¿Qué le pasa a Esquerra?

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El partido ha decidido convocar un congreso para noviembre, lo que implica discutirlo todo: desde las personas a la estrategia

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Junqueras, en el centro de varios miembros de ERC mientras Pere Aragonès comparecencía para anunciar que no tomará posesión de su acta de diputado, 

Llibert Teixidó / LV

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Se reitera estos días que Esquerra parece en estado de shock desde la noche electoral. ¿Es eso cierto? Sin duda, la pérdida de 13 diputados ha sido un mazazo, pero los dirigentes republicanos ya contaban con encuestas desde el lunes anterior a los comicios que apuntaban a una debacle casi idéntica a la que finalmente se ha producido. Así que, aunque siempre se espera una carambola milagrosa, ya venían haciéndose a la idea y, en el caso de Oriol Junqueras, preparando el terreno. Pero por mucho que se allane el aterrizaje de un fiasco electoral, no todo se puede prever. Esquerra corre hoy el riesgo de ser como una de esas estructuras de naipes en las que, al caer una carta, todo se desmorona.

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Aragonès tira la toalla y no tomará posesión de su acta de diputado

Los republicanos están enfrascados en recuperar al partido del descalabro. Todo aquello que tenga que ver con el mundo exterior, como es una negociación para investir a un presidente de la Generalitat, ha sido relegado de momento a un segundo plano. La prioridad es ordenar la casa y evitar que ERC se deje llevar por el virus de la división interna. Junqueras ha tratado de cauterizar cualquier tentación de ir más allá de Pere Aragonès en la exigencia de responsabilidades por el fiasco electoral, pero no lo ha conseguido.

La intención de Junqueras, aún presidente del partido, era recuperar todo el liderazgo después de estos años de bicefalia mediante la convocatoria de un órgano intermedio del partido, como un Consell Nacional, que cerrara rápidamente cualquier crisis. Pero empezaron los movimientos soterrados para replantearlo todo. El control efectivo del partido siempre ha estado en manos de Marta Rovira, que lo ha ejercido incluso desde Suiza. La número dos aseguró inicialmente que debía afrontarse una transición tranquila, pero en las últimas horas no dejó claras sus intenciones.

Finalmente, anoche la ejecutiva del partido decidió convocar un congreso para noviembre, lo que implica discutirlo todo, desde las personas a la estrategia. Junqueras dejará a su vez la presidencia del partido para intentar revalidar su liderazgo en ese cónclave. Y Rovira anunció que se apartaba del todo. ERC entra en una fase de provisionalidad e incertidumbre. Justo en un momento clave para la política catalana y española. La crisis se venía larvando desde hace más de un año y era difícil una digestión ligera de lo ocurrido, más teniendo en cuenta los antecedentes del partido.

Aún recuerdan las crónicas la gran escabechina del verano de 2008 entre Josep Lluís Carod-Rovira y Joan Puigcercós. El segundo relevó al primero al frente del partido a raíz de los malos resultados de las elecciones generales de aquel año (ERC pasó de 652.000 votos a 296.000), aunque dos años después el propio Puigcercós cayó de 21 a 10 escaños en las elecciones catalanas. Parecía que ERC se había vacunado para no repetir aquella traumática experiencia, pero eso está por ver.

Salvando las distancias de personalidades y momentos históricos, existen algunas similitudes entre lo que ocurrió en ERC en 2008 y lo que está pasando ahora. ¿Por qué se pelearon Carod y Puigcercós? Ambos apostaron por convertir Esquerra en un partido de gobierno, que superara los estrechos límites de una formación protesta, cómoda en el papel reivindicativo, pero en la eterna oposición. Los dos creían que era necesario introducirse en el área metropolitana, acentuando su perfil de izquierdas, para crecer. Juntos, se embarcaron en la aventura del tripartito, primero con Pasqual Maragall y luego con José Montilla.

