el abandono de los estudios y su incursión en la delincuencia. Sus primeros delitos fueron pequeños hurtos, aunque a los quince ya se dedicaba al mundo criminal, principalmente al robo. Con 21 años, el joven contrajo matrimonio con Clara Bodden, de quince años, con la que tuvo dos hijos.
Fue una época dorada para él: trabajaba como obrero de la construcción, era un fiel devoto y comenzaba a construir en Miami, en la sección más al sur de la autopista 41, una vida alejada de la criminalidad. Sin embargo, aquella zona, repleta de moteles baratos, tiendas de pornografía, prostitutas y bares de striptease, supuso un cambio radical en su comportamiento.
Rory empezó a ausentarse del hogar familiar, a salir de noche sin previo aviso y a frecuentar los servicios sexuales de prostitutas. Su cambio de hábitos supuso también un giro en su comportamiento, cada vez más violento y agresivo con su esposa. Entonces, llegaron las amenazas, las palizas y los malos tratos.
Hasta que un día Clara decidió ponerle fin: abandonó a su marido y lo denunció por violencia de género. Rory fue condenado con una orden de alejamiento y la prohibición de acercarse a su mujer y sus hijos, lo que desencadenó tal frustración en él, que inició una sanguinaria cacería de prostitutas contra las que resarcir su desengaño. Tenía 29 años.
La señal de la cruz
El 17 de septiembre de 1994, Rory mató a su primera víctima, Lazaro Comesana, una prostituta transexual a la que golpeó y estranguló hasta la muerte tras percatarse de que tenía pene. Según parece, el obrero le quitó la vida al sentirse engañado. Pero también, según consta en el sumario del caso, se arrodilló “sobre el cuerpo de Comesana durante diez minutos mientras lo culpaba por la pérdida de su esposa e hijos”.
Acto seguido, hizo la señal de la cruz, abandonó el cadáver en un suburbio de clase media y se prometió no volver a requerir servicios sexuales de meretrices. Jamás lo cumplió. Los siguientes tres meses asesinó a cinco víctimas más, todas ellas mujeres.
El modus operandi en cada crimen, siempre meticulosamente planificado para evitar ser cazado, era el mismo en todos los casos: conducía hasta la zona de Tamiami Trail, pagaba por los servicios de la trabajadora sexual, y, a continuación, las torturaba, violaba y estrangulaba. Una vez muertas, practicaba necrofilia anal con los cadáveres y, al terminar, se persignaba y se deshacía de ellos en algún lugar apartado. Desde zonas residenciales a basureros.
Para él aquella matanza se convirtió en una especie de juego, tal y como se extrae de lo ocurrido con su tercera víctima, Charity Nava. La mujer apareció desnuda y con un mensaje escrito en su espalda con una cara sonriente, que hacía referencia a un presentador de la televisión local: “Third! I Will always call Dwight Chan 10… [Look] If you can catch me” (¡La tercera! Llamaré a Dwight Chan, mira si puedes atraparme).
De aquí en adelante, las autoridades estaban convencidas de que se enfrentaban a un peligroso asesino en serie, al que denominaron El estrangulador de Miami o El estrangulador de Tamiami Trail (por la zona donde ejecutaba sus crímenes). Sin embargo, de puertas para fuera, Rory nunca despertó en sus allegados sospecha alguna sobre sus verdaderas fantasías. Hasta el 19 de junio de 1995.
Ruidos extraños
Aquella mañana, Rory se marchó de su apartamento para testificar en un juicio: estaba acusado de un delito de robo en una tienda. Ninguno de los vecinos imaginaba que en su dormitorio había dejado maniatada, amordazada y moribunda a Gloria Maestre, otra trabajadora sexual a la que retenía en contra de su voluntad.
Gracias a los extraños ruidos que hizo para pedir socorro, la policía acudió al edificio para hacer una comprobación. Una vez dentro del inmueble se toparon con la dantesca escena: acababan de salvar a la chica de una muerte segura. Hubiese sido la séptima víctima de Rory Conde, el asesino en serie que buscaban desesperadamente.
Tras su detención y puesta a disposición judicial, el estrangulador fue acusado de retención ilegal, agresión y violación. Pero, en cuanto le tomaron muestras de ADN y las compararon con el semen encontrado en las otras seis víctimas, lo acusaron de seis asesinatos en primer grado.
El 7 de marzo del 2000, el juez del tribunal de Miami, Jerald Bagley, condenó a muerte al acusado por el asesinato en primer grado de su última víctima, asesinada el 12 de enero de 1995 tras ofrecerle 50 dólares por sus servicios. Según la autopsia, el cuerpo presentaba treinta fracturas internas en el cuello, entre otras contusiones por todo el cuerpo.
“La manera violenta y cruel como fue asesinada Rhonda Dunn merece un castigo único y ejemplar”, leyó el magistrado mientras el asesino en serie se mantenía en silencio. Un año después, Conde también fue sentenciado a cinco cadenas perpetuas consecutivas sin libertad condicional por los otros cinco asesinatos en primer grado.
Por el momento, el estrangulador de Miami continúa en el corredor de la muerte de la Prisión Estatal de Florida a la espera de su ejecución.