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'La diplomática' de Netflix ha dejado de ser buena televisión

Crítica

Era un entretenimiento inteligente pero la segunda temporada se ha convertido en hiperactiva pero estática

Keri Russell es Kate Wyler.

COURTESY OF NETFLIX

En su estreno, La diplomática tenía una enorme virtud: se encontraba en esa intersección entre la inteligencia y la accesibilidad. Era un drama con dosis de thriller y de comedia que, a partir de una heroína protagonista, te permitía entretenerte con geopolítica a la vez que te dejaba explorar la naturaleza de un matrimonio complicado y un incipiente nuevo romance. Después de darle el beneficio de la duda, no puedo decir lo mismo de la segunda temporada: ya no es buena televisión.

Un aspecto ya lo comenté. No es buena señal que una serie vuelva después de un año y medio y, en parte por culpa del consumo bulímico promovido por Netflix, sea prácticamente imposible recordar de quiénes están hablando los personajes, sobre todo cuando el guion de Deborah Cahn tampoco ayuda a situar al espectador. Pero podemos ir más allá. La temporada empieza de sopetón y termina de sopetón y, entre medias, no se erige lo que podemos percibir como una temporada completa.

El ministro despechado durante siete episodios.

COURTESY OF NETFLIX

Ocurren cosas (y, a partir de este punto, habrá detalles de los siete episodios). Como ya se informó con la temporada introductoria, la sospecha se cernía sobre Nicol Trowbridge, el primer ministro del Reino Unido. Stuart, la mano derecha de la embajadora Kate Wyler, tenía secuelas psicológicas del atentado terrorista que acabó con Ronnie (sí, ese personaje que hay que googlear). Y, cuando Kate, Hal y Eidra lograban rellenar los huecos de la conspiración, aparecía la vicepresidenta de los Estados Unidos (¡Allison Janney!) a quien Kate quizá podía usurpar el cargo.

Sobre el papel, esto no es terrible. En la práctica, la sensación es que hemos tenido siete episodios de relaciones estancadas y personajes enrocados. Eidra y Stuart con sus indirectas sobre su relación fallida; Nicole Trowbridge siendo ese niño gritón, enfadado y maleducado; Margaret Roylin siendo turbia; Kate y Hal perdiendo los matices de la primera temporada, caricaturizados en sus encuentros y desencuentros.

Para más inri, el ministro de exteriores británicos, ese Austin Dennison con el imponente físico de David Gyasi, se ha dedicado a soltar breves frases a Kate de hombre despechado, sin ninguna sustancia a la que nos pudiéramos agarrar. Casi se podría decir que contradecía La diplomática de la primera temporada, que había colocado el triángulo amoroso en el centro. Ahora, entre entradas y salidas en habitaciones lujosas, se ha olvidado de una de las patas.

Allison Janney sieeeeeempre es un buen fichaje.

ALEX BAILEY/NETFLIX

La diplomática, que tiene un perfil muy clásico en el tratamiento de los personajes y las tramas, es como si fuera una serie de televisión con temporadas de 22 episodios, como las de antes. En Netflix estos días hemos podido ver ese tramo intermedio, permitiéndose el capricho de meter mucho dinamismo mientras deja aparcados personajes y tramas a la espera de recuperarlos. Pero, desafortunadamente, no es una serie de antes.

Qué paradoja: nos ha tenido esperando 18 meses para tirarnos a un lodazal tan hiperactivo como estático, equivocándose de molde al planificar las tramas. Lo que es válido y disfrutable y admirable en un formato no tiene por qué serlo en otro, como evidencia esta segunda temporada.

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