Pero para gobernar hay que asumir contradicciones. A ERC le costó mucho adaptarse a esa evidencia. Es curioso que Marta Rovira, en la primera reunión de la dirección que analizó el lunes por la mañana el fiasco electoral, lo atribuyó en parte a las contradicciones de ejercer el gobierno. Pero no fue eso lo que separó a Carod y Puigcercós. El problema fue que el segundo empezó a pensar que el primero, que por entonces ocupaba la vicepresidencia de la Generalitat, no estaba a la altura del empeño. No porque Carod fuera un político sin virtudes. La retórica, sin duda, era una en la que destacaba. Pero lo cierto es que buena parte de los republicanos empezaron a darse cuenta de que detentar el poder no les estaba reportando los réditos esperados. Y el ambiente interno se empezó a caldear.

ERC siempre se ha fijado en la Convergència de Jordi Pujol, toda una máquina de poder. No solo institucional, sino también de influencia en la sociedad catalana. Los republicanos creyeron que llegar a la Generalitat les reportaría esa misma permeabilidad y, en consecuencia, el correspondiente apoyo social. Pero la realidad no acompañó a las expectativas. En cierta forma, les ha vuelto a ocurrir lo mismo esta vez. Algunos pensaron en los últimos años que desde el Palau de la Generalitat se controlan con un mando a distancia las adhesiones de los diferentes colectivos de la sociedad civil catalana. Eso es lo que veían hacer a Pujol. Y no ha sido así.

Tener la presidencia de la Generalitat y no haberla sabido rentabilizarlo es el reproche fundamental

Junqueras apostó desde el primer momento por hacer de ERC un partido de gobierno. No disimuló en absoluto su ambición de sustituir a Convergència. No solo como formación hegemónica del independentismo, sino sobre todo como fuerza política transversal y con peso en todos los ámbitos de la sociedad catalana, en especial los más influyentes. El dirigente republicano siempre ha tratado de cuidar a empresarios y sindicatos, por ejemplo. No ha existido ninguna discrepancia de fondo entre Junqueras y Aragonès. El principal reproche de quienes no están satisfechos con la gestión del president de la Generalitat es precisamente el mismo que le hacía Puigcercós a Carod: no haber sabido aprovechar el halo del cargo y los resortes del poder. Tener la presidencia de la Generalitat y no haberla sabido rentabilizarlo es el reproche fundamental. El entorno de Junqueras se lamenta de la “desconexión” con la sociedad del núcleo del Palau.

Aragonès no ha cumplido con las expectativas del partido y Junqueras cree que él tiene derecho a intentarlo, puesto que solo le dio tiempo a presentarse una vez a unas elecciones catalanas. En las próximas semanas asumirá protagonismo en la campaña para las europeas del 9 de junio, aunque no sea él el candidato, para tratar de ganarse la autoridad necesaria en el congreso de noviembre. De alguna forma, se someterá a un cierto escrutinio de las urnas.

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Pere Aragonés, en su comparecencia para anunciar que no recogerá el acta de diputado. 

Llibert Teixidó / LV

Evitar que ERC caiga en una deriva cainita es la prioridad de los dirigentes actuales, pero al mismo tiempo sienten el impulso de replanteárselo todo después del fiasco electoral.

Investir o no a Salvador Illa queda en un segundo plano, pero el calendario empezará a apretar en unos días, ya que se tendrá que negociar la Mesa del Parlament, que debe constituirse el 10 de junio. El socialista no piensa ceder la presidencia de la Cámara a ERC si no existe al menos un preacuerdo para su investidura. No es un poder menor. El presidente del Parlament puede decidir, por ejemplo, si deja que Carles Puigdemont intente una investidura o no.

A medida que pasen los días, la presión sobre los republicanos arreciará y veremos si ERC sucumbe a la tentación de los ajustes de cuentas y el ombliguismo. En pocas semanas tendrán que decidir si una repetición electoral supondría un golpe aún mayor que dar su apoyo a Illa para que sea president y, a continuación, pasar a las filas de la oposición. Mientras, en el PSC están convencidos de que si hay elecciones otra vez en octubre, el resultado de Illa mejorará y empeorará a ERC, pero la correlación será la misma y los republicanos volverán a estar ante el mismo dilema que hoy. Y todo ello se lo van a mirar desde la Moncloa con inquietud y cruzando los dedos.

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