Son las fiestas de Cárdena, un pueblo a priori apacible de Andalucía. El calor es asfixiante durante el día, hasta el punto que la humedad hace llorar a la virgen de la tienda de comestibles, aunque ella interpreta las lágrimas como un mal augurio. Pero, cuando se oye un grito y las sirenas de un coche de policía, todos acuden a las puertas de la escuela: allí está el cadáver de una adolescente, Aurora, que fue asesinada en el instituto durante la noche mientras los vecinos reían, bebían y bailaban. Así empieza La chica invisible, la serie de asesinos con la que Disney+ quiere interesar al público juvenil.
De todo lo que tiene La chica invisible por ofrecer, posiblemente lo más interesante es su forma de posicionar a la plataforma de contenidos en España. La empresa presidida por Bob Iger, de momento, ha utilizado como cimientos para el servicio de streaming tanto los clásicos del estudio (y las nuevas películas de Pixar, Disney, Star Wars o Marvel) como series derivadas de los universos cinemáticos de Star Wars y Marvel. Son la principal herramienta a nivel global para crear impacto entre el público y los medios y atraer nuevos suscriptores. Pero, en el terreno ibérico, está utilizando la producción propia con una finalidad: retener a la audiencia juvenil. Y es que, tras contratar a Aitana y Miguel Bernardeau para el drama romántico La última, ahora presenta una serie de asesinatos donde los jóvenes ocupan la mitad del elenco.
Además, La chica invisible no es un título cualquiera. Es la adaptación de la novela homónima de Francisco de Paula Fernández González, que bajo el seudónimo de Blue Jeans se ha hecho un nombre en la literatura juvenil, y con buen ojo para el reparto: Daniel Grao, vinculado al género juvenil gracias a Hit, interpreta al inspector responsable de investigar el asesinato de Aurora, y Zoe Stein, nominada al Goya revelación por Mantícora, es su hija en la ficción, compañera de Aurora y tan o más obsesionada que él por descubrir la verdad.
Entre los aciertos de la adaptación, que corre a cargo de Carmen López-Areal, Marina Efron, Antonio Hernández Centeno y Ramón Tarrés, se debe destacar la sensación de lugar. Es una de las claves del whodunnit: encontrar el elemento universal y al mismo tiempo diferencial a partir de aprovechar el escenario. El calor es tan presente como la luz cálida (a diferencia de esa Málaga lúgubre de La chica de nieve), quizá Grao o Stein tienen los acentos más neutros del reparto pero se oyen dicciones más sureñas, y los personajes se pasean por calles blancas o se encuentran en mitad de los olivos.
Sin embargo, cuando uno se enfrenta a la historia, se encuentra un caso de asesinato tan lleno de suspense como de lugares comunes: secundarios intercambiables, sospechosos frustrantes y una tendencia irritante de mostrar todo aquello que esconden los personajes. Los personajes no parecen impulsar la historia sino que las tramas llevan la delantera, teniendo a los personajes a remolque, a menudo teniendo que tomar decisiones estúpidas para justificar otro asesinato o conservar cierto secreto durante más tiempo. Llama la atención que en el pueblo todo el mundo se conozca, todos crean tener un asesino en la comunidad y al mismo tiempo nadie planifica dinámicas sociales para evitar que los jóvenes, especialmente las chicas, se queden a solas.
Pero, claro, que un servidor esté cansado de whodunnits cuyo único interés reside en descubrir la identidad del asesino, incluso si esto significa estar dando palos de ciego como espectador, no significa que La chica invisible no tenga un público potencial. Lo tiene. Con ocho episodios de menos de 45 minutos cada uno, tampoco pide al espectador que hipoteque demasiado tiempo. Y, de tener éxito, sería previsible una secuela: Blue Jeans, que publicó La chica invisible en 2018, también escribió El puzzle de cristal en 2019 y La promesa de Julia en 2020, que siguen la misma serie literaria.