Quizá sea hora de dejar de asociar la palabra “guardaespaldas” con Whitney Houston, Kevin Costner y esa versión del I will always love you que en realidad era de Dolly Parton. La BBC, como si quisiera alejar la cultura británica del influjo de la americana, estrenó el pasado 26 de agosto una serie llamada Bodyguard con su ración de tensión sexual entre una ministra y el hombre que debe velar por su seguridad. ¿El resultado? El mayor éxito a nivel de audiencia desde Downton abbey y un nivel de obsesión y tensión que no se vivía desde Doctora Foster .
Hay que reconocer que tenía todos los elementos para triunfar. Creada por Jed Mercurio, responsable de una de las obras más admiradas de la televisión británica, Line of Duty, estaba protagonizada por un talento salido de Juego de tronos, Richard Madden, y un valor seguro del país como Keeley Hawes, que volvía a las manos de Mercurio desde Line of Duty. Pero, mientras muchos esperaban un sexy-thriller, Bodyguard quería ser otra cosa.
La serie comienza cuando el sargento David Budd (Madden), sin estar de servicio, consigue evitar un atentado terrorista. No vive su mejor momento, en proceso de separación de su mujer y claramente trastornado por su paso por la guerra de Afganistán, pero su valentía y aplomo le permiten obtener un nuevo puesto. A partir de este momento será el guardaespaldas de Julia Montague (Hawes), una ministra de carácter difícil, ambiciosa y cuyas políticas belicistas y antipacifistas van contra los ideales de Budd, que todavía sufre estrés postraumático.
Las críticas en el Reino Unido han sido arrolladoras para esta miniserie de seis episodios. El que piense que se trata de una historia de amor con el terrorismo de fondo está bien equivocado: es una historia de poder, política, terrorismo, las consecuencias de la guerra y las amenazas que vivimos (por parte del terrorismo y de los políticos). Y sobre todo de tensión.
Es una historia de poder, de política, de terrorismo, de las consecuencias de la guerra y de las amenazas que vivimos los ciudadanos (por todos lados)”
Los británicos estaban tan en vilo para ver el desenlace que 10,4 millones de espectadores vieron el último episodio en directo, un dato que este 2018 sólo pudo superar el Mundial de fútbol y que no se veía desde que Downton Abbey desembarcó en las islas. (A esta cifra, además, falta sumar el público en diferido, que se espera que serán unos cuantos millones más).
Parece que el público ibérico que se obsesionase este septiembre con Doctora Foster, otra serie hipertensa, tiene ya sucesora natural e inminente. ¿Y lo mejor? Que Netflix se ha hecho con los derechos internacionales de la obra de la BBC para incluirla en su catálogo el 24 de octubre, supuestamente también en España. Ahora es el momento en el que los fans de las buenas series británicas cogen la agenda, se marcan el 24 de octubre y buscan qué día se reservan para ver los seis episodios del tirón (porque promete mucho vicio).