De la borrachera tuitera de Elon Musk merece la pena rescatar uno de los mensajes que lanzó en octubre de 2024 en su red social X: “¿Te has preguntado alguna vez por la ventana de Overton?”. En apariencia una pregunta inocente, pero con un trasfondo revelador. El magnate amigo de Donald Trump estaba hablando de la fórmula para orientar los cambios sociales y políticos. El que se ha producido en EE.UU y el que pretende impulsar en Europa, empezando por las elecciones alemanas de este mes.
La ventana de Overton toma su nombre de Joseph Overton, investigador del Centro Mackinac para Políticas Públicas, un think tank norteamericano considerado de tendencia conservadora. Se trata de un modelo de cambio político que explica cómo ideas que en un momento de la historia se consideran rechazables acaban siendo aceptadas por la mayoría y enarboladas por los dirigentes.
Un ejemplo sería el del sufragio femenino. Lo que en un determinado período era considerado aceptable por la sociedad, como es excluir a las mujeres del debate público, fue convirtiéndose en intolerable hasta activar cambios legales. Políticas que pueden parecer impensables en un momento dado acaban por normalizarse. El Centro Mackinac defiende que lo que cambia es la mente de los votantes sobre aquello que es aceptable.
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Donald Trump y Santiago Abascal se vieron “15 minutos” hace un año en Washington
Pero la cuestión es cómo se forma ese cambio de mentalidad en los votantes. Según el modelo de la ventana de Overton, en una primera fase algo que parece asentado en una sociedad como despreciable empieza a ser cuestionado por algunas voces que son tachadas de radicales. Éstos rebautizan sus ideas con algún eufemismo más digerible. A quienes siguen rechazándolas se les acusa de escasa apertura de miras hasta que la idea se ve como algo justificado y de ahí se pasa a su promoción como algo aceptable, luego se convierte en popular y la política lo adopta para hacerla propia. Son fases que cada vez se asimilan con mayor rapidez.
La ventana de Overton ha funcionado, por ejemplo, en el reconocimiento del matrimonio homosexual en muchos países. Pero también se demuestra eficacísima en los discursos contra la inmigración. Cuando Musk se refirió a esta teoría en su tuit sabía bien de lo que estaba hablando. Overton también se definía por su defensa de la libertad individual, lo que enlaza con Steve Bannon. Nada más estrenar Trump su primer mandato, su entonces gurú anunció la “deconstrucción del Estado administrativo” o “Estado regulatorio”. Musk se ha puesto manos a la obra.
El PP cree que la política de Trump acabará por causar problemas a Vox y a Sánchez
Un ejemplo de esta práctica en una versión local sería la exigencia de Vox de derogar la creación de la Unidad Valenciana de Emergencias para dar la presidencia de la comunidad al PP. Vox trata de emular al primo de Zumosol. Ayer Santiago Abascal se rodeó de todos los alumnos del trumpismo, un movimiento que cuenta con dinero, poder y no pocas mentes trabajando en su favor y que buscará dividir Europa por la vía de relacionarse de forma bilateral con algunos países y de enfrentar los intereses de unos con otros.
Abascal está volcado en el frente internacional. Apenas emite señales desde el Congreso de los Diputados. El líder de Vox confía en la ventana de Overton, en el cambio político que parece operarse en buena parte de las sociedades occidentales. El espectáculo que organizó ayer en Madrid ejerce de caja de resonancia. En cambio, el PP lo apuesta todo a la escena doméstica. Los populares perciben como inevitable que la ola de la derecha se lleve por delante a Pedro Sánchez. Intuyen el giro de la ventana de Overton, pero no dominan ni su relato ni sus tiempos.
De ahí que Alberto Núñez Feijóo se haya puesto de perfil ante Trump. El PP sostiene que, como partido de Estado, tiene la obligación de defender los intereses de España y las buenas relaciones con EE.UU., sea con los republicanos o los demócratas. Pero el PP no está invitado a la fiesta de Trump ni puede seguir el estilo libertador que pretende adoptar Sánchez. La desubicación es evidente. Lejos se vislumbran las complicidades de José María Aznar con George W. Bush e incluso la más reciente imagen de Mariano Rajoy con Trump. Fue en 2017, cinco días antes del referéndum del 1-O en Catalunya. El equipo de la Moncloa trabajó arduo para lograr que Trump recibiera a Rajoy en el Despacho Oval de la Casa Blanca y pronunciara la anhelada frase: “España es un gran país y debería seguir unido”.
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Rajoy y Trump en la Casa Blanca en 2017
El PP sabe que en algún momento la política de Trump chocará con los intereses de España y cree que entonces esa cercanía se le volverá en contra a Vox cuando resulten perjudicados sectores económicos españoles, al tiempo que ese choque le dará la oportunidad de reprochar a Sánchez falta de habilidad para evitar represalias comerciales.
Abascal le echó una mano ayer a Sánchez en su afán por erigirse en paladín de la democracia
El presidente del Gobierno también es consciente de que la furia trumpista acabará por llegar y por eso apela a desplegar el paraguas de la UE y afrontar unidos lo que se avecina. Sánchez es el líder progresista de más peso ahora en Europa y una referencia para los de América Latina, influencia que pretende explotar.
Pese a la prudencia para no llamar al mal tiempo, el presidente ya ha desplegado la estrategia del PSOE para los tiempos que corren y que consiste en erigirse en paladín de la democracia frente a los vientos iliberales y autoritarios, en defensor de la lucha contra el cambio climático o las políticas de igualdad ante los recortes del estado del bienestar y el señalamiento de las minorías. Abascal le echó una mano ayer. Pero la estrategia de Sánchez no será efectiva si la ventana de Overton ha hecho ya de las suyas y ha logrado que la mayoría considere inevitable el reemplazo de esas ideas por otras que no hace tanto parecían inaceptables y ahora cotizan al alza.