Una retirada a tiempo es una victoria, suelen decir. Este principio se puede aplicar a todas las series que no deberían pasar de la fase de desarrollo (sí, a veces uno se plantea cómo puede ser que ciertos proyectos reciban luz verde), a la necesidad de los creadores de entender cuándo deben cerrar la historia en condiciones y también podemos utilizar esta mentalidad para ciertas tramas. Si no funcionan, no las fuerces. Ni son infumables, por favor ahorrádnoslas. Y es que, tras siete temporadas de Grace and Frankie en Netflix, es imposible no clamar al cielo. ¿Qué hemos hecho para merecer unos secundarios tan mediocres, tan carentes de gracia, tan presentes incluso cuando llevan desde 2015 rebajando la calidad de la serie?
El entramado de personajes de la serie de Howard J. Morris y Marta Kauffman, que siempre será recordada como uno de las creadores de Friends, siempre ha sido muy limitado. Están Jane Fonda y Lily Tomlin como los personajes del título, dos mujeres de caracteres opuestos que deben rehacer sus vidas juntas tras ser dejadas por sus maridos, que llevan dos décadas teniendo una relación a sus espaldas. Después tenemos a Martin Sheen y Sam Waterston, imperdibles como estos dos homosexuales que intentan recuperar el tiempo perdido en la tercera edad, viviendo por fin fuera del armario. Y finalmente tenemos... a los hijos. Por un lado están Brooklyn Decker y June Diane Raphael como Mallory y Brianna, y después Ethan Embry y Baron Vaughn como Coyote y Bud.
Verles en pantalla suele ser sinónimo de bromas sin gracia, tramas fallidas y sufrimiento por tener que escucharles
Verles en pantalla suele ser sinónimo de bromas sin gracia, tramas fallidas y sufrimiento por tener que escucharles. Los hijos de Mallory desaparecieron al darse cuenta que la Grace abuela no les interesaba, así que tenemos una madre de familia numerosa, que se caracterizaba por tener hijos sin estos hijos nunca a la vista. La vis cómica de Brooklyn Decker, además, es nula.
Ni tan siquiera es su única trama fallida: hubo un momento al principio de la serie en el que se nos insinuaba que habría una trama romántica entre Mallory y Coyote y también desapareció. Podría entender que desde la sala de guionistas decidieran que Decker y Embry no tenían la química necesaria o que era una subtrama que distraía de la relación importante, la de Grace y Frankie, pero, a ver, que los actores siguieron en nómina y con menos propósito que dos gallinas sin cabeza.
¿No se podrían haber ido al mismo zulo al que mandaron a los hijos de Mallory y la tensión romántica entre Mallory y Coyote?
Y es que entre todos ellos hemos tenido que pasar por tramas tan dolorosas como la rivalidad entre las hijas de Grace en esa empresa de cosmética que no tiene ningún sentido (¿cómo puede ser que Grace fuera tan empresaria de éxito pero no tuviera ni una sola propiedad a su nombre, ni una fortuna propia, y la empresa siempre haya tenido una estructura tan cutre?); cualquiera de los chistes relacionados con los nombres de Bud y Coyote o su infancia hippie porque, además, abaratecen el personaje de Frankie; la época en la que Coyote encontró fantástico vivir en una casita en miniatura en su coche (que se podría justificar si en algún momento se nos hubiera recalcado que, efectivamente, a Coyote le falta una patata para el quilo); la paternidad insoportable de Bud con una mujer estúpida; o más recientemente Brianna, que en su momento tuvo su gracia, entrando en un bucle de esos tan estadounidenses de "vamos a tener una crisis porque quiero pasar mi vida contigo pero oigo la palabra matrimonio y de repente implosiono porque tengo la madurez emocional de un embrión abortable".
Así que, cuando entras en la recta final de Grace and Frankie, una serie simpática con un valor que va más allá de su propia calidad (o sea, la importancia de retratar la tercera edad dando visibilidad a actrices de la edad de Jane Fonda y Lily Tomlin y mostrando esta etapa de la vida con optimismo y mostrando las oportunidades y posibilidades que siempre pueden aparecer), toca soportar tramas cómicas tan mal construídas como la de "Brianna muestra la vulva a sus suegros" o la de "Brianna y Mal se pelean en la oficina", que cuesta entender porque todavía no entendemos por qué Brianna es la jefa, por qué la empresa estaba en quiebra y por qué las dos mantienen puestos de responsabilidad y toman las decisiones cuando previamente (y supuestamente) llevaron la empresa a la ruina.
Ojalá Kauffman y Morris hubieran sabido qué hacer con los hijos de Grace y Frankie. Han tenido tiempo para descubrirlo (para ser exactos, siete temporadas) en una plataforma como Netflix con tendencia a cancelar las series tras tres o cuatro temporadas. Pero, en vez de mandar estos secundarios al mismo zulo al que enviaron a los hijos de Mal, los han mantenido bien visibiles, dándoles minutos, asegurándose que hasta el último minuto pudiéramos recordar por qué Grace y Frankie es simpática pero también defectuosa a la hora de definir los personajes secundarios, buscarles tramas y permitir que aportaran a la dinámica principal.