Cuando no te encuentras bien, cuando tienes una combinación entre debilidad y dolor de cabeza, lo que no te apetece es tener que ver algo por obligación en la tele. Bueno, como mínimo es lo que me pasa como periodista de ficción televisiva. Hay días en los que, atropellado por la vida (y las fiambreras del desayuno y los ibuprofenos y los juguetes de reyes esparcidos por el comedor y las duchas), quieres una especie de Santo Grial: algo que no me pida ningún esfuerzo, que sea familiar y que no me obligue a cavilar sobre sus posibilidades como artículo o entrevista potencial.
Como leí (y escribí) que Malcolm in the Middle iba a tener un revival especial después de tantos años, me dije: “Échale un vistazo, a ver cómo ha envejecido”. Nunca había sido un espectador asiduo de la comedia de Linwood Boomer, que no ha hecho nada desde entonces, pero sí esporádico. La recordaba como una sitcom familiar inteligente, con un protagonista infantil prodigioso como Frankie Muniz y una Jane Kaczmarek arrolladora en el plano cómico. ¿Y qué me encontré en Disney+? Un episodio piloto brillante, lo que en el mundo de la sitcom es prácticamente imposible.
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¿Cómo puede ser que Jane Kaczmarek, nominada por cada una de las siete temporadas, no ganase nunca el Emmy?
La comedia televisiva americana, por regla general, siempre se ha basado en una especie de tradición de ensayo y error. Los guionistas y productores conciben un punto de partida, unos personajes y unas dinámicas y, a medida que pasan las semanas, van viendo tanto en la sala de guionistas, como en el rodaje como en la reacción del público qué les funciona: cómo deben explotar la vis cómica de los actores, qué dinámicas tienen más chispa y qué elementos en los que confiaban tienen que descartar. Solo hay que ver el mediocre primer episodio de Friends para entender cómo puede evolucionar una sitcom desde su presentación.
Con Malcolm in the Middle, sin embargo, ocurre el milagro: cada elemento funciona desde un buen comienzo. Es una obra de arte sobre cómo presentar un universo de comedia que, además, no está carente de personalidad. Hagamos memoria. Malcolm es el tercero de cuatro hermanos en una casa que es un caos constante: la madre no tiene tiempo para unos hijos tan revoltosos y respondones (el mayor está directamente en un internado militar después de múltiples delitos). Y, mientras Malcolm solo quiere ser uno más (y con mucho carácter), para que el matón de la escuela no le pegue por la calle, su invisibilidad termina cuando declaran que es un genio con un cociente intelectual de 165.
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La cotidianidad familiar llevada al extremo.
Es refrescante ver, por ejemplo, cómo se muestra la cotidianidad de los cuerpos en las familias (encontrando la forma de ocultar los senos, por supuesto, que estamos hablando de la televisión americana) desde el extremo: Lois afeita el peludo cuerpo del marido en la cocina (sí, así se introduce a Bryan Cranston, ahora venerado por Breaking bad) y abre la puerta de casa con los pechos al aire porque está agobiada y no encuentra unos sostenes limpios que ponerse. Puede que cada conversación y cada mirada y cada detalle sirvan para presentarte los personajes pero, como espectador, no sientes que estás en un comienzo: estás en medio del barullo.
Es Lois detectando que su hijo está fumando incluso a kilómetros de distancia mediante una conversación telefónica. Es Hal, como padre, dejando que su mujer quede como la mala siendo incapaz de contradecir a nadie. Son Reese y Malcolm discutiéndose de camino a la escuela para ver quién tiene que aguantar al pequeño, Dewey, de camino a la escuela (que, a pesar de ser tan maltratado, quiere que uno de ellos le dé la mano). Y, mientras encuentra un chiste tras otro entre el tono caótico y con unos actores que entienden de buenas a primeras quiénes son sus personajes y cómo hacer que funcionen, tiene el acierto de construir un gag memorable durante todo el capítulo (el que se remata con la pelea en el patio).
Si los grandes episodios de televisión son obras de arte, los grandes pilotos de comedia ya son directamente milagros
En estos momentos no sé si continuaré con el revisionado de Malcolm in the Middle pero, si alguien se alegró con la noticia del revival, que le eche un vistazo. Si los grandes episodios de televisión son obras de arte, independientemente del todo, los grandes pilotos de comedia ya son directamente milagros. Hay que verlos y celebrarlos.