Corbatas negras, ternos oscuros… Rictus graves. ¿Un entierro? Señal de duelo, sí, pero no por la caída de Carlos Mazón. Quizás la de la consellera de alarmas, Salomé Pradas, y Nuria Montes, defensora del cambio climático porque alarga la temporada turística. Un minuto de silencio en las Corts Valencianes pretendía recordar a las más de 200 víctimas mortales de la DANA, pero, en el hemiciclo, también quedó claro que Mazón no quiere ser una de ellas. El presidente valenciano resiste en el cargo apuntalado por una montaña de folios, horas, caudales y cifras supuestamente documentadas con los que justificó la gestión de la tragedia de Valencia. Mazón convirtió la escenografía de un entierro en su histriónico renacer… “El futuro empieza aquí y ahora”, proclamó.
Su discurso debía “reconfortar a mucha gente con la clase política”, o esa era la previsión de Alberto Núñez Feijóo, pero sin margen para asumir responsabilidades por imperativo electoralista, tampoco hay autocrítica, y las preguntas legítimas de los damnificados se quedan sin respuesta por mucho que el presidente autonómico pase horas y horas hablando.
El Mazón que mantuvo la agenda y llegó tarde se arroga la misión de levantar Valencia
Mazón no puede caer porque su derrota es la de Feijóo y su supervivencia forma ahora parte de otra partida política con Teresa Ribera como objetivo a batir por delegación. Herir la credibilidad de Pedro Sánchez es el objetivo del PP, y su estrategia de legislatura ha añadido los e-mails de la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), dependiente de la vicepresidencia de Ribera, al caso Koldo y el caso Begoña Gómez.
Elevar a la Comisión Europea la pugna política por la tragedia de Valencia se está llevando por delante la credibilidad y prestigio de los organismos de predicción de riesgos, la reputación de las administraciones autonómicas que sí priorizan la gestión de emergencias, la confianza ciudadana en las instituciones, la supuesta lealtad entre administraciones y el sentido de Estado de los partidos. Sánchez no puede permitir la caída de Ribera y ahora quiere la cabeza de Mazón. La mano tendida por los socialistas en Valencia es ahora un dedo acusador.
El presidente valenciano plagó su relato de adjetivos grandilocuentes para relativizar el margen de maniobra de una comunidad con recursos limitados. Un “escenario bélico”, una “catástrofe colosal”, un “monstruo” hídrico, una tragedia de “alcance devastador”, un “resultado aterrador” y “consecuencias apocalípticas”. Grandilocuencias que chocan con las pequeñas excusas para una gestión desastrosa –por el desastre resultante–: “En ningún momento…”, “según los datos…”, “no consta…”, “nadie dijo nada…”, “hubo apagón informativo” de los organismos estatales… Acusaciones de dejadez para la CHJ y la Aemet, reproches para la Delegación del Gobierno en Valencia y afrentas al Gobierno de Sánchez.
Por contra, su Gobierno eliminó la unidad de emergencias valenciana alegando que era un “chiringuito”, y ahora presenta como “un hito histórico” la creación de una Consejería de Emergencias e Interior. Se insiste en que las alertas masivas a móviles eran una herramienta inédita, pero se mantiene que “estaba todo previsto”. Se pide un compromiso con la planificación urbanística para esquivar las DANA del futuro, y se aprueba construir hoteles a 200 metros del mar.
Las previsiones eran unas, y la realidad otra. Sí. Y el resultado: una catástrofe. Aun así, el Mazón que mantuvo su agenda “consciente en todo momento de la situación”, que llegó tarde al Centro de Emergencias porque había mucho tráfico y que sigue sin aclarar sus ausencias se pone al frente de una nueva “misión” de levantar Valencia. El sistema ha mostrado sus grietas, pero no se puede tapar la negligencia sembrando dudas sobre las capacidades del Estado y de las autonomías. Ni abriendo la puerta a los bulos que regalan máximos de audiencia a Iker Jiménez.