Paz social, ¿a cualquier precio?

Opinión

Somos sociedades pendulares, que nos movemos cada vez más por el contraste, como lo ejemplifican tanto la foto del conseller de Agricultura firmando acuerdos vacíos con representantes de asociaciones payesas minoritarias, como la decisión del Ayuntamiento de Barcelona de comprar una finca donde los inquilinos se resistían a ceder el paso al propietario. Dos casos que proyectan poca cintura y vigor institucional ante la protesta.

Y es que, después de unos años de mucho movimiento social que se dijo que arrastró al poder político, ahora los que están al frente de las principales instituciones parecen tener alergia a todo lo que suene a ruido, y así tienden a ceder (¿a cualquier precio?), ante sectores que provocan alboroto o que amenazan con ello.

Instituciones ahora alérgicas al ruido ceden rápido ante la amenaza de alboroto

La situación es preocupante, también por el efecto réplica que puede generar. Por eso, en el caso del acuerdo para comprar la Casa Orsola, el alcalde Jaume Collboni, al anunciarlo, quiso enfatizar que era algo puntual.

¿Sí? ¿Seguro? ¿Alguien duda de que esta maniobra, a pesar de la gesticulación, no ha sido leída por el Sindicat de Llogateres como una victoria y como un incentivo para animar a otras protestas parecidas que ya veremos cómo acaban?

GRAFCAT3641. BARCELONA, 07/02/2025.- El portavoz del Sindicat de LLogateres, Enric Aragonés (c), junto al inquilino de la Casa Orsola Josep Torrent (i), durante la rueda de prensa que han ofrecido después del anuncio de que el Ayuntamiento de Barcelona y la entidad del Tercer Sector Hàbitat3 hayan llegado a un acuerdo para comprar, a través de una fórmula social colaborativa, la Casa Orsola de la capital catalana, convertida en símbolo contra la especulación. EFE/Quique García

El portavoz del Sindicat de LLogateres, Enric Aragonés (c), junto al inquilino de la Casa Orsola, Josep Torrent (i)

Quique García / EFE

A partir de ahí, sin duda, el desenlace de este caso concreto es básicamente un agravio comparativo que no se da solo con los muchísimos ciudadanos que pasan sus dificultades para pagar el alquiler o la hipoteca, y que lo cargan a sus espaldas sin ayuda de ningún tipo, sino que además puede dejar con la sensación de ser ciudadanos de segunda a otros inquilinos que a partir de ahora digan que no asumen irse de un piso que no les pertenece o que no pueden pagar. ¿Ante ellos, cómo responderán instituciones como el Ayuntamiento de Barcelona? Comprando todas las fincas afectadas, con el dinero de todos, no podrán.

Por tanto, cala la sensación de que esta supuesta solución no ha sido realmente eso sino un parche asumido como respuesta atropellada a la perspectiva de un incendio en clave de protesta social.

Situación sintomática de un miedo y una alergia de los representantes institucionales de la Catalunya post procés ante la simple hipótesis del ruido que puedan generar sectores activistas de la sociedad, y que también se ha plasmado con la firma de compromisos del conseller Òscar Ordeig con representantes de agricultores que amenazaban con tractoradas como las de hace un año.

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Al final, Unió de Pagesos, fuera de foco, dice que lo firmado, o ya estaba comprometido o son declaraciones de buenas intenciones. Por tanto, ¿se cedió a dar una foto a una Revolta Pagesa que aspira a erigirse en sindicato importante, por el miedo a que colapsara carreteras y, por tanto, a que generara quejas?

¿Hemos pasado del campo de batalla al balneario? ¿No hay término medio que conjure, ahora quizás practicándose desde el otro extremo, un modelo de gobernanza donde las decisiones no se toman por convicción ni por una planificación a largo plazo, sino como reacción a la presión inmediata? Riesgos del relato de la Catalunya en calma. Que también los hay.

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