De shock en shock. De la mano de Pedro Sánchez, pero a oscuras y desconcertados, todos los socialistas transitaron en apenas una semana del entusiasmo a la depresión colectiva y de allí a la euforia. Siempre alegan en el PSOE, antes y ahora, que tanto su dirigencia como su militancia tienen un ánimo “ciclotímico”. Un día están en lo más alto de la montaña, creyéndose los reyes del mambo, y al día siguiente se despeñan por el pozo sin fondo de la desesperación. Y, sin solución de continuidad, al día siguiente vuelven a estar que se salen del mapa de la felicidad.
Esta vez fue Sánchez quien subió al PSOE en esta agitada montaña rusa, de la que unos salen mareados y otros aún con el acelerón en el cuerpo. El domingo 21 de abril, la jornada electoral en Euskadi acabó en fiesta para todos los socialistas, pese a que apenas registraron el 14,2% de los votos. Pero subieron en más de 27.000 papeletas respecto a los comicios del 2020, y ganaron dos escaños, hasta los doce, lo que unido a que el PNV retrocedió en sus posiciones, Bildu no les pudo poner en un compromiso y el PP no cubrió sus expectativas de ser decisivos, llevó al PSOE al entusiasmo. El candidato electoral y líder de los socialistas vascos, Eneko Andueza, ya empezó ayer a negociar con el PNV la reedición de la coalición en el Gobierno vasco. Pero desde “una posición de fuerza”, resaltaron los socialistas.
Algunos piensan que el banquillo de la sucesión, ahora solo ocupado por Montero, se irá ampliando
Al día siguiente de los comicios vascos, el lunes 22 de abril, Sánchez reunió en Ferraz a la ejecutiva del PSOE y advirtió que Alberto Núñez Feijóo estaba muy equivocado si pensaba que su ciclo político tocaba a su fin, solo por haber revalidado la mayoría absoluta del PP en Galicia el pasado febrero. Los socialistas recargaron las pilas, para afrontar aún con más empuje las elecciones en Catalunya del 12 de mayo, e incluso las elecciones europeas del 9 de junio. Sánchez confirmó, y así se anunció el miércoles, que la vicepresidenta Teresa Ribera será la cabeza de cartel del PSOE en esta cita con las urnas que coronará esta primavera electoral del 2024.
Pero ese mismo miércoles, por la tarde, Sánchez publicó de manera inesperada en sus redes sociales que suspendía su agenda hasta ayer para reflexionar sobre su dimisión como presidente del Gobierno, ante la “operación de acoso y derribo” que atribuye a las derechas contra su mujer, Begoña Gómez. El PSOE entró en shock, quedó literalmente conmocionado, hundido en la miseria. Sobre todo cuando Sánchez desapareció de escena y su equipo más próximo empezó a digerir que, efectivamente, iba a tirar la toalla.
El comité federal del pasado sábado, que culminó con la cúpula del PSOE fundiéndose en abrazos y lágrimas con la multitud de militantes congregados a las puertas de Ferraz, reclamando al unísono que Sánchez no dimita, fue contradictorio para algunos socialistas: no entendían tantas muestras de entusiasmo... cuando aquello se suponía que era un funeral.
Una vez instalados en la desoladora impresión de que Sánchez se iba, el presidente les volvió a cambiar el paso y ayer anunció que se queda. Pese al nuevo cambio de guion, de inmediato estalló un júbilo desaforado en el PSOE: “¡Seguimos, con más fuerza!”.
Queda ahora por ver qué impacto tienen estos vaivenes emocionales en las elecciones pendientes y en el desarrollo de la legislatura, con unos presupuestos generales del Estado esperando a la vuelta del verano. Para algunos, en todo caso, el debate sucesorio de Sánchez quedará aparcado hasta el 2027. Aunque si su repentina dimisión solo dejaba abierta la puerta a María Jesús Montero, ahora piensan que el banquillo de la sucesión se ampliará. En espera de que llegue el momento.