El desinterés general
El escaparate
En Madrid, la manifestación del PP contra la amnistía ha sucumbido a la inercia de la crispación. “¡Libertad!”, gritaban los asistentes como si vivieran en Irán o Nicaragua. Con una flexibilidad ecuménica, el concepto de libertad se expande como el universo (que ahora resulta que no se expande tanto). Que el PP haga bandera de la libertad no es anecdótico. Tiene que ver con el error de la izquierda de adherirse dogmáticamente a nuevos códigos puritanos que, abusando del sermón y del papanatismo, aspiran a imponer un pensamiento único tan único que ni siquiera es pensamiento.
La estrella de la manifestación no fue Alberto Núñez Feijóo, sino Isabel Díaz Ayuso. En la Cope, Carlos Herrera comenta las encuestas que prevén el triunfo del PP y, sumándose al mensaje de Feijóo, dice: “La legislatura está muerta” para luego añadir una maldad de cosecha propia: “Sánchez todavía no”. Es una maldad metafórica, se entiende, como lo es la famosa fruta de Ayuso, que comentan en la tertulia matinal de Catalunya Ràdio. En Madrid, Ayuso volvió a repetir que, dadas las circunstancias, le sigue gustando mucho la fruta. Cada vez que Ayuso abre su puesto de fruta insultante, me acuerdo de la bruja de la película Blancanieves, cuando intenta engatusar a una empanada Blancanieves diciéndole que si muerde la manzana (envenenada), sus sueños se harán realidad. Blancanieves pide un deseo (de sumisión heteropatriarcal, por cierto), le da un mordisco y tras decir que no se encuentra bien, cae fulminada por el veneno, mientras los animales y los siete enanitos corren para intentar salvarla.
Tomàs Molina ha decidido aportar una idea que no se sabe si es insólita o grotesca
En la política actual, las fronteras entre frutas envenenadas, brujas tóxicas, enanos empoderados y empanadas son difíciles de identificar. La putrefacción de un interés público susceptible de impulsar consensos de emergencia confirma el envenenado panorama que ofrecen las elecciones europeas. Quizá por eso, el candidato Tomàs Molina ha decidido aportar una idea tan insólita que mucha gente piensa que es una broma grotesca: que TV3 se incorpore a la UER y participe en Eurovisión. En un contexto en el que el desinterés general crece de un modo alarmante, quizás ha llegado el momento de prometer cosas anecdóticamente prosaicas. En una hipotética manifestación, en vez de gritar “¡Libertad!” se podrá gritar “¡Libertad, amnistía y festival de Eurovisión!”. De hecho, la dimensión política de Eurovisión no es nueva. Hace años, analizando sus pros y sus contras, el jefe de la delegación francesa Pierre Bouteiller decía: “El espectáculo es un monumento a la estupidez, y su interés se ha visto disipado por la falta de talento y la mediocridad de las canciones”. En el libro La saga Eurovision, en cambio, un periodista suizo se proyectaba hacia el futuro: “Un día le concederán el premio Nobel de la Paz a Eurovisión como elemento de pacificación”. El premio Nobel de la Paz: otra fruta, no se sabe si podrida o envenenada